Dice el fatalista refrán africano que “el leopardo nunca pierde sus motas” y parece ser que el caso del Sudán es una confirmación de esta teoría. Años han pasado desde que el Frente Islámico Nacional tomara el poder y ahí sigue, a pesar del desgaste que supone estar en el poder durante casi 30 años… con diferentes escisiones de grupos y de individuales que han tomado otras opciones políticas (algunas más laxas y otras más radicales). Creíamos que con tanto vaivén político y el hecho de que el presidente Bashir está buscado por el Tribunal Internacional de La Haya, el gobierno de Jartum estaba por la labor de ganarse un poco al personal, pero nada de eso… está claro que hay temas que siguen siendo excelentes globos sonda para apartar la atención de lo que es realmente importante y se aprovecha además para echar carnaza al populacho más radical. El régimen fundamentalista vuelve a las andadas, a la intolerancia y a la violencia.
Meriam Yehya Ibrahim, una mujer de 27 años, casada con un hijo y embarazada de ocho meses, se enfrenta a la pena de muerte por los cargos de apostasía y adulterio, de acuerdo con la jurisdicción sudanesa que sigue muy de cerca la Shari’a, la ley islámica y que en sus artículos 126 y 146 tipifica estos delitos, contraviniendo otros acuerdos internacionales.
Meriam se casó con un sur sudanés cristiano y la familia le acusó de adulterio… Ahora el juez le da tres días para que se retracte y si no lo hace la enviará a la horca. Según la shari’a, a una mujer sudanesa no se le permite casarse con un no- musulmán y por tanto ese matrimonio se considera adulterio.
Amnistía Internacional ha denunciado ya su caso y representants de la delegación de la Unión Europea en Jartúm están siguiendo el caso, el cual refleja el poco respeto que hay ante un derecho tan fundamental como la libertad de culto. Las embajadas de Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá y Holanda han publicado un documento pidiendo compasión para esta detenida.
Lo que añade más dramatismo al caso es el hecho que Meriam desde pequeña siguió los pasos de su madre, cristiana ortodoxa, y se educó en esa religión, ya que su padre – un musulmán – no estuvo nunca presente en su casa durante sus años de infancia.
Ojalá que fuera este un caso aislado, pero los que hemos vivido en ese país sabemos que no. A pesar de que la gente de Sudán es tradicionalmente tolerante y abierta, las políticas de opresión religiosa parecen no cambiar. Este caso, ahora que está seguido por tantas instituciones y por una buena parte de la comunidad internacional, será la prueba del algodón de un régimen cada vez más caduco, de un presidente progresivamente más aislado tanto dentro como fuera del país y de un sistema que a la larga no va a ser sostenible, y no sólo por la intolerancia religiosa: la economía sigue sin levantar vuelo y las protestas de diferentes segmentos sociales son continuadas a pesar de la brutal represión.
El problema es que el Sudán no es ya esa nación tan aislada como cuando a mediados de los 80 este régimen llegó al poder. Las redes sociales muestran su poder – a pesar de no haber podido todavía hacer que el sistema caiga – y la oposición se organiza, comunica y llegan mucho mejor al exterior las noticias de lo que pasa dentro. Cada vez es más difícil contener la información y mantener a raya a los disidentes. Quizás la única esperanza a la que se pueda agarrar Meriam sea el hecho de que su caso es ya conocido internacionalmente. Si deciden colgarla (más aún embarazada), las reacciones pueden ser imprevisibles. El gobierno por lo pronto está ya avisado y todos los ojos ahora se fijan en lo que pueda determinar un juez frente a una mujer cuyo único pecado es haber querido ser la dueña y señora de su propio destino.
Original en : En Clave de África