Suelo leer cada día noticias de África en distintas agencias y periódicos francófonos, prestando un especial interés al tema mujeres. Considero un deber, por lo mucho que recibí de las africanas, dar a conocer lo que viven y hacen, tanto en puestos de influencia o poder, como en base.
Hace pocos meses leí un artículo (1) sobre lo que vive un grupo de mujeres nigerinas. Ocasión para refrescar conocimientos sobre el Níger donde se sitúa la vida de estas mujeres. También de actualizar y completar la información, sobre la situación de la mujer en uno de los países más pobres del mundo y comprender mejor la dura realidad que vive este grupo de mujeres
Níger es un país marcado por la pobreza y la inestabilidad política, que recibe su nombre del gran río del Oeste africano que, viniendo de Malí, lo atraviesa. Tiene 1.267.000 km2. Una población de 15.896.700 habitantes y un crecimiento demográfico de 3,9 %. El 50 % de sus habitantes tiene menos de 15 años.
Varios informes de 2010 (2), alertaban sobre el peligro de una hambruna que podría afectar a más de ocho millones de los habitantes y que podría ser más severa que la de 2005. Hoy, como entonces muchas familias se desplazaban hacia la capital buscando alimentos.
La vida no es fácil en este país tan poco favorecido por el clima. En Níger, la amenaza de hambre por falta de lluvias y las invasiones de saltamontes que arruinan las cosechas es recurrente. No podemos olvidar las crecidas del río. En 2010 han producido grandes daños. Todo esto, junto a la corrupción y al mal gobierno, hace que gran parte de la población viva en condiciones de extrema pobreza y que el horizonte de los Objetivos del Milenio, se aleje cada vez más. A pesar de sus grandes reservas de uranio, Níger está clasificado con el nº 174/179 en cuanto a índice de desarrollo humano.
El 60% de las niñas y el 44% de los niños no pueden ir a la escuela. el 38% de los menores de 14 años trabajan; la mitad de las chicas se casan con menos de 15 años, un 20% de los niños mueren antes de cumplir los tres años.
El país también está marcado también por la inestabilidad política y las revueltas tuareg. La presencia de uranio y petróleo, situada en su territorio radicalizan sus las reivindicaciones. Por si fuera poco forma parte del triángulo donde actúan los grupos de Al Qaeda del Zagreb Islámico.
La situación de la mujer es poco halagüeña.
A causa de la influencia islamista las mujeres han conseguido aquí menos derechos que los conseguidos en los países vecinos donde la influencia es menor. En Níger, pocas mujeres han alcanzado el nivel de educación necesario para acceder a puestos de responsabilidad en la administración, o en empresas, como los que han conseguido, por ejemplo, algunas mujeres de Togo, Burkina Faso o Ghana.
La poca voluntad política y el peso de las tradiciones juegan un papel importante en esta situación. Y la explican. Podemos recordar cómo, después de haber firmado en enero de 2006 el Protocolo de Maputo, firmado en 2003, por la mayoría de los jefes de Estado de la Unión Africana, reconociendo los derechos de las mujeres, el Parlamento nigerino lo rechazó, seis meses más tarde por 42 votos contra 31, considerando que “las prácticas condenadas por el protocolo iban contra la religión y las costumbres del país”.
Por la misma razón, impidieron la entrada en el país el mensaje de la Carta Mundial de las Mujeres a la Humanidad. Esta carta recuerda el por qué de la lucha de las mujeres, sus logros, el camino que queda por recorrer y los nuevos retos a los que están confrontadas: el sida, la trata de mujeres y las violaciones como arma de .guerra.
Para dar a conocer este documento y el movimiento Marcha Mundial de las Mujeres, nacido en Pekín, las mujeres había organizado en el 2005 un relevo que partió del Brasil el 8 de marzo para llegar a Burkina Faso en octubre después de hacer escala en 50 países de los que 14 eran africanos. Níger no aceptaba el mensaje y cerró las fronteras al grupo de mujeres de Burkina que quisieron llevarla a sus hermanas del país vecino (3).
La ONG franco-nigeriana, “Tarbiyya Tatali”, cuyo nombre en lengua hausa significa “Ayuda al auto desarrollo, denuncia la situación de pobreza, vulnerabilidad y marginación de la mujer en Níger. Señala la inferioridad en la que se encuentran con relación a los hombres en el ámbito jurídico, el acceso al empleo, a la educación y a los medios de producción. También denuncia los bloqueos socioculturales, que son muy fuertes a la hora de aplicar algunas leyes que favorecerían la autonomía y la promoción de la mujer (4).
No obstante existen asociaciones de mujeres que trabajan en medio de grandes dificultades para sus derechos sean reconocidos y se puede decir que la supervivencia de muchas familias depende del esfuerzo de ellas. Un ejemplo bien duro es el de las humildes vendedoras de arena.
La dignidad de este pequeño grupo de mujeres merece ser conocida
Una historia que ilustra bien la lucha por sobrevivir de un grupo de mujeres muy pobres.
Salimata tiene 25 años, aunque parece tener muchos más. Lleva tres años trabajando como vendedora de arena en Niamey, la capital. Reconoce que gracias a él, ha podido salir del infierno en el que había caído. Expulsada de la familia por haberse quedado embarazada, tuvo que abandonar la escuela y el pueblo. Llegó a la gran ciudad sin conocer a nadie. Para sobrevivir tuvo que recurrir a la mendicidad y a la prostitución, sufrió marginación, malos tratos y abusos hasta el día que encontró ayuda.
Pudo unirse a un grupo de mujeres que vendían arena por su cuenta, sin intermediarios. Un “negocio” que no necesita invertir otro capital que la propia fuerza física y la fuerza moral de una voluntad, que quiere salir adelante sin mendigar.
Mientras encuentra otra cosa mejor, Salimata se aferra a este trabajo que, aunque es muy duro, le ha permitido escapar a la mendicidad y recobrar la dignidad. Es cierto que, cuando regresa a casa, está agotada y rota. Tan cansada que a veces le cuesta dormirse y sueña despierta. Sueña con encontrar otro trabajo menos agotador y que le permitiera ganar más. Pero sobretodo sueña con el porvenir que su hija podrá tener, gracias a la educación que recibe en un Centro de acogida para niños de familias en dificultad.
No gana mucho, un promedio de 1,5 euros al día, pero se organiza bien y puede subvenir a sus necesidades, reducidas al mínimo.
La historia de Salimata ilustra bien la cruda realidad de un grupo de unas 200 mujeres instaladas a las afueras de Niamey. Hacen un trabajo en condiciones infrahumanas y que las lleva al límite de sus fuerzas, pero que, para ellas, es la única opción a la mendicidad.
Mujeres que eligieron la dignidad de un duro trabajo a la mendicidad
Las encontramos en grupos en las afueras de Niamey capital de Níger. Las hay de todas las edades. Se instalan allí donde pueden encontrar arena fácil de coger, al borde de campos de cultivo, en el lecho de los ríos o en canteras abandonadas. Sentadas en el suelo rodeadas de los montones que han ido formando, piernas extendidas y cedazo en mano, envueltas en nubes de polvo, tamizan sin parar. Tienen que separar la arena de la tierra y piedras que pueda tener.
Hacen un trabajo duro y peligroso, aunque no lo sea tanto como, el de los hombres que sacan la arena directamente buceando en el fondo del río Níger, como los vemos en Malí. Si, muchos de ellos, dejan la vida en el vientre del río “que se los traga”, todas las mujeres que, hacen este trabajo, arruinan su salud por el polvo que tragan y el enorme esfuerzo que tienen que hacer para llevarla a la ciudad.
Encorvadas por el peso de los dos recipientes que cuelgan de los extremos de la varas de madera que llevan sobre los hombros, hacen varias veces al día un trayecto, de muchos kilómetros, que se hace más largo con el paso de las horas y el peso de la fatiga.
Para evitar los intermediarios que las explotaban se han organizado para vender directamente la arena que recogen. La venden a albañiles que hacen pequeños trabajos de reparación y en casas particulares para el suelo de los patios. Por 20 kilogramos de arena reciben poco más de 0,50 euros. Como el pequeño “negocio”de las vendedoras de arena no representa un peligro para los grandes negociantes que emplean camiones para su transporte, nadie la molesta y las dejan tranquilas hacer este trabajo que les permite sobrevivir sin tener que mendigar.
Los que conocen o ven pasar por las calles de Niamey a las vendedoras de arena las respetan por su coraje.
Cuando estas mujeres dejaron sus poblados para venir a buscar trabajo a la ciudad, no pensaron que tendría que hacer un trabajo tan duro. Las muchas horas de tamizado de arena afectan sus pulmones, esto, junto al gran esfuerzo que tendrán que hacer para trasportarla durante varios kilómetros hasta la ciudad, las envejece prematuramente.
Aunque, la elección entre la mendicidad y un trabajo tan duro, merezca el elogio de “Las vendedoras” de arena, la situación que las obliga a hacerlo y las condiciones en las que este trabajo se hace, en pleno siglo XXI, merece denuncia, condena y el apoyo de todos para que los Objetivos del Milenio, que conciernen a las mujeres desde distintos puntos de vista, se vayan haciendo realidad.
(1) Souleymane Maâzou, Vendiendo arena para sobrevivir, IPS, 17-8-2010
(2) F.Reche, Mujeres de África su fuerza social y sus luchas, p.31, África presente y futuro, Universidad de Sevilla ,2007
(3) Artículos de BBC Mundo, Allafrica, Jeune Afrique; Iinformes OMS, FAO, UNICEF
(4) Web de la ONG“Tarbiyya Tatali”