En los últimos dos meses, CIDAF-UCM nos ha recordado 12 veces que la guerra interna en Sudán todavía continúa. Los titulares no han sido esperanzadores: “Las relaciones entre Sudán y Chad se deterioran” (20/12/2023); “Cunde el cólera en un Sudán castigado por la guerra” (27/11/2023); “Sudán suspende las relaciones con la IGAD” (18/01/2024); “El Consejo Europeo sanciona 6 entidades implicadas en la guerra de Sudán” (26/01/2024). Pronto habrán sido cuatro años de golpes de Estado y guerra fratricida. Tras varios meses de protestas diarias contra el alto coste de la vida y contra el régimen, el 11 de abril de 2019, después de casi 30 años en el poder, Omar al-Bashir fue depuesto por los militares. En teoría, la transición la iba a llevar a cabo un gobierno de civiles, supervisado por un Consejo de Soberanía liderado por militares. No funcionó. Y los islamistas, muy influyentes en tiempos de Al-Bashir, pensaron que podían dar un golpe de Estado, y que los militares los apoyarían. El golpe fracasó el 21 de septiembre de 2021. El general Mohamed Hamdan Dagalo, “Hemeti”, jefe de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) y número 2 del Consejo de Soberanía, declaró que el intento de golpe había sido causado por el mal gobierno de los civiles. Y según el general Abdelfatah Al-Burhan, presidente del Consejo, había que disolver ese gobierno, presidido entonces por Abdalla Hamdok. La disolución, efectuada el 25 de octubre de 2021, marcó el final de una auténtica transición hacia la democracia. El 21 de noviembre, los militares restablecieron a Hamdok como primer ministro. Hamdok dimitió el 2 de enero de 2022. Al sol que más calentaba, es decir a Al-Burhan al mando del ejército, y a Hemeti y sus Fuerzas de Apoyo rápido, se habían unido en octubre de 2021 algunos disidentes de las Fuerzas para la Libertad y el Cambio (FFC, coalición de partidos políticos y asociaciones que en enero de 2019 se habían opuesto al gobierno supervisado por militares), así como dos grupos armados de Darfur que habían firmado el acuerdo de paz de Juba de octubre de 2020 y ahora formaban parte de los órganos de transición: la facción Minni Minnawi del Ejército de Liberación de Sudán (SLA) y el Movimiento Justicia e Igualdad (JEM) de Jibril Ibrahim.
“Tres años después de la caída de Omar al-Bashir, Sudán al borde del colapso”, tituló el 4 de noviembre de 2022 la periodista de Radio France Internationale (FRI) Alexandra Brangeon. Los civiles, a excepción de los islamistas, se negaban a entrar en un gobierno de militares. Los tribunales acababan de absolver a una veintena de miembros del antiguo régimen, que los militares parecían estar rehabilitando. En ese contexto tan incierto, los países donantes habían suspendido la ayuda. La inflación estaba oficialmente en el 260 %, y según el Programa Mundial de Alimentos, 9 millones de sudaneses (de una población de 44 millones) sufrían hambre aguda. Y para colmo de males, en abril 2023 Hemeti y Al-Burhan se enzarzaron en una guerra que ha incendiado Sudán y obligado a varios millones de sudaneses a huir de sus hogares. Hemeti, miembro de la tribu árabe Rizeigat en el Darfur, fue líder de los janjaweed durante la guerra de Darfur (2003-2020), y general de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) desde su creación por Al-Bashir en 2013. Se le atribuye la responsabilidad de asesinatos sistemáticos de civiles y violaciones en Darfur en 2004, 2014 y 2015, y en Jartum en 2019.
Sudán está hoy cortado en dos en dirección este-oeste. La milicia de Hemeti controla gran parte de la capital, con el ejército regular estacionado en unas pocas bases y barrios de Omdurman. Los hombres de Hemeti también controlan el oeste, Darfur, así como parte de Kordofán. En todas las zonas controladas por las RSF se denuncian violaciones muy graves de los derechos humanos, cometidas directamente por los hombres de Hemeti o por milicias árabes locales vinculadas a las RSF. El ejército regular bajo el mando del general Al-Burhan, respaldado en gran medida por los islamistas del régimen de Omar Al-Bashir, se ha trasladado a Port Sudan. Controla el este y el norte del país, el valle del Nilo, de donde proceden las clases económicas, militares y políticas de los sucesivos gobiernos desde la independencia del país. Y al igual que en el antiguo régimen, Al-Burhan lleva a cabo una política represiva contra cualquier opositor.
¿Qué decir entonces del dolor de los familiares de los muertos, de los desplazados, y de quienes han perdido lo que con años de sudor y trabajo habían construido? En la página web de “One Off Contemporary Art Gallery” de Nairobi, leo la biografía del conocido artista Rashid Diab. Estos son algunos datos: Nacido (1957) en Wad-Medani, a orillas del río Nilo Azul en Sudán, se matriculó en la Facultad de Bellas Artes y Artes Aplicadas de Jartum. Graduado en 1978, obtuvo una beca para asistir a la Universidad Complutense de Madrid, donde se licenció en pintura y grabado. En 1991 obtuvo un doctorado sobre el tema «Arte tradicional y contemporáneo sudanés y sus múltiples extensiones«. Sus obras son coleccionadas por museos nacionales, bibliotecas y coleccionistas privados de todo el mundo. En 1999 regresó a Jartum para promover la escena artística en Sudán y abrió en Jartum la primera galería de arte profesional, Dara Art Gallery. En 2005 inauguró el “Rashid Diab Arts Center” @Rashid_DiabAC, organización sin fines de lucro dedicada a «la erradicación del analfabetismo cultural”. Refugio de artistas, allí se homenajeó a la cultura sudanesa hasta el estallido de la guerra en abril de 2023. Rashid Diab ha tenido que huir de su casa, de su familia, de su vida y de su país, de vuelta a España, donde sigue trabajando como pintor.
Y en la misma página web de “One Off Contemporary Art Gallery” me fijo en el primer párrafo de lo que Rashid Diab declaró en diciembre de 2023:
“Todo se ha hundido. La guerra que asola Sudán se está convirtiendo en un barrido de nuestra civilización. Suspendida sobre el país está la oscuridad. Estoy tratando de retratar la violencia abrupta que acabo de vivir y que todavía estoy procesando, el distanciamiento de la familia y amigos, el desarraigo de mi casa, biblioteca, propiedad, mis miles de obras de arte, la galería y el centro de arte. Toda mi carrera, infinidad de premios, certificados… Un total de 45 años de dedicación a mi pueblo se ha esfumado en un instante. Siento impotencia en la distancia, por el incesante abuso de los derechos humanos, la falta de humanidad y empatía a la que yo y todo Sudán hemos sido sometidos. La destrucción de la infraestructura y, lo que es más importante, de la unidad y la cohesión social. Una vez más, el tribalismo y el racismo aumentan, el genocidio y las masacres son rampantes”.
Ramón Echeverría
CIDAF-UCM