A Françoise le pregunté cuántas veces al día comían ella y sus seis hijos. La pregunta estaba mal hecha. Me dijo que comían una vez cada dos días Y Cuando hable con su vecina Oliva –que entre hijos y nietos cuida de seis niños- me respondió que a veces la anhelada comida se demoraba tres días.
Françoise y Olive viven en Mugunga, un arrabal a las afueras de Goma, en la República Democrática del Congo que hasta hace dos años albergó varios campos de refugiados que vinieron aquí huyendo de la guerra. Los campos se desmantelaron pero tanto ellas como miles de personas que viven aquí y en otros barriadas de Goma cuentan la misma historia : matanzas perpetradas por grupos armados, un trauma difícil de superar y, miedo a volver al pueblo natal por la inseguridad que aun reina por aquellos pagos. A Françoise le mataron el marido hace 14 años, en 2006 destruyeron su casa en Rutshuru y le quitaron los campos. Tiene miedo de volver. Vive en un chamizo de plásticos y palos y se gana la vida de jornalera trabajando en campos de otros o transportando pesados fardos de patatas al mercado. Gana un dolar al día, cuando tiene suerte de tener trabajo. Tiene una hija de 14 años que está enferma. Pero está contenta porque uno de sus hijos ha sido seleccionado por nuestra ONG para vivir en el centro Boscolac, cerca de su casa. Allí podrá vivir con otros estudiantes y se le pagaran los estudios en la escuela secundaria.
También el hijo de Oliva vivirá allí. Oliva vive en una caseta de madera decorada en su interior con periódicos viejos. Lleva en Mugunga desde 2002 y no quiere volver a su aldea en Masisi porque los rebeldes siguen haciendo estragos entre la población. Esta contenta de que su hijo Janvier vaya a Boscolac: «tendrá un futuro mejor que el que he tenido yo», dice. En realidad Janvier no es su hijo. Oliva lo adoptó hace años cuando sus padres murieron en la guerra y el niño se encontró solo. Es la solidaridad de los pobres. Oliva esta enferma. Tiene palpitaciones y aún es visible una profunda cicatriz en la cabeza consecuencia de un machetazo, pero sonríe y nos dice «que Dios os bendiga».
Así son las familias de los 30 muchachos que nuestro proyecto ha seleccionado, con ayuda del párroco y los miembros del consejo de la parroquia del lugar, que son quienes conocen mejor a la gente. Hay algo que me llama poderosamente la atención : el centro Boscolac, realizado en colaboración con los Salesianos, está enclavado en un lugar de una gran belleza natural junto al lago Kivu. Como ocurre con muchas ciudades de África, en Goma se nota una división entre la parte alta de la ciudad, ocupada por barriadas miserables, y la parte bonita, junto a la orilla del lago, ocupada por imponentes chalets y hoteles de lujo para disfrute de los pudientes. Boscolac es una invasión pacifica de los mas pobres a la zona exclusiva de los más ricos.
Treinta chicos que hasta ahora han vivido hacinados en la precariedad de chabolas y campos de refugiados vivirán ahora en un lugar donde se respira calma y belleza natural, el mejor ambiente para estudiar, hacer deporte, convivir con otros jóvenes y tener derecho a lo que su país en conflicto les ha negado. Me gusta la filosofía detrás del proyecto : a los pobres hay que darles lo mejor. Es un consuelo saber que hay quien se desvive para que esto suceda.