En un futuro próximo, el acceso a la tierra será algo vital para el desarrollo económico de África, ya que se trata de algo esencial para el bienestar y supervivencia de su población rural. Las explotaciones familiares tienen un protagonismo importante como productoras de alimentos y guardianas de los recursos naturales. Por consiguiente, la decisión de las Naciones Unidas de declarar 2014 año internacional de la agricultura familiar es bienvenida. No obstante, esta iniciativa es contradicha por los hechos, por las políticas y por las prácticas de algunas instituciones financieras internacionales.
Las explotaciones familiares están siendo sometidas a una creciente presión a causa de la amenaza de acaparamiento de tierras; inversores extranjeros o locales compran o alquilan grandes superficies. Estas tierras son presentadas a menudo a los inversores como “en barbecho”, “sub-utilizadas” o “vacantes-desocupadas”. Se estima que de 56 a 227 millones de hectáreas han sido transferidas en los diez últimos años y que el 60 o 70% de estas transacciones se han realizado en África.
A la luz del desafío demográfico al que África se enfrenta, se calcula que su población se duplique y alcance la cifra de 2.000 millones en 2050, por lo que el aumento de la producción alimentaria es crucial. Sin embargo, es preciso que pongamos en cuestión la lógica de las adquisiciones de tierras a gran escala con el pretexto de la modernización de la agricultura africana, ya que muchas de las grandes plantaciones “modernas” producen alimentos para la exportación, lo que pone en peligro la soberanía alimentaria de los agricultores locales. Una agricultura comercial duradera, basada en la sabiduría cultural exigirá un mejor acceso de las explotaciones familiares a materias primas, a mercados locales y a canales de distribución, más que a la extensión de grandes plantaciones.
Los responsables políticos deberán por lo tanto encontrar respuesta a la formalización del capital informal y al tema de las tierras agrícolas no registradas. Semejante proceso de formalización de la tierra agrícola deberá tener en cuenta la realidad africana, donde la propiedad de la tierra puede fundamentarse en derechos consuetudinarios o en la propiedad común. Las propiedades comunales tienen límites fluidos y son utilizadas por todos los miembros de una comunidad. En África, la tierra es mucho más que un simple activo financiero: forma parte también de la identidad de las gentes. Esta noción de tierra se opone a la noción occidental de propiedad individual. Las reformas agrarias en África no deberían basarse en la estrecha noción de propiedad occidental; deberían tener en cuenta estas formas de propiedad colectiva así como los modelos cooperativos de uso de la tierra.
Fuente : Echos d’AEFJN, nº 12
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