Tirado en la carretera, por Rafael Muñoz Abad

27/03/2019 | Bitácora africana

tirado_carretera.jpg Hablábamos, atrapados en esta sociedad asfixiante y cansina, sobre qué hacer si mañana nos echaban a todos a la dignísima calle. [Yo] sólo le debo al Corte ochenta y seis euros; así que me hago los petates y me vuelvo a Namibia. Esta vez a trabajar de guía para esas parejitas de Borjasmari´s y Palomas de Madrid que, al irresistible cimbreo de una fogata, buscan una experiencia en plan Memorias de Africa. Allí les contaría historias preñadas del Rey León con ese tinte novelesco que todo urbanita cool & posh gusta de comprar para después facebookear. Creo que sabría hacerlo moderadamente bien.

Africa en carretera tiene algo que es difícil de explicar. La ruta acaba con todo de la misma manera que todo te lo da. Llevar un reloj y hacer planes es una lección que aprendes como inútil. Si mañana me muero, creo que sólo viví plenamente los meses de los años en los que vagabundee. Aunque el tiempo navegado en ese otro desierto azul llamado océano también cuenta. Entre dunas, atascado en pistas, quemado por el sol, negociando un visado o con la cara quemada y arena en los bolsillos como moneda de pago al tiempo, te das cuenta que pocas cosas son dignas de una importancia real.

¿Van al cine?, les recomiendo vean la última de Jean Reno. A Mali en un viejo Renault 4L. Un grupo de amigos a los que ya todo les da por…se bajan a Tombuctú en un 4 latas… ¿qué puede salir mal? Les cambia la cara. Los ojos les brillan como hurones y cualquier adversidad se vence bajo la promesa de ser contada cual anécdota. ¿Han dormido bajo el cielo del Sahara, o el Namib o el Kalahari? No hay hotel con más estrellas que el saco sobre el suelo o el techo del coche.

Las aventuras de andar por ahí empezaron en los años ochenta cuando cuatro soñadores se compraban un viejo Peugeot o un Renault y se bajaba desde Ceuta a Dakar; allí se vendía el coche en el mismo aeropuerto y se volvía volando. Aunque mucho antes, el Sahel ya estaba lleno de franceses y algún español que por ahí anudaban sus intereses. Inadaptados. Raros. Asociales. Distintos. Gente que no compró el ticket social. Incluso señalados. Muy posiblemente almas felices.

Desterrados del sistema. No se trataba de ganar dinero pues la ganancia era la aventura en sí misma y lo que después contabas, sus intereses en risas. Otro viaje mítico era atravesar el profundo sur argelino hasta Tombuctú o Bamako y regresar en avión a París. El primer recorrido se hace [aún] sin problema, aunque Senegal ya no te deja entrar con coches viejos para vender. El país se convirtió en un destino de chatarreros de fortuna y el gobierno prohibió la entrada de vehículos con más de siete años. Alago parecido pasa en Mauritania, destino final de todos los Mercedes Benz 190 de Canarias. Evidentemente el segundo recorrido, con el advenimiento del terrorismo islámico, puede tener sus riesgos aunque yo lo haría.

Nombré el Sahel. Se trata de un gran salón vacío cuya antesala empieza en Mauritania y acaba a las orillas del mar rojo. Atraviesa Mali, Níger, Chad y Sudan. Cuatro de los sitios más pobres y a la vez con mayor riesgo de ser invitado a té por bandidos en Toyota y kalashnikov. También esconde la nación no escrita de los hombres de la tez añil. Los Touareg. Nómadas, pastores, tratantes, quijotes en dromedario que siguen viviendo como lo hacían sus antepasados hace un millón de lunas. Náufragos del mar de dunas con los que es mejor no cruzarse. Lo que está en la arena es suyo, así que te toca pagar por tu vida que es su derecho de paso. Lo cierto es que poca gente se aventura a cruzar el Sahel en estos tiempos. A mí me despertaron de madrugada los militares en un albergue de Ouadane, a las puertas del Sahara más vacío y camino de la frontera con Malí. Y ahí se acabó la juerga y también la cobertura del Nokia. Existe otro riesgo añadido, que te caiga un pedazo de níquel del espacio. Por ser tan vasto y estar vacío, las posibilidades de dar con un pequeño meteorito son relativamente optimistas en la llamada franja del Sahel. El yunque del diablo. No lo sé, supongo que hay muchas maneras de mandarlo todo a Tombuctú y que el último apague la luz.

CEAULL

cuadernosdeafrica@gmail.com
@Springbok1973

Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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