Arnold tiene nueve anos, y lleva cuatro meses sin apenas salir de casa. Ni a la escuela, ni a jugar con otros ninos. Su barrio de Bangui nunca ha sido de los mas conflictivos, pero cuando empezaron los ultimos enfrentamientos el pasado 26 de diciembre las bandas armadas descendieron a su calle y atacaron algunas casas donde pensaban que podian encontrar dinero, ademas de saquear oficinas de algunas ONG situadas en la zona. Arnold no esta en una carcel, pero su vida –como la de numerosos niños de la capital centroafricana- no se diferencia mucho de la de un prisionero.
Conoci a Arnold a finales de 2012. Entonces vivia en otro barrio más periferico y frecuentaba una escuela donde el maestro podia repetir la misma leccion una y otra vez durante varias semanas. Ya en aquella epoca, UNICEF alertaba que uno de los indicadores de alarma en el pais era su bajisima escolarizacion: cerca de la mitad de los niños no estaban escolarizados. “Y los que frecuentan la escuela, lo hacen en condiciones deplorables”, me dijo por aquellas fechas el arzobispo de Bangui monsenor Dieudonne Nzapalainga. “Hace poco fui a visitar una de mis parroquias –me conto en aquella occasion- y me acerque a ver una escuela del pueblo. Habia 300 ninos debajo de un arbol con un maestro a su cargo; les mire con pena y me dije a mi mismo: estos son los rebeldes de manana”.
Como ocurrio con muchos otros niños de su pais, Arnold perdio aquel año escolar. En marzo de 2013, los rebeldes de la Seleka entraron en Bangui a sangre y fuego, y cuando parecia que las cosas se estabilizaban un poco, la capital fue atacada por las milicias anti-balaka, que convertieron a los musulmanes en su objetivo a abatir. Durante 2014, consiguio sacar el curso escolar a trancas y a barrancas, y en junio de este año le dieron vacaciones. El curso de este año tenia que haber empezado a principios de septiembre, pero fue retrasado varias semanas, y tras los ultimos acontecimientos violentos que ha sufrido la capital, la mayor parte de las escuelas no han abierto aun sus puertas. El lunes pasado, su abuela lo mando a su nuevo colegio, pero al llegar le dijeron que se volviera a casa porque las aulas siguen ocupadas por numerosas personas desplazadas que han huido de sus hogares y aun no se atreven a volver.
En numerosos barrios, los padres no se atreven a dejar que sus hijos salgan a la calle, porque se han dado casos en los que las milicias reclutan a numerosos niños a la fuerza. Asi que el muchacho, que no tiene muchas alternativas, pasa la mayor parte del dia a ayudar a su abuela en las tareas domesticas. En sus ratos libres, coge trocitos de alambre y modela… tanques y fusiles. Es su unica distracción.
Vivi en el norte de Uganda cerca de 20 años, durante la guerra en la que el LRA asolo la region. Sin embargo, me acuerdo muy bien que en medio de aquel horror, por lo menos tanto el gobierno como las comunidades locales, apoyados por la comunidad internacional, realizaron enormes esfuerzos para que los establecimientos escolares siguieran funcionando. Aquella tenacidad dio sus frutos: primero, porque es muy dificil que un joven que emprende sus estudios pueda tomar la decisión de unirse a un grupo rebelde, puesto que ha enfocado su vida hacia la educación. Además de eso, subio la moral de la población que veia que, a pesar de toda la violencia que veian a diario, un dia acabaria la guerra y sus jovenes que tenian estudios reconstruirian lo que habia sido dañado durante aquellos anos.
Cuando veo a Arnold sentado en el patio de su casa modelando armas en miniatura con alambre muriendose de aburrimiento, pienso en mis dos hijos de cinco y siete años que todos los dias corren contentos al llegar a su cole, que pueden comer en su casa y volver por la tarde a las aulas para despues de las cinco ir unos dias a futbol, otros dias a guitarra y otros a karate con su kimono blanco, y que prácticamente cada sbado tienen un cumpleanos, que viven en un barrio donde hay dos parques con columpios y los domingos van al cine a ver la ultima maravilla en 3D. Y cuando, alguna vez, se quejan de algo, les digo que no saben la suerte que tienen de vivir donde viven y de poder estudiar, comer cuatro veces al dia, realizar actividades de ocio y sobre todo saber que cuando salen a la calle no tienen que temer que nadie vaya a hacerles daño.
Espero que un dia la Republica Centroafricana, donde actualmente vivo y trabajo, pueda vivir en paz, y que los que dirijan el pais y sus donantes internacionales piensen mucho mas en la educación. Un pais donde los niños no pueden frecuentar las aulas será siempre una bolsa donde cualquier lider sine scrúpulos pueda coger infinidad de jóvenes para fanatizarlos y arruinar su vida.
Original en: En Clave de África