“Bonjour, mon colonel, bonjour mon capitaine”. No, no les voy a contar aquel chiste de Gila de “oiga, ¿es el enemigo?” Así comienza mi jornada en la oficina de Naciones Unidas cuando estoy en Bangui. Aunque me ocupo de seguir el conflicto del LRA en el Este de la República Centroafricana, mi trabajo depende de una sección que se ocupa de la reforma de las instituciones de IMG_0680del Estado (ejército y policía) y excepto la secretaria congoleña y yo los demás compañeros (unos seis) son veteranos militares de varios países africanos –Burkina Faso, Malí, Benín- más el jefe, que es un coronel belga, con bastantes años de experiencia en misiones internacionales de paz. Además de eso, cuando estoy en Obo tengo que acudir a menudo a reuniones con oficiales de los ejércitos ugandés, centroafricano y estadounidense que combaten la guerrilla del LRA. Nunca antes en mi vida había lidiado con esta ganadería, y de momento no me va mal.
A mí, que me libré de la mili por excedente de cupo y que durante mis años en Uganda tuve mis rifirrafes con el ejército de ese país cuando trabajaba en la comisión Justicia y Paz, si me hubieran dicho algunos años que iba a tener de compañeros de trabajo a militares no me lo habría creído. Pero como nunca se puede decir “de esta agua no beberé”, aquí estoy compartiendo mesa de trabajo y a veces de comida con los hombres de uniforme. La relación con ellos me ha obligado a informarme más sobre los ejércitos en África y el papel que desempeñan en sus sociedades, que puede ser muy positivo si cumplen su papel asignado en la sociedad y se dedican a servir al pueblo, y no a aprovecharse de él.
En honor a la verdad, los oficiales de varios países con los que tengo más contacto en mi trabajo son personas educadas y sensatas que poco tienen que ver con la imagen del militar semi-analfabeto golpista que probablemente venga a nuestra mente cuando pensamos en un ejército africano. Personajes funestos como Idi Amin (Uganda), Bokassa (Centroáfrica) o Michombero (Burundi) que masacraron a sus pueblos e impusieron regímenes de terror fueron parte de una primera generación de militares africanos formados por las autoridades coloniales europeas. Como consecuencia, durante los primeros años de las independencias africanas en muchos países se impuso la idea de que un buen soldado tenía que ser, simple y llanamente, brutal y violento. Para muchos jóvenes africanos con pocos estudios y escasas perspectivas profesionales entrar en el ejército de su país representó una oportunidad de tener dinero, ya fuera por el acceso a un sueldo atractivo o –las más de las veces- por la facilidad de utilizar el fusil para extorsionar a la población. Pobre del país que tuviera como presidente a uno de ellos. Por desgracia, y puesto que a los militares africanos les entro el gusto por dar golpes de Estado sin límite, fueron muchos los que padecieron esta desgracia.
Afortunadamente, durante los últimos años la democracia ha dado grandes pasos en la mayor parte de los países africanos y hoy son pocos los que sufren golpes de Estado. Malí y Guinea Bissau son dos de los Estados africanos que aún no se han librado de esta amenaza. La Unión Africana, por su parte, ha dado la señal acertada al dejar muy claro que cada vez que un país sufre un golpe militar es suspendido automáticamente de la pertenencia a este organismo. Hoy día el caso más común es el de países que tienen como mandatarios a personajes que pueden incluso haber sido elegidos en las urnas (con mayor o menor transparencia) pero que tienen un origen militar, ya sea de academia o de fuerzas rebeldes. Este es el caso de gobernantes como Museveni (Uganda), Paul Kagame (Ruanda), Pierre Nkurunziza (Burundi), Idris Déby (Chad), Omar el Beshir (Sudán) o François Bozizé (República Centroafricana). Papel de las fuerzas armadas. Fuera de la política.
Afortunadamente, cada vez está más extendida en África el concepto de que el ejército es una institución que está para garantizar la seguridad nacional y no para interferir en la política mucho menos para arrogarse el papel de salvadores. Hay países donde ha habido una transición ejemplar, como es el caso de Sierra Leona, donde los militares de hoy –formados por oficiales británicos- nada tienen que ver con la banda impresentable de antiguos rebeldes que eran hace pocos años. Controlar el ejército y ponerlo en su sitio no depende en absoluto de que el jefe de Estado sea un militar, sino de que sea una persona competente y con autoridad surgida del pueblo. Véase si no el contraste entre el disciplinado ejército de Liberia, país gobernado por una señora llamada Ellen Sirleaf, y los desastrosos e incontrolables soldados de la República Centroafricana, cuyo presidente –François Bozizé- es un general de división.
Para tener un ejército disciplinado y al servicio del pueblo hay varias condiciones que deben cumplirse. La primera de ellas es que los militares estén bien formados y bien pagados. Las cosas han cambiado mucho, por ejemplo, en Uganda, desde que el gobierno decidió seguir una política de favorecer que graduados universitarios vieran el ejército como una salida profesional atractiva. Cuando te encuentras con un coronel que es abogado o licenciado en ciencias políticas o en sociología te das cuenta de que tiene mucho más asumido todo lo que tiene que ver con derechos humanos y buenas relaciones con la población civil. La segunda condición es que en el seno del ejército tiene que haber un equilibrio étnico, para lo cual hay que ser cuidadosos cuando se realizan ejercicios de reclutamiento, para que tengan lugar a nivel nacional. Los países africanos donde todos o la mayor parte de los militares son de la etnia del presidente, o incluso de origen extranjero, tienen servidas las condiciones para una desestabilización en toda regla. La tercera condición es que los militares tienen que ser personas motivadas y con un liderazgo íntegro. Donde esto no ocurre, como es el caso de la República Democrática del Congo –donde el ejército es un putpurri de antiguos rebeldes de diversa calaña y muchos de sus altos oficiales están implicados en escándalos de corrupción-, uno se encuentra con soldados que se aprovechan de la población y huyen en desbandada en cuanto empiezan a sonar los primeros tiros.
Uno de los signos de que en África las instituciones militares están mejorando mucho es el hecho de que bastantes ejércitos de países africanos antiguamente en guerra ahora envían a sus tropas a misiones de paz internacionales. Gracias a los soldados ugandeses y burundeses de la fuerza de la Unión Africana en Somalia, en este país hay hoy más estabilidad que hace pocos años. Habría que tener, sin embargo cuidado, para que no se diera el contrasentido –como es el caso de los soldados de Ruanda en Darfur- que de oficiales sospechosos de haber participado en crímenes de guerra tengan el mando de misiones encargadas de mantener la paz en lugares de equilibrio muy delicado.
Original en : En Clave de Äfrica