Hace algún tiempo pregunté a un amigo taiwanés qué era lo que los chinos no comían. “Nada. Comemos de todo”, me respondió. Y ahora que hemos entrado en el Año Nuevo chino del Conejo de agua (emblema de la longevidad) y ha terminado el del Tigre (símbolo del poder en la astrología china), he sonreído leyendo la noticia publicada por Noticas de Navarra, un periódico local. En el zoo Linfen de la provincia china de Shanxi (al norte del país y al oeste de la capital, Pekín), quisieron escenificar la transición juntando sobre una mesa a un conejo y a un tigre que, pese a ser pequeño, era bastante más grande que el conejo. Cuando los trabajadores del zoológico los posaron sobre la mesa sucedió lo inevitable: el tigre se abalanzó sobre el conejo, al que probablemente vio como una presa con la que llenarse el estómago. También me han venido a la mente dos textos leídos recientemente. Uno es de Kieran Harkin, de Four Paws International, una organización mundial de bienestar animal con sede en Viena, subido en
Parece que la primera “granja de tigres” (presentada como un zoológico) apareció en 1986 en el sur de China. Investigaciones realizadas en 2008 por varias ONG (AIA entre otras) encontraron en Guilin, en el suroeste de China, varias granjas desde las que se distribuía vino de hueso de tigre. Ese mismo año, investigadores encubiertos del Sunday Telegraph pudieron comprarlo en el centro de rescate del Parque de Vida Silvestre Qinhuangdao, en la provincia de Hebei, en el norte de China, así como en el parque safari Badaling, en Beijing. Además de China, hay actualmente criaderos de tigres en Tailandia, Laos, Vietnam y Sudáfrica, desde los que se exporta tigres vivos y donde también se comercian sus pieles, miembros y huesos. Se calcula que en 2018 había unos 8.000 tigres en criaderos, el doble que en estado salvaje.
El caso de Sudáfrica es peculiar. Al no haber tigres en África, los granjeros sudafricanos han tenido que importarlos. Se dice que hay cientos de tigres en las granjas, criados para ser vendidos como trofeos o exportados para ser utilizados en las medicinas tradicionales asiáticas (por ejemplo el “vino de huesos de tigre”). Las administraciones hacen la vista gorda, no mantienen registros y es imposible obtener cifras exactas. Además la exportación de tigres, o sus partes, comenzó al amparo de la exportación de otros felinos, leones en concreto. La entonces ministra de Agua y Asuntos Ambientales de Sudáfrica, Edna Molewa (fallecida en 2018), sugirió en enero de 2017 que se enviarían a Asia unos 800 esqueletos de leones criados en cautividad para ser utilizados como sustituto de los ingredientes tradicionales del tigre local. En cuanto a los tigres, “Hay numerosos parques turísticos en toda Sudáfrica”, escribe Kieran Harkin, “donde se puede interactuar con cachorros de tigre. Y cuando los animales se vuelven demasiado viejos para ser acariciados, a menudo se exportan vivos o se venden descuartizados”. En 2019, la Unidad de Protección de Vida Silvestre de la NSPCA de Sudáfrica encontró un congelador lleno de cachorros de león y tigre en una granja de Pienika en la Provincia del Noroeste. Siempre según Harkin, Sudáfrica sería hoy el primer exportador mundial de felinos, vivos o descuartizados. Según datos de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas (CITES), entre 2011 y 2020 se exportaron 359 tigres vivos de Sudáfrica a países como China, Vietnam y Tailandia, probablemente como reproductores en las «granjas de tigres» de esos países. Investigadores de Four Paws International afirman que esos mismos datos de CITES indican que en ese mismo período hay registrados 34 casos de exportación de partes de tigres, incluidos esqueletos y pieles. Así que en la actualidad también en Sudáfrica hay tigres
Nota bene. Muchos de los artículos que he leído para escribir estas líneas suenan a denuncia. ¿Fundada? ¿Infundada? Según las asociaciones animalistas sudafricanas no tiene sentido el que por una parte se castigue la caza y el comercio de los grandes felinos salvajes en peligro de extinción, y por otra se permita criar y comerciar esos mismos felinos en granjas. Es más, según esas mismas asociaciones, de las que en su artículo Kieran Harkin parece hacerse portavoz, permitir los criaderos de felinos haría aún más atractiva la caza de los felinos en estado salvaje. No hay felinos en estado salvaje donde yo vivo, pero sí conejos. Y no creo que el que criar conejos en granjas sea una incitación a cazar los pocos conejos que viven en libertad…
Ramón Echeverría
[CIDAF-UCM]