Los británicos son como las cortesanas, dignos en su indecencia e indignos de su decencia. Prohibieron la esclavitud en la provincia de El Cabo pero en su esplendor victoriano no tardarían en promulgar actas sobre la propiedad de la tierra. Semilla del posterior apartheid que privaba de la propiedad a los medio negros o coloureds y que [no] decir ya de los que eran azul marino. Y así los que hablaban aquel holandés, que en afrikaans se convertiría gracias a las insolaciones, a golpe de carromato se echaron a caminar hacia el polvoriento interior dejando tras de sí las leyes inglesas y las fértiles colinas de El Cabo para adentrarse en el desolado Karoo. Valles Marineris en la tierra. Resumiéndose así la historia más reciente de la colonización de Africa del sur.
Aventureros, busca vidas, campesinos y todo un abanico de gente sin formación alguna que fue poblando y dando forma a la actual vasija social de Sudáfrica. Un tropel de barbudos de mal carácter con la puntería del diablo y un corsé mental que les impedía ver más allá de los pasajes de sus biblias allende de las cueles, solo moraba la inmoralidad. Afrikaners y demás gente del erial; menuda tropa. Aun así, antes ellos que los británicos; sin duda alguna. El espacio vacío entre Johannesburgo y Cape Town es estepario y ocre. Monótono. Tierra de camioneros alejado del glamour urbano que destila la presumida costa del país llena de gente guapa.
Psicópata de la ruta, tenía especial interés por llegar a Beaufort West, que recuerda un poco a esas medianías o travesías del sur de la isla, peladas y llenas de velillos, toyotas y escopetas; ambas. Lugares donde es posible que tu padre también pudiera ser tu tío…Pero tiene su glamour Beaufort West pues en él vino al mundo un tal Christiaan Barnard; más recordado por ser el responsable del primer trasplante de corazón con éxito. Hijo de un pastor calvinista, no podía ser de otra manera, supuso la muerte de su hermano, a causa de una afección cardiaca, quizás el catalizador que le precipitó a estudiar medicina. Su éxito le catapultaría de los quirófanos a las portadas del TIME, LIFE o PARIS MATCH. Recibido por el Papa e incluso atribuyéndosele algún restregón con la “picuda” Gina Lollobrigida, la Sofia Loren de bolsillo, se convirtió en todo un personaje mediático; quizás tras Nelson Mandela, el más prolífico de los sudafricanos.
En Beaufort West poco o nada se puede hacer pues como genuina encrucijada que es, vive del agotamiento de los conductores y a las cuatro de la tarde no hay un alma en la calle y si eres blanco y deambulas por ahí, las miradas de cortinas te crucifican. La proliferación de Bottle stores deja claro que el alcoholismo campa a sus anchas. Un coctel perfecto que define algo la cruda Sudáfrica interior donde una devoción religiosa preñada en el miedo al castigo divino, la violencia sexual y la cultura de las armas, de la mano del más auténtico y afilado racismo Made in Suidafrika, escenifican un Walking dead inmejorable. Y es que la vieja Africa del Sur aún goza de una salud racial excelentísimamente cruel. Alguna fulana coloured con un ramal de hijos que se asemejan a una familia de suricatos, te silva y el viento arrastra las ramas así que es hora de volverte a la granja de huéspedes donde vas a dormir. Evidentemente en la “ciudad” hay un pequeño museo dedicado a su hijo prodigo; el resto son talleres de camiones, criaderos de corderos y una preciosa colección de casas coloniales convertidas en hospedajes para los que machacan él cuenta millas.
La venta de alcohol se clausura el sábado desde el medio dia hasta el lunes. La razón reside en prevenir escándalos y altercados en los oficios religiosos del domingo a los que no acudir en un lugar como Beaufort West, casi roza la herejía. Así que la cola en el Bottle store a al borde del mediodía del sábado para reunir munición con la que ver el rugby y hacer el braai – asar carne – es de proporciones bíblicas. Ni que decir tiene que me puse ciego de cordero y cerveza Castle y que dormí como un ceporro en un camastro de 1904 contando los corderitos. Si alguna vez caen por aquí camino de dios sabe dónde, les recomiendo el Beaufort Manor Country Lodge. Una hacienda idílica donde descansar y comer.
Con Beaufort en el retrovisor y en una mañana helada pues en invierno te congelas y en verano es un microondas, entras en el verdadero corazón del Karoo donde apenas vive gente y los cruces se anestesian en casas abandonadas cuyos huéspedes hace tiempo que se marcharon. Aunque a mí lo que me pone mucho es pararme en la encrucijada de la N1 con la R328 hacia Prince Albert donde todo se asemeja a un extrarradio de Chernóbil. Me sale la vena apocalíptica y me paro a sacar fotos y curiosear.
Según te vas acercando a Ciudad del Cabo, las poblaciones empiezan a ser más consistentes y todo empieza a ser un poco más creíble. Y de repente De Doorns. Una municipalidad desastre que parece sacada de El Congo y que ostenta uno de los mayores grados de desnutrición del país. Su población es eminentemente negra y trabaja en función de las cosechas estacionales. Es paradójico que la fértil provincia de El Cabo, la despensa de todo el país, ostente estos problemas de hambre. El alcohol, la prostitución y el sida, que aquí deambula por las aceras, son la carta de presentación de este arrabal. Las chabolas o Townships en el argot local, escoltan ambos lindes de la autovía y atravesarla supone esquivar peatones, borrachos, macacos, cabras y camionetas sobrecargadas de aparceros en los arcenes; un lugar envidiable para tener una avería siendo culo pálido al atardecer. Insisto, no deja de ser paradójico pensar que en apenas tres horas estarás en la coqueta y diáfana Ciudad del Cabo. Así es Sudáfrica; un precioso cajón desastre que nunca sabes lo que te va a ofrecer al abrirlo.
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