Sólo la lucha del pueblo de Malí liberará al país: un análisis del nuevo golpe de Estado (parte 1/2)

2/09/2020 | Opinión

mali_mapa-3.pngEl 18 de agosto, soldados del cuartel de Kati, situado a las afueras de Bamako (Malí), dejaron sus puestos, arrestaron al presidente Ibrahim Boubacar Këita (IBK) y al Primer ministro, Boubou Cissé, y establecieron un Comité Nacional para la Salvación del Pueblo (CNSP). En efecto, estos soldados realizaron un golpe de Estado. Este es el tercer golpe en Malí, después de los golpes militares de 1968 y 2012. Los coroneles que dirigieron esta operación —Malíck Diaw, Ismaël Wagué, Assimi Goïta, Sadio Camara, y Modibo Koné— comunicaron que renunciarán al poder apenas el país sea capaz de organizar una elección fiable. Se trata de hombres que han trabajado en estrecha colaboración con fuerzas militares desde Francia hasta Rusia, y que, a diferencia de los golpistas de 2012, liderados por el capitán Amadou Sanogo, son diplomáticos sofisticados que ya han demostrado sus habilidades para manipular a los medios de comunicación.

Ibrahima Kebe, de L’association politique Faso Kanu, declaró que “IBK cavó su tumba con sus propios dientes”. IBK, un político con experiencia, llegó al poder en 2013 cuando Malí había perdido su soberanía debido a una intervención militar liderada por Francia, llamada Operación Serval. Los franceses afirmaron que estaban interviniendo para proteger a Malí de un ataque islamista en el norte del país. Sin embargo, en realidad, el acicate del deterioro de Malí viene de una serie de factores, entre los que destaca la decisión de Francia y Estados Unidos —a través de la OTAN— de destruir Libia a comienzos de 2011. La guerra en Libia desestabilizó la situación en la región africana del Sahel, donde los países —ya debilitados por las turbulencias económicas y la presión del Fondo Monetario Internacional (FMI)— se encontraron y se encuentran ahora sin capacidad de frenar las intervenciones militares de Francia y EE. UU.

Malí obtuvo su independencia en 1960 con una gran ilusión, ya que su primer presidente, Modibo Keïta, dirigió el proceso con una perspectiva socialista y panafricanista. Los años de Keïta estuvieron marcados por políticas económicas de sustitución de importaciones y una administración honesta que intentó crear un sector público que suministrara bienes sociales. Pero el país dependía de un cultivo (algodón) para más de la mitad de su PIB, tenía poca capacidad de procesamiento e industria y prácticamente no tenía fuentes energéticas (todo el petróleo es importado y las plantas hidroeléctricas de Kayes y Sotuba son modestas). La pobreza del suelo y la falta de acceso al agua en la parte norte de Malí ejercen presión en la agricultura, mientras que la distancia del país respecto al mar hace difícil llevar sus productos agrícolas al mercado externo. Además, el régimen de subsidio al algodón, tanto en Europa como en EE. UU., golpeó al corazón del intento de Malí de desarrollar su ya diezmada economía. Un golpe en 1968, apoyado por los imperialistas, sacó del poder a Keïta (quien murió nueve años más tarde en prisión). El nuevo gobierno, con el inquietante nombre de Comité Militar para la Liberación Nacional, dejó de lado las políticas socialistas y panafricanas, persiguió a sindicalistas y comunistas y entregó a Malí de vuelta a la órbita francesa. La sequía de 1973 y la entrada del FMI en 1980 hicieron que el país entrara en un ciclo de crisis, que culminó en el levantamiento democrático de marzo de 1991. Esas protestas callejeras, magníficas en su entusiasmo, llevaron a la victoria de la Alianza por la Democracia en Malí (ADEMA), liderada por Alpha Oumar Konaré.

El gobierno de Konaré heredó una deuda criminal de más de 3.000 millones de dólares. El 60 % de los ingresos fiscales de Malí fueron a parar al servicio de la deuda. No se podían pagar los salarios, no se podía hacer nada. Konaré, quien comenzó siendo un marxista en su juventud pero llegó al poder como liberal, rogó a EE. UU. la condonación de la deuda pero no tuvo éxito. Mientras más se endeudaba el gobierno de Malí, menos capaz era de contratar una burocracia honesta y así fue cayendo en la corrupción. Esto era aceptable para Francia y EE. UU., ya que un gobierno corrupto significaba interlocutores más fáciles para que las mineras transnacionales, como Barrick Gold, de Canadá, y Hummingbird Resources, del Reino Unido, extrajeran las reservas de oro de Malí a precios bajos. Detrás de todo lo que sucede en Malí están sus reservas de oro, las terceras más grandes del mundo. Un reportaje de Reuters, que se publicó un día después del golpe, tenía el reconfortante titular: “Las mineras de oro de Malí siguen cavando a pesar del golpe de Estado”.

Vijay Prashad, Tricontinental

Fuente: alainet.org

[Fundación Sur]


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