La presión social y cultural que sentían los sursudaneses creció de manera progresiva cuando se comenzaba a vislumbrar la independencia. Para la élite árabe del Norte era una verdadera liberación el ver que se iban los arrogantes británicos y que al final iban a poder hacer con el país lo que siembre habían querido, pero el Sur miraba a ese proceso con unos ojos llenos de desconfianza simplemente porque barruntaban que no se les avecinaba nada bueno y por desgracia el tiempo les dio la razón. Si hasta entonces habían sentido el peso de un yugo colonial occidental, el cambio iba a ser sólo en el color del yugo: los británicos le pasaban el poder al Norte mientras que el Sur no estaba ni por asomo representado en los sucesivos gobiernos post-coloniales. La consecuencia no pudo ser más simple y lógica: la independencia cambió una opresión británica por otra árabe, brutal, intolerante y sangrienta.
Pero el Sur del Sudán explotó incluso antes de que llegara el día de la independencia. En Agosto de 1955 tuvo lugar el motín de Torit, en el cual un nutrido grupo de soldados sursudaneses se amotinaron contra sus oficiales árabes y comenzaron unos violentos enfrentamientos que costaron la vida de más de 300 personas, la gran mayoría árabes. En esa situación, se dio incluso el caso de varios misioneros que albergaron en sus casas a mercaderes y funcionarios árabes que huían de una muerte casi segura y posteriormente, cuando la situación se calmó, las mismas personas que habían sido salvadas les acusaron de haber colaborado con los amotinados. Esta triste historia – corroborada por diversas fuentes – supuso la expulsión de algunos de ellos, a pesar de no sólo haber sino inocentes, sino de haber arriesgado sus vidas por otros en momentos muy críticos.
El motín de Torit supuso un claro aviso de que la situación no era sostenible para muchas personas del sus y posiblemente endureció incluso más las posiciones de los primeros gobiernos post-coloniales, los cuales trataron al Sur con mano de hierro, poniendo muy claro quién mandaba. Si antes se había impuesto una cierta protección alrededor de las poblaciones del Sur, ahora la región se vio inundada de mercaderes, funcionarios, políticos y otros elementos que intentaban sacar el mayor partido de este vergel que estaba a la misma puerta de sus casas: la explotación de recursos naturales comenzó a un ritmo inusitado y los camiones llegaban a Jartúm llenos de marfil, pieles de animales salvajes, maderas preciosas y recursos minerales. Un gran expolio material comenzó, al mismo tiempo que el comercio del Sur pasaba a ser dominio casi exclusivo del pero no fue nada en comparación con la verdadera tragedia que se desarrolló en los pueblos y ciudades del Sur.
Como ya mencioné en el anterior post, uno de los problemas para el gobierno del Sudán post-colonial era el hecho de que se había creado en el Sur una cierta élite intelectual que con el tiempo podría incluso convertirse en los líderes del Sur Sudán. Es por esto que el gobierno incautó todas las escuelas ya en 1957. Los primeros frutos más evidentes de los esfuerzos educativos y evangelizadores de aquella región fueron una generación de sacerdotes que brillaron en sus estudios filosóficos y teológicos y por tanto estaban mejor preparados que el resto de sus coetáneos para asumir responsabilidades de liderazgo. A dos de ellos (P. Saturnino Lohure y P. Paulino Doggale) se les concedió un especial permiso para presentarse como candidatos en las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1958 y obtuvieron dos escaños representando al Sur. Por desgracia, poco pudieron hacer por su tierra al verse constantemente enfrentados a una gran mayoría que arrasaba en unas votaciones que siempre favorecían los intereses del gobierno central – basado en un constante proceso de islamización y arabización incluso forzosa siguiendo el esquema de un solo país (Sudán), una sola lengua (árabe) y una sola religión (Islam) – y obviaban las necesidades del Sur. Hasta tal punto llegó la frustración que el P. Lohure decidió “tirarse al monte” y organizar un movimiento rebelde llamado “Anyanya”, nombre tomado de uno de los venenos locales que se hacían en la región de Ecuatoria.
Los sacerdotes, debido a su excelente formación académica, no tardaron mucho en convertirse en objetivos del ejército. Muchos tuvieron que salir precipitadamente del país porque la temida policía secreta hacía continuas razzias nocturnas en busca de personas relevantes que desaparecían y de las que no se volvía a saber nada. Al P. Lohure lo mataron en 1967, pero dos otros sacerdotes (P. Arkangelo Ali y P. Barnaba Deng) habían sido ya asesinados unos meses antes por el ejército por el simple hecho de ser sacerdotes entregados a la gente y muy activos en su labor pastoral.
Los sacerdotes no fueron los únicos en sentir en sus carnes el precio de oponerse a este proceso fomentado por el gobierno. 1965 fue un año terrible para la población del Sudán. Hubo presiones masivas en diferentes frentes e incluso el gobierno se embarcó en una sangrienta campaña para eliminar de un plumazo a los grupos intelectuales del Sur. Uno de los episodios más espeluznantes ocurrió en Wau el 12 de Julio de 1965; en una casa particular se celebrara la recepción de los invitados a un enlace matrimonial, al cual habían sido invitados prominentes personas del Sur. Mientras los invitados estaban en la casa, el ejército rodeó el lugar y comenzaron a disparar indiscriminadamente a través de las ventanas. 76 personas murieron en aquella carnicería; la tragedia añadida era el hecho de que con ellas, los sursudaneses perdíasn unos de sus más cualificados elementos: había una decena de contables, inspectores, médicos, veterinarios, enfermeros, ex-parlamentarios, hombres de negocios, etc. Sucesos similares tuvieron lugar en las mayores ciudades del Sur Sudán, comenzando por Juba. Se cree que 6000 personas fueron asesinadas a sangre fría en cuestión de semanas, muchas veces aprovechándose de eventos sociales y reuniones. En aquel tiempo apenas se utilizaba la palabra “genocidio” pero lo que ocurrió en el Sudán de aquellos años fue algo muy cercano a este vocablo: un exterminio premeditado y progresivo de una parte de la población.
En una situación así, no sorprende que surgiera un movimiento de ciudadanos que, hartos de ser pisoteados, ninguneados y tratados como ciudadanos de segunda, decidieran hacer acopio de armas y comenzar una guerra de guerrillas que, aunque fuera de baja intensidad, fue lo suficientemente importante como para paralizar la vida normal de una buena parte de la región Sur y puso en jaque al ejército sudanés.
Hasta aquí, el relato somero de los acontecimientos que llevaron de la independencia a la rebelión de los Anyanya… Espero que esto que les estoy contando les sea ameno y no un tostón histórico-político. En el próximo post daremos unos testimonios personales de las atrocidades que la gente del Sur tuvo que aguantar en esos años de terrible opresión y persecución.
Después de haber descrito la situación posterior a la independencia, quisiera ahora presentar un botón de muestra algunos casos que muestran claramente la persecución a la que se vieron sometidos prominentes personas y líderes del Sur. Su único pecado fue el no querer doblegarse a las directrices del gobierno. Algunos por su fe y otros por su dignidad humana, se resistieron pacíficamente y aguantaron hasta la muerte.
Tengo en mi poder varios testimonios inéditos que parecen sacados de una película de Ben-Hur. Sobre todo son testimonios de cristianos del Sur ya que la Iglesia, a través de pequeños documentos mecanografiados que se han preservado, ha podido rescatar la memoria de algunas de estas personas que sufrieron la opresión del Norte.
Un botón de muestra:
17 de Febrero de 1964 en Deim-Zubeir
Es de noche, y Bautista Mufigi, mi valiente catequista, está rezando el rosario con su mujer y sus hijas. Entran los policías, lo prenden y se lo llevan.
A unos 200 metros de su casa se encuentra el cuartel de policía. Bautista prevé que esta vez ya no le dejarán libre, ya no volverá. Deja el rosario a la mujer y a las hijas y les dice que continúen rezando por él. Cuando lo arrojan fuera de su choza, les deja su testamento: “Creed siempre todo cuanto nos han enseñado los misioneros; esta noche yo os doy ejemplo, a vosotros, a todo el mundo”
Le piden que reniegue de su fe y que entregue sus hijas a la voracidad y la lascivia de los opresores. Bautista se opone rotundamente, permaneciendo firme en su fe y negándose a entregar a sus hijas. Le desnudan y con látigos hechos de piel seca de hipopótamo (el korbac) le azotan desde el cuello hasta los muslos, no dejando sin heridas ni un solo centímetro cuadrado. Queda todo ensangrentado y, por si fuera poco, le echan polvo de guindilla picante, polvo que se aloja en los orificios naturales, en las aberturas y en los labios sangrantes de sus heridas. Se oían los gritos de lamento y de fortaleza a la vez: “Ngemaa, ngemaa” (eso jamás, eso jamás)
Continúa el flagelo y, al cabo de unas tres horas, aquel hombre, que sigue confesando a Cristo y negándose a entregar a sus hijas, muere. Para aumentar el escarnio, el cadáver de este mártir de Cristo se entrega a los familiares a cambio de 6 libras sudanesas (unas 1000 pesetas de entonces) bajo la pena y la exigencia de que serían deportados o asesinados si no guardaban silencio ante el cadáver o si no revelaban lo ocurrido a los aldeanos. Delante de opresores, soldados y negreros, se obliga a los familiares a cavar su tumba.
Alrededor de las 5 de la tarde de ese mismo día, el maestro Albino Balambala, detenido a las 9 de la mañana, fue encontrado muerto en las mismas condiciones.
En aquellas condiciones, lo heroico no era el morir, lo heroico era el vivir.
Hasta aquí el testimonio de este misionero. Hay cientos de relatos muy parecidos a este que reflejan la lucha de los sursudaneses contra las imposiciones del Norte, ya fuera por el cambio del día de descanso (del domingo al viernes) o por otras decisiones de tipo administrativo o cultural. Fueron miles las personas reprimidas, torturadas, perseguidas… la versión más moderna de este régimen policial fueron las temidas “ghost houses” (casas fantasma), centros de detención y de tortura por los que pasaron muchos ciudadanos, algunos prominentes socialmente por sus dotes de liderazgo, otros simples personas acusadas por otros de promover insurrección. Hasta el presente día, la seguridad o policía secreta de Sudán es uno de los cuerpos que funciona mejor y de manera más efectiva ya que controlan al mismo tiempo los focos de posible insurrección o de descontento social.
El descubrimiento del petróleo en el subsuelo durante los años 80 supuso una vuelta de tuerca más para la población del Sur. Los yacimientos se encontraban casi exclusivamente en el Sur del país, en zonas potencialmente bajo el dominio de fuerzas rebeldes y por tanto el gobierno central decidió tomar cartas en el asunto y arreglar “el problema” de la posible inseguridad en la zona de una vez por todas. Se vallaron los campos petrolíferos y se barrieron literalmente las zonas adyacentes con helicópteros armados con misiles. Miles de personas, especialmente de la tribu Nuer, fueron desplazadas a la fuerza, teniendo que abandonar sus pueblos e huir despavoridas ante los indiscriminados y continuos ataques con misiles aire-tierra. Muchas de las organizaciones internacionales presentes en Sudán en aquel tiempo presentaron en su día estremecedores informes acerca de la brutalidad del régimen, el cual consiguió efectivamente dejar zonas estratégicas de explotación y prospección completamente deshabitadas. Esta vez no era una lucha por conseguir la uniformidad cultural o de religión, sino simplemente una carrera para hacer posible que el estado se embolsara cuanto antes los beneficios del petróleo sin interferencias internas. Para alcanzar ese fin, no hubo trabas por parte del gobierno para emplear los medios más violentos contra la indefensa población civil.
Podría dar más ejemplos de cómo Jartúm ha tratado al Sudán Meridional, pero creo que lo que he contado hasta ahora es suficiente prueba de las “buenas maneras” del gobierno central para con los sursudaneses. Con estos antecedentes, es casi una consecuencia lógica el afirmar que el ciudadano del Sur no se podrá nunca sentir seguro en un Sudán unido, donde las fuerzas de seguridad han aterrorizado y perseguido a tantos miles de personas, donde ha habido un sistema cultural, social y económico que favorecía única y exclusivamente a las personas del Norte. Cuando hubo intentos de paz y de mediación, la gran mayoría se quedaron en papel mojado. Como dijo Abel Alier, uno de los sureños más prominentes, “too many agreements dishonoured” (demasiados acuerdos no cumplidos). A pesar de los documentos, los rimbombantes discursos y las declaraciones de fraternidad e igualdad, la actitud de la casta dirigente árabe con respecto al Sur no ha cambiado en absoluto y es por esto que al llegar el momento del referendum el clamor popular más extendido sea el de la separación.
El Sur de Sudán tiene de por sí sus problemas y sus desequilibrios, pero prefiere solucionarlos sin tener que estar siempre pendiente de los juegos sucios del Norte. La separación supone para ellos un problema menos; en lo que al resto de problemas respecta, ya bregarán con ellos cuando llegue el tiempo de la independencia.
Original en : http://blogs.periodistadigital.com/enclavedeafrica.php