Paul Nicholson, ganadero jubilado, vive en un caserío de Ispaster, en la costa vasca. Fue promotor y es miembro activo de La Vía Campesina, movimiento internacional, interlocutor de la FAO y presente en 73 países de 4 continentes, que agrupa a dos millones y medio de familias. Promueve la Soberanía Alimentaria, cuida la tierra, protege las plantas y semillas autóctonas, y se opone al modelo neoliberal de producción y mercado agroindustrial.
¿Cómo y para qué nació Vía Campesina?
– La Vía Campesina nació en 1993. Es un movimiento internacional que agrupa a campesinas y campesinos, pequeños y medianos productores, pueblos sin tierra, indígenas, migrantes y trabajadores rurales, para tener una voz en común. Es una organización autónoma, pluralista y multicultural que promueve la agroecología como un camino hacia la justicia social y la dignidad. Defiende la agricultura campesina frente a los agronegocios y al modelo de economía capitalista neoliberal, productor de injusticia y del inquietante cambio climático que pone en riesgo la vida del ser humano y del planeta. Nuestro movimiento ha alumbrado la idea y la práctica de la Soberanía Alimentaria. Y nuestras decisiones nunca se someten a votación, siempre las adoptamos por consenso, lo que -siendo como somos tan diversos- lleva mucho tiempo de diálogo y trabajo en nuestras reuniones.
¿Su movimiento es anticapitalista?
-Vía Campesina es un movimiento plural y dispar. Pero se posiciona en contra del neoliberalismo económico y cultural. Tenemos buenas relaciones con la FAO y la ONU, pero jamás tomaremos café ni negociaremos con el Banco Mundial, ni con la Organización Mundial de Comercio.
¿Hay algo común de espiritualidad en todas las culturas campesinas en el amor y cuidado de la tierra y los alimentos?
– Sin duda. Nos vincula la relación con la madre tierra, ama lurra, pachamama. Cuando celebramos nuestras reuniones internacionales a las que acudimos personas de culturas y tradiciones religiosas y espirituales o laicas muy diversas, cada sesión comienza, por la mañana, con lo que llamamos “una mística”. Suele durar un cuarto de hora y un grupo la prepara cuidadosamente: hay lectura y recitación de textos, silencios, cantos y gestos corporales.
¿Ustedes ha tenido relación con el papa Francisco?
– Nos ha gustado mucho la excelente encíclica Laudato sí, sobre el cuidado de la casa común, del papa Francisco, con quien hemos tenido, en tres ocasiones diferentes, largas conversaciones. En los encuentros, en Roma y Bolivia, siempre ha puesto de relieve el triple derecho a la tierra, a la vivienda y al trabajo digno.
¿Qué aportan ahora en el mundo los pequeños agricultores campesinos?
– El 30% de la población del planeta somos campesinos. Hay datos, bien contrastados, que indican que los pequeños agricultores, en un 70% mujeres, son quienes alimentan al mundo. La suma de sus pequeñas producciones, que llegan a los mercados locales, representa el 70% de los alimentos que consumimos los seres humanos. El otro 30%, fundamentalmente maíz y soja transgénicos destinados a animales de instalaciones ganaderas, se produce en grandes explotaciones orientadas a la agroindustria. Pero, mientras la agroindustria -debido al transporte, el uso de plásticos y los métodos de producción y consumo- es la causa del 55% de los gases que calientan la Tierra, la agroecología cuidadosa de los pequeños cultivadores, mantiene las semillas, la biodiversidad, la cultura y sabias prácticas campesinas, y contribuye a enfriar el planeta. Notamos ya los efectos del cambio climático, en la creciente falta de agua y el aumento de las temperaturas, especialmente las nocturnas, que están afectando negativamente a la producción alimentaria en todo el planeta. También nos preocupa la fuerte erosión vinculada a malas prácticas agrícolas y forestales. En nuestro territorio cercano, mientras la política y la gestión forestal en Navarra son ejemplares, Gipuzkoa es una de las áreas más erosionadas de Europa.
El hambre y la desnutrición son uno de los más grandes problemas de la humanidad. ¿Cuál es la situación actual?
– Los datos que aporta la FAO son la más clara muestra de injusticia y desigualdad en el mundo. 800 millones de personas pasan hambre a diario y 1.500 millones padecen malnutrición. Sin embargo esas grandes carencias confluyen con los excedentes. Hoy se está produciendo globalmente el 150 por ciento de todas las necesidades alimenticias, lo que resulta un despilfarro. El hambre en el mundo no es consecuencia de problemas naturales o técnicos, sino el resultado de una mala distribución y del fracaso de políticas económicas y agrarias neoliberales excluyentes, especialmente hacia la agricultura familiar. La causa principal son los Tratados de Libre Comercio que determinan los precios, el flujo de los alimentos y la deslocalización de la producción, creando situaciones de explotación entre los jornaleros, hombres y mujeres. En Navarra el espárrago fue un cultivo extendido y de alto valor social, pero hoy la extensión del cultivo es pequeña y, como todo el mundo sabe, las conserveras embotan, sobre todo, la planta que se cultiva en China y Perú.
¿Se puede alimentar a toda la población mundial con la agricultura ecológica?
– Sí se puede. Y al par garantizamos una tierra bien tratada para las generaciones futuras. Yo recomiendo leer el libro Agroecología: Ciencia y Política de Peter Rosset, investigador y profesor en Universidades de Michigan, Londres Y Nicaragua, editado por Icaria. Lo sé también por experiencia. He visitado Cuba, el país del mundo donde más se ha desarrollado la agricultura ecológica, porque, debido al bloqueo, no tiene acceso a semillas ni fitosanitarios, y es envidiable el nivel de formación agroecológica de los campesinos. También conozco la experiencia Presupuesto Cero extendida en la India: es el desarrollo de una agricultura local, con transmisión de formación y saberes campesino a campesino, sin necesidad de comprar semillas, fertilizantes o maquinaria fuera del país; reúne ya a millones de campesinos en un proyecto muy atrevido e innovador, que ha interesado a la FAO y a investigadores de varios países.
La distribución y comercialización de los alimentos ha sido tradicionalmente el talón de Aquiles de la agricultura campesina: los intermediarios se llevaban la parte del león, imponían precios de compra a los labradores desunidos y los encarecían al consumidor. ¿Las alianzas de productores y consumidores en cooperativas tienen papel en el presente y futuro?
– La comercialización siempre es un problema para nosotros, agudizado por la pérdida de los mercados locales y comarcales, y la desaparición de relaciones personales directas entre agricultores, pequeños comerciantes y consumidores. Los grupos de consumo están bien, pero no siempre las cooperativas son la solución, porque conocemos grandes cooperativas que hacen el mismo papel que las multinacionales. La relación campo-ciudad a través de la alimentación y la atención al medio ambiente es un debate necesario y pendiente, para buscar puntos de encuentro a partir de las necesidades de productores y consumidores ciudadanos, que deseamos otro estilo de vida.
Vía Campesina denuncia la creciente privatización de bienes comunes en todos los continentes. El agua se privatiza. La tierra se concentra más y más en pocas manos. Y unas pocas empresas transnacionales controlan la producción y comercialización de semillas y alimentos básicos, de abonos y productos fitosanitarios.
– China e India, para alimentar a sus grandes poblaciones asiáticas, y empresas trasnacionales acaparan enormes superficies de cultivo en más de treinta países de África. En nuestro mundo hay disputa y guerras por el agua: Nestlé, primera empresa mundial dueña del cacao y el café, la principal en el control de la producción de leche, y una de las que dominan los mercados de cereal, es también la cuarta propietaria del agua embotellada del planeta. Bayer, que recientemente ha comprado a la gigantesca Monsanto, es la que manda en la agroquímica y la que comercializa con la marca Round Up, un herbicida de uso generalizado, el glifosato, contra el que los movimientos sociales mantenemos una fuerte batalla por sus efectos cancerígenos, que Bayer considera difíciles de probar.
Los alimentos representan una necesidad vital. ¿Se han convertido en una mercancía más?
– Los alimentos son mucho más que una mercancía. No sólo hablamos de bienes a los que las personas tienen derecho, sino también de productos con un valor cultural, y de cultivos que juegan un papel medioambiental y mantienen paisajes vinculados a la vida propia de cada pueblo. Los alimentos tienen un valor estratégico y los mercados alimentarios son desastrosos. Es verdad que en todo el mundo los precios de los alimentos están siempre por debajo de su coste real de producción, y que sin la PAC (Política Agraria Comunitaria) no podría haber agricultura, ni buena, ni mala, pero las subvenciones están muy injustamente repartidas: se destinan más a la propiedad de la tierra que al trabajo agrícola, y un 80% de las ayudas las recibe un 20% de propietarios. Pero, además la política de ayudas en EEUU y Europa, orientada a la exportación, es destructora de la capacidad productiva internacional, creadora de hambre. Ya no es válido hablar de Seguridad Alimentaria, se impone hablar de Soberanía Alimentaria, requisito previo para asegurar los alimentos culturalmente adecuados y suficientes a que todas las personas tienen derecho.
En 1997 Vía Campesina alumbró la idea y práctica de la Soberanía Alimentaria. ¿En qué consiste?
– La Soberanía Alimentaria es el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas de producción y comercialización agrarias. El derecho a producir alimentos, acceder a los recursos naturales, y defender la agricultura local, dándole prioridad sobre una agricultura para la exportación. Es también el derecho ciudadano a saber y decidir qué comemos, quién lo produce y cómo se produce. El derecho a rechazar una comida que consideramos perjudicial para nuestra salud, nuestra cultura o nuestra posición económica. Se refiere también al derecho de los campesinos a determinar las políticas de su propio desarrollo rural, y al derecho de los agricultores y trabajadores rurales a definir o negociar los precios de los productos y sus condiciones sociolaborales. Es un derecho ciudadano mundial que no se vincula a la antigua idea de Estado.
La alimentación es parte de la cultura humana ¿Qué transformaciones culturales está produciendo la globalización neoliberal?
– Una fundamental, que se refiere a la salud. LA OMS indica que la pérdida de la cultura productiva agraria está directamente relacionada con la desaparición de culturas nutritivas, con el enorme incremento de obesidad y la aparición de enfermedades relacionadas con hábitos alimentarios nuevos.
Ahora a los consumidores nos preocupa mucho la normativa sobre la calidad y el riguroso control sanitario de los alimentos. ¿También a ustedes?
– Por supuesto, empezando por el mal trato a los animales que viven estabulados o en granjas enormes. La ganadería industrial genera grandes problemas medioambientales que afectan directamente al cambio climático y a la salud mundial. Hay en nuestro país grandes granjas con miles de cerdos, y de vacas que se alimentan con forrajes tratados con pesticidas y a las que se hace tomar antibióticos que pasan a la carne y a la leche. Y granjas avícolas donde los animales viven enjaulados y hacinados en un estrés permanente. Pero, atención, los Reglamentos Higiénico-Sanitarios están hechos con unas normativas para un tipo de alimentación industrial, que destruye la cultura de una alimentación artesanal y casera. Hay el mismo nivel de exigencia para la gran industria que para modestos productores artesanales o familiares. Es extremadamente difícil y costoso lograr los permisos legales para elaborar queso, mermeladas o embutidos en nuestros caseríos o pequeñas instalaciones.
La despoblación rural, el desempleo juvenil y la llegada de inmigrantes nos hace preguntarnos si habrá que volver al campo abandonado. Algo que parece difícil por la fuerte atracción de la ciudad y la necesidad de formar a las posibles nuevas comunidades y de preparar servicios públicos de calidad para ellas. ¿Cómo ve eso?
– El abandono del campo y los pueblos no ha sido algo voluntario, sino algo forzado y obligado por las condiciones económicas neoliberales y por ausencia de políticas para el medio rural. Yo personalmente pienso que el campo es la solución y no un problema. Las grandes urbes de todo el mundo son imposibles de gestionar, no resultan sostenibles ni social, ni cultural, ni ambientalmente. La del campesino es una de las profesiones más dignas, supone autonomía y permite trabajar de manera asociada. Y el campo es solución para jóvenes que no encuentran empleo.
Resumiendo: ¿Qué retos tiene que afrontar Vía Campesina?
– Yo diría que son cuatro principales: Primero, sobrevivir como productores y como pueblos, mediante redes que practican la agroecología en relación con pequeñas industrias y grupos de consumidores en mercados locales, alternativos a las grandes superficies comerciales, cuidando todos el medio ambiente y creando empleo digno para la gente joven. Segundo, construir nuestras alternativas culturales y educativas mediante escuelas de capacitación y actualización agroecológica no productivista orientada a una nueva manera de vivir, y una buena práctica pedagógica es experimentar con los niños y niñas nuestros valores alimentarios y saberes prácticos en huertos escolares. Tercero, defender los bienes comunes (agua, tierra y semillas) haciendo de ellos un uso razonable y sostenible. Y cuarto, hacer frente con nuestros saberes agrícolas y nuestros estilos de vida al cambio climático.
Fuente: Vía Campesina
[Fundación Sur]
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