“America is back”: en el Tratado de París, la OTAN, la OMS, Afganistán y Oriente Medio. Lo han declarado repetidamente el nuevo presidente de los Estados Unidos Joe Biden y su recién nombrado Secretario de Estado Antony Blinken, corrigiendo así el ensimismamiento norteamericano durante el mandato de Donad Trump, y la retirada de Oriente Medio iniciada ya en tiempos de Obama. Precisamente, acerca del Oriente Medio cabe preguntarse si esos dirigentes llegaron a leer el artículo que Hussein Agha y Robert Malley publicaron en The New Yorker el 11 de marzo de 2019: “The Middle East’s Great Divide Is Not Sectarianism” (“En Oriente Medio la mayor división no es de origen sectario”). Los autores criticaban los análisis superficiales y reductivos que veían en la oposición entre sunitas y chiitas la causa principal de los problemas del Oriente Medio. Esa simplificación había llevado a decisiones de política exterior ineficaces, y a veces nocivas. Por ejemplo, se ayudó a la oposición siria, creyendo ponerse así del lado de los sunitas, y olvidando que un número importante de estos, especialmente entre la clase media, apoyaba al régimen de Bashar al-Ásad. Sorprendió a los políticos norteamericanos por inesperado, el que Irán, el más importante estado chiita, pudiera a veces ponerse de acuerdo con Turquía, el más poderoso estado suní de la región, olvidando que ni turcos ni iraníes son árabes, y que los árabes sunitas del Oriente Medio no han olvidado que sufrieron durante siglos el yugo turco. Sorprendente también para los americanos ha sido que el apoyo ruso al régimen sirio haya legitimado la presencia de Moscú en la zona y que ésta haya sido aceptada por los estados sunitas de la región. Siempre resultado de una idea simplista de lo que ocurre en Oriente Medio, los norteamericanos no comprenden que en Libia, los iraníes puedan estar enviando armas al general Haftar (Haftar defiende al parlamento de Tobruk y lucha contra el gobierno de Trípoli reconocido por Naciones Unidas), al que también ayudan Arabia Saudita y los Emiratos Árabes. Irán niega esa ayuda (“¿Cómo podría aliarse con sus archienemigos?”) que denunció ante la ONU en julio de 2020 el representante israelí Danny Danon. Pero el caso es que Irán aún no ha reconocido al gobierno de Trípoli (que considera una marioneta de Estados Unidos) basándose en que el parlamento de Tobruk no le ha dado hasta ahora su apoyo. Y tampoco Estados Unidos comprende, ahora que se interroga sobre la posibilidad de abandonar Irak, que lo que une a los chiitas de Irak con los de Irán, más que el ser chiitas, es su desconfianza respecto a la presencia americana, y que es probable que luchen entre ellos una vez que las tropas americanas hayan abandonado el país. Y es que en el Medio Oriente, los implicados en la mayoría de los conflictos son los Hermanos Musulmanes, los neo-Otomanos, los wahabitas de tendencia saudita, los wahabitas de tendencia catarí y los yihadistas.
Todos son sunitas. Todos dicen inspirarse en el ejemplo de “los piadosos antepasados”, los “salaf”, y por ello se podría decir que todos son “salafistas”. Pero las diferencias en cómo ven, aprecian y practican el ejemplo de los salaf, especialmente en el terreno que los occidentales llamaríamos “político-religioso”, son tales que llegan a causar la mayoría de los conflictos, confrontaciones y cambios de alianzas en la región. La oposición entre sunitas y chiitas es real, e históricamente la más duradera. También es real el que Irán no quiera ser atropellado en la lucha por la hegemonía regional entre Turquía, Arabia Saudita y los Emiratos. Ni sufrir persecución como los chiitas en el Sudeste asiático. Por razones políticas, más que religiosas, se ha puesto del lado de Bashar al-Ásad. Por razones políticas e identitarias, los huthi quieren controlar el Norte de Yemen. Pero tal vez porque se han acostumbrado a ser minoría (excepto en Irán), no son chiitas los causantes de la mayoría de los conflictos. El Estado Islámico condena a los chiitas. Pero en la conquista de Mosul en Irak o de Raqqa, en Siria, se peleó contra otros sunitas. Las violencias de los años 90 en Argelia, país enteramente sunita, causaron entre 60.000 y 150.000 muertos. Argelia y Marruecos, ambos sunitas, llevan años enzarzados a causa del Sahara Occidental. Más recientemente hemos asistido al bloqueo de Qatar por los Emiratos y Arabia Saudita, al asesinato de Jamal Khashoggi, a la detención en Arabia Saudita del primer ministro libanés, el sunita Saad Hariri, o a la persecución de kurdos sunitas por parte del estado sunita turco. Egipto, país sunita, no considera que los chiitas sean una amenaza, pero sí los sunitas yihadistas. Los Emiratos y Baréin decidieron en 2018 restablecer las relaciones diplomáticas con Siria, pero sigue preocupándoles el Islamismo Sunita.
Precisamente Siria, país en el que han convivido varias religiones, pero en el que dominan los alauitas, que los sunitas consideran heréticos y demasiado cercanos a los chiitas, está viviendo estos días el acercamiento por parte de los estados sunitas de la región. En 2011 Siria fue expulsada de la Liga Árabe por violar durante la guerra acuerdos impuestos por ésta. Pero a partir de 2017 en que el régimen sirio extendió cada vez más su control, los países árabes se encontraron entre la espada y la pared, entre la posición rusa que pedía el retorno de Siria a la Liga Árabe, y la americana que quería más sanciones contra el régimen. En 2018, los Emiratos y Baréin volvieron a abrir sus embajadas en Damasco. En enero de 2019, el ministro de Exteriores iraquí indicó que su país estaba de acuerdo en que Siria fuera readmitida en la Liga Árabe. Tradicionalmente, Argelia ha estado siempre del lado de Siria. En febrero de 2020, el presidente argelino Abdelmadjid Tebboune visitó Riad insistiendo en que la Liga Árabe debía recobrar su antigua relevancia, y que Siria tenía que ser readmitida. Y hace dos semanas, el 9 de febrero, la Liga Árabe reanudó sus actividades en Damasco, al tiempo que el embajador mauritano presentaba sus credenciales.
¿Puede decirse que Rusia ha comprendido y se ha adaptado mejor a la compleja realidad tanto del Islam como del mundo árabe? Difícil responder. Pero sí es cierto que el mundo en general y el Oriente Medio en particular necesitan de la presencia (¿Respetuosa? ¿Cercana? ¿Firme? ¿Estable? ¿Poderosa?) de los Estados Unidos. “America is back”. Bienvenida. Con tal de que acepte y respete la complejidad del mundo de hoy, incluido el de los mismos Estados Unidos.
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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