The Vela Incident, por Rafael Muñoz Abad

5/04/2019 | Bitácora africana

vela_incident.jpg El 22 de septiembre de 1979 a las 00:53 GMT el pase del satélite estadounidense VELA 6911 sobre el solitario océano Índico sur detectó el doble flash que todo test nuclear emite al explosionar. El destello “casualmente” se registró muy cerca de la deshabitada Isla Prince William – Marion; posesión de Africa del sur en los cuarenta rugientes sur. Vuelos posteriores de reconocimiento sobre el área revelaron lecturas de radioactividad anormales de Iodo-131 en un área del océano Índico comprendido entre la Islas Crozet y la costa de Australia; en cuyo interior incluso se midieron valores de contaminación nuclear en la glándula tiroides de las ovejas. Antesala de la nube radioactiva de Tchernobyl o también llamada El Aliento del Cesar que daría varias veces la vuelta al planeta. La administración Carter peguntó al gobierno sudafricano si había realizado una prueba nuclear; aún esperan la respuesta en La Casa blanca.

Aquella Sudáfrica del apartheid disponía de los vastos espacios deshabitados del Kalahari para llevar a cabo los test nucleares que el estado judío no tenía, también reservas de uranio y un océano vacío hasta la Antártida en el fondo del mundo, pero no la tecnología suficiente para desarrollar un programa nuclear propio. Para eso estaba Israel. Tu pon la cama que yo traigo el resto…Y es que las necesidades y las prisas generan extraños compañeros de aventura. Parejas que al mismísimo diablo dejarían boquiabierto. A Israel lo detestas o lo tienes en nómina y créanme, es mejor tenerlo entre los tuyos. Siempre digo que cuando te enfrentas a una pregunta delicada, es un arte saber poner cara de Jerusalén. ¿Tiene usted armas nucleares?; ¡qué buen día hace hoy para un paseo por el parque ¡ Pues eso. A día de hoy el estado judío no se pronuncia al respecto pero todo es meridiano; de ahí el respeto que su vecindario le tiene.

Lo cierto es que las colaboraciones militares entre Pretoria y Tel Aviv han sido habituales. Israel se convirtió en uno de los principales suministradores de tecnología militar saltándose todas las resoluciones y sanciones de Naciones Unidas contra Sudáfrica. ¿Y para qué demonios quería Sudáfrica, aislada en el Hemisferio sur y señalada por la comunidad internacional por sus gobiernos blancos del apartheid, una garrote nuclear? La respuesta es muy compleja pero podríamos sintetizarla en dos grandes axiomas. La primera descansa sobre la mentalidad de pueblo elegido de los afrikaner la cual conecta con el pensamiento judío de pueblo privilegiado compartiendo ambos una visión apocalíptica del final de los tiempos. La segunda era eminentemente disuasoria; disponer de un arma nuclear era la mejor manera de intimidar a los movimientos marxistas pro descolonización de los países limítrofes resto del continente negro convenciéndoles de que Sudáfrica era invencible. El único estado “civilizado” de Africa. Aquel inicio de la carrera nuclear obedeció a fines civiles para generar electricidad sin olvidar que en plena Guerra fría, occidente veía en el regimen racista de Pretoria un dique de contención contra los movimientos comunistas en Africa austral; así que más o menos se le permitía todo.

De la carrera nuclear queda el reactor Koeberg I que da electricidad a los cuatro millones de habitantes de Ciudad del Cabo y el Safari I en Gauteng. Oficialmente, Sudáfrica es el único estado africano con tecnología nuclear civil. Con el colapso del Apartheid y en palabras de F.W. De Klerk, el país renunció voluntariamente a su programa militar atómico; siendo la única nación que así lo ha hecho.

Se construyeron siete engendros nucleares para ser proyectados con cabezas israelíes o con artillería propia que serían conocidos conocidos como Dance of the seven veils (Danza de los siete velos). El primero de ellos en 1980 bautizado como Melba. Todas rudimentarias bombas de tritio de las cuales seis serian destruidas permaneciendo un halo de leyendas apocalípticas relacionadas con una séptima incompleta que habría caído en manos del ala más radical del ejército y defensores del apartheid para hacer estallar una bomba sucia si Mandela era presidente.

En lo relativo al incidente Vela poco se ha progresado y es una cuestión ya olvidada. Con el tiempo se han ido conociendo detalles como que “casualmente” parte de la marina judía estaba en alta mar en algún lugar del océano Índico en la fecha del incidente con apoyo de buques comerciales, o que el agregado naval soviético en Simon´s town – base de armada sudafricana – reveló la existencia de una operación conjunta entre ambos países bautizada como Operation Phenix. De cualquier manera, la surrealista aventura nuclear de Sudáfrica es el episodio más exótico y oculto del llamado club nuclear.

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Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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