
La situación en Sudán es más que una crisis, es una herida abierta en el corazón de nuestra humanidad, un reflejo desolador de cómo la violencia puede consumir vidas y valores en un instante. Los números son abrumadores, sí, pero detrás de cada estadística hay un ser humano, un rostro, una historia de dolor y despojo que clama por nuestra atención y, sobre todo, por nuestra acción.
Es incomprensible y moralmente inaceptable que, en pleno siglo XXI, hospitales como el Eldaman de Al Obeid sean bombardeados, arrebatando la vida a trabajadores de la salud y dejando a pacientes y personal atrapados en la línea de fuego. ¿Cómo es posible que una instalación dedicada a la «sanación y la esperanza» se convierta en un campo de batalla? La misma pregunta surge cuando las instalaciones del Programa Mundial de Alimentos en El Fasher, vitales para la supervivencia de millones, son atacadas. Esto no es solo una violación del derecho internacional humanitario; es una agresión directa contra la compasión, contra la vida misma. Y lo más doloroso es que estos actos, perpetrados por las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), se dan en un silencio ensordecedor, mientras la situación humanitaria se deteriora sin freno.
Más de 13 millones de personas han sido arrancadas de sus hogares. Piensen en ello; 13 millones de sueños rotos, de infancias perdidas, de futuros inciertos. De ellos, 8,1 millones son desplazados internos, vagando por su propia tierra, y otros 4 millones han cruzado fronteras, buscando un refugio que a menudo apenas pueden ofrecer los países vecinos, como Chad, ya desbordado por una afluencia sin precedentes. Cada historia es un grito silencioso. Es la abuela que lo perdió todo, el niño que no entiende por qué su casa ya no existe, la madre que vela por sus hijos bajo un sol inclemente sin saber de dónde vendrá la próxima comida. ¿Podemos realmente dormir tranquilos sabiendo que esto sucede?
La guerra entre el Ejército sudanés y las RSF no es un conflicto lejano de geopolítica abstracta; es la manifestación más cruel de la incapacidad humana para resolver diferencias sin recurrir a la barbarie. Las acusaciones de que se violan los derechos humanos, que se impide el acceso a la ayuda vital, que se siembra el terror sin piedad, nos obligan a mirarnos en el espejo. ¿Dónde está la indignación colectiva? ¿Dónde la presión efectiva para detener esta masacre? La indiferencia global no es una opción; es una complicidad silenciosa.
Es hora de reflexionar profundamente sobre nuestra responsabilidad como comunidad global. La humanidad en Sudán no puede seguir siendo un mero titular de noticias que se pierde entre la vorágine informativa. Exigimos más que condenas, exigimos acción. Exigimos protección para los civiles, acceso ininterrumpido para la ayuda humanitaria y una voluntad política real para llevar a los responsables ante la justicia y, finalmente, construir una paz duradera. El futuro de Sudán, y la credibilidad de nuestra propia humanidad, depende de ello.
Javier Moisés Rentería
[CIDAF-UCM]
