Souhayr Belhassen, mujer árabe, musulmana y guardiana de las libertades

27/11/2012 | Crónicas y reportajes

Durante su mandato al frente de la Federación Internacional de los Derechos Humanos, la tunecina Souhayr Belhassen ha logrado atraer la mirada de la comunidad internacional sobre esos “valles de lágrimas y de sufrimientos” que son el mundo árabe y África.

La adopción de una ley sobre el aumento de la representación de las mujeres en la vida política en Burkina, la prohibición de las mutilaciones genitales femeninas en Uganda y el nombramiento de una representante especial del secretario general de las Naciones Unidas para las violencias sexuales en los conflictos armados, son primero y ante todo el fruto del combate enérgico de una mujer africana: Souhayr Belhassen.

Conducida a la cabeza de la Federación Internacional de las ligas de los Derechos Humanos (FIDH) en abril de 2007, esta tunecina ha intentado corresponder a las mujeres del continente que le ha visto nacer en 1943 al lanzar, el 8 de marzo del 2009, la campaña “África para los derechos de las mujeres”, animando a los Estados africanos a ratificar la Convención de las Naciones Unidas sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. La primera mujer en dirigir la más importante “multinacional” de los Derechos Humanos ha logrado sumar a la causa de sus cofrades africanas a una centena de asociaciones. El balance del primer año de la campaña, apoyada por dos premios Nobel de la Paz, el surafricano Desmond Tutu y la iranita Shirin Ebadi, así como por varios artistas africanos de renombre, entre ellos Tiken Jah Fakoly y Salif Keïta, es halagüeño. Tenaz, su iniciadora estima, sin embargo, que lo más duro está por hacer. “Los pocos progresos registrados no deben hacernos olvidar que las mujeres africanas sufren todavía inaceptables violaciones de sus derechos más fundamentales”, ha recalcado.

A la cabeza de la FIDH, Souhayr Belhassen ha proseguido una evolución iniciada en 2001. Ese año, el representante de un país africano, el abogado senegalés Sidiki Kaba, accede a la presidencia de la federación. La primera representación. Hasta entonces, solo los occidentales habían dirigido la organización. Al apoyar la candidatura de una mujer africana, árabe y musulmana en detrimento de la del colombiano Luis Guillermo Pérez, a quien le reconocía sin embargo numerosas cualidades, Sidiki Kaba ha declarado querer atraer más la atención de la comunidad internacional hacia esos “valles de lágrimas y de sufrimientos” que son el mundo árabe y África.

Investigar, demostrar y denunciar…

El primer presidente africano de la organización internacional, fundada en 1922 y de importancia hoy día con sus160 miembros, no ha sido decepcionado. La antigua vice-presidenta de la Liga tunecina de defensa de los Derechos Humanos (LTDH) ha apelado a todas las sutilezas de su oficio de periodista que ha ejercido durante una veintena de años en la agencia Reuters y en la Jeune Afrique para defender a los oprimidos. Para ella las tareas de periodista y defensor de los derechos humanos coinciden. “Cuando se es periodista, se investiga, se prueba y se denuncia. En la FIDH se hace lo mismo. Se investiga. Se da voz a los sin voz, se hacen públicas nuestras investigaciones y se denuncia. Hay una continuidad en todo lo que me anima desde hace treinta años”, subraya.

Aunque sus funciones la llaman a oscilar “en el universal absoluto” esta diplomada del Instituto de estudios políticos de París ha concentrado sus esfuerzos en los países del Sur, “donde la ola portadora de esperanza hacia la democracia y los derechos humanos que inauguró la caída del muro de Berlín y la desaparición de la URSS ha venido a morir en sus costas, ahogada por la voluntad de los regímenes despóticos de acaparar el poder y las riquezas de su país”.

Si sus proezas son los progresos registrados a nivel de la condición de la mujer africana, Souhayr ha contribuido a numerosos avances en el ámbito del respeto a la dignidad humana. Además del ejercicio rutinario de la denuncia de golpes de estado militares, de la ofensiva israelita en Gaza o incluso del acoso del que hacen objeto a los militantes de los derechos humanos, la presidenta de la FIDH ha contribuido a convencer a las autoridades senegalesas de mantener en su suelo al antiguo presidente chadiano Hissène Habré, acusado de crímenes contra la humanidad, durante todo el proceso judicial ante la más alta Corte de las Naciones Unidas. También ha puesto en apuros, en septiembre pasado, al presidente gambiano Yahya Jammeh al boicotear la 46 sesión de la Comisión Africana de los Derechos Humanos y de los Pueblos (CADHP) que su país albergaba. Algunos días antes de este acontecimiento, el hombre fuerte de Banjul había amenazado públicamente con matar a los que quisiesen desestabilizar a su gobierno, incluidos los defensores de los derechos humanos.

Mujer de convicción y de acción

A diferencia de otros defensores de los Derechos Humanos originarios de los países del Sur, Souhayr Belhassen no ha sido acusada de hacer el juego a los países del Norte y de perpetuar una: “justicia internacional de blancos”. Y la razón: La antigua periodista no ha dudado en denunciar con vehemencia, en junio de 2008, la adopción por el Parlamento Europeo de la directiva “retorno” que permite a los países del viejo continente mantener en prisión a los emigrantes en situación irregular. La presidenta de la FIDH ha denunciado un texto “que da un duro golpe a la universalidad de los derechos humanos” el mismo año del 60 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. “Al adoptar este texto, el legislador europeo deja entender que los emigrantes no son seres humanos como los demás, dotados de derechos y con respecto a los cuales los Estados tienen obligaciones”, ha respondido con fuerza.

Educada de manera burguesa y conformista

Pero, ¿esta tunecina educada de manera burguesa y conformista por su madre de dónde saca su fuerza? Souhayr Belhassen es en primer lugar una digna hija de su padre indonesio, del que ella no ha heredado únicamente los ojos ligeramente rasgados y la fina nariz. Fue la expulsión de su padre de Túnez, a comienzos de los años 50, por su participación en la lucha contra la ocupación francesa, la que despertó su conciencia política. Su compromiso en la defensa de los derechos humanos remonta al 5 de junio de 1967, cuando los musulmanes tunecinos saquearon los almacenes de sus conciudadanos judíos en reacción al desencadenamiento de la Guerra de los Seis Días. Denuncia las violencias sufridas por la comunidad tunecina y se adhiere a la LTDH. En el seno de la decana de las organizaciones de defensa de los derechos humanos en el mundo árabe y en África, pone toda su fuerza de convicción, en 1984, para salvar de la horca a 18 jóvenes tunecinos que habían participado en los “motines del pan”.

En 1993, denuncia en una petición de apoyo a las mujeres argelinas el “silencio culpable” del régimen tunecino en relación con la situación de su vecino. Entonces se le hace comprender que debe hacer las maletas y dejar el país. Su exilio durará cinco años.

De vuelta a Túnez, reemprende su combate en el seno de la LTDH, de la que llega a ser vice-presidenta en noviembre de 2000, después forma parte del gabinete director de la FIDH en 2004 antes de tomar el mando.

Por WALID KÉFI, TÚNEZ

Publicado en www.lesafriques.com

Artículo seleccionado y traducido para Fundación Sur por Asunción Orench.

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