Siempre a vueltas con el velo islámico

21/03/2017 | Opinión

En Grecia en 2004, Ruqaya Al-hasra, de Bahréin, que corría los cien metros, fue la primera atleta que participaba en una olimpiada cubierta con el hiyab o velo islámico El pasado año, Ibtihaj Muhammad, tiradora de esgrima en las olimpíadas de Rio de Janeiro, fue la primera musulmana norteamericana que lo hacía con la cabeza cubierta. Este 7 de marzo Nike ha anunciado el lanzamiento de un hiyab deportivo diseñado con la colaboración de la patinadora artística de Dubái (Emiratos Árabes), Zahra Lari. De materiales más ligeros y adherentes, se pondrá a la venta en 2018. Y una vez más ha surgido en las redes la polémica sobre el velo islámico, amplificada por la decisión del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (UE) de este 14 de marzo, que permite a las empresas prohibir el uso del velo islámico a los trabajadores en el espacio de trabajo.

El mismo día 14, Laila Rattab, madrileña de 31 años, de padres marroquíes que llegaron a España hace 45 años, defendía en El Mundo con lógica impecable el uso del hiyab: “perder el empleo por practicar un precepto de tu religión es claramente una discriminación. Hablar de igualdad sin tener en cuenta diversidad y derecho de libertad religiosa, es cuando menos cuestionable”. Sólo que también con una lógica tan implacable como la de Laila Rattab, la activista y escritora argelina de 74 años Wassyla Tamzali había sentenciado el 23 de diciembre de 2016 en El País: «Llevar velo no es una elección, es un consentimiento». «El velo es uno de los primeros elementos que construye la feminidad siguiendo criterios patriarcales, sobre todo, y religiosos. El problema es que hoy en día no se debate sobre qué es el velo, sino sobre el derecho o no a llevarlo. Y es un signo absoluto de dominación». Wassyla concedía que “el hiyab es también un elemento de identidad que, en un contexto de creciente islamofobia, supone para muchas mujeres una reafirmación de su derecho a mostrarse públicamente como musulmanas”.

Lo que ni Leila Rattab ni Wassyla Tamzali mencionan es el “fluss”, el dinero. En su “Muslim Fashion: Contemporary Style Cultures” publicado en 2015 Reina Lewis muestra la existencia de un mercado en creciente expansión para lo que ella denomina la “moda modesta”. El Thomson Reuters-State of the Global Islamic Economy 2016, prevé que en 2019 la comunidad musulmana gastará cuatrocientos ochenta y cuatro mil millones de dólares en vestido y calzado (doscientos veintiséis mil millones en 2013). No es pues de extrañar que las empresas occidentales hayan intentado introducirse en ese negocio. Modelos musulmanes con hiyab han aparecido en la propaganda de H&M, Apple y Coca Cola. Algunas grandes cadenas como Uniqlo, Mango, Etro, y Dolce & Gabbana han lanzado con vistas a ese mercado, a menudo al inicio de Ramadán, “colecciones cápsula” que se han vendido en los países musulmanes. No ha sido siempre un éxito. En su Covertime Magazine para musulmanas americanas, Stephanie Khalil Alghani denuncia la incapacidad de la mayoría de esas cadenas de comprender a la mujer musulmana. Por el contrario, la industria turca de la moda islámica, que ha crecido enormemente desde la llegada al poder del partido de la Justicia y del Desarrollo del presidente Recep Tayyip Erdogan, no tiene ese problema. Modanisa, “Modanisa: Hijab Fashion & Modest Dresses”, sitio de venta en línea dedicado a la moda islámica iniciado en 2011 ofrece hoy 30.000 productos de 300 marcas, que envía a 75 países.

Por mi parte, me pregunto si Shehla, la señora que venía a limpiar la capilla de La Marsa en Túnez, la cabeza cubierta con un sencillo hiyab, pero encantada de que sus dos hijas, ya casadas, no se lo pusieran, podría permitirse el lujo de comprar los productos de Modanisa. Los veía en la tele, los vestían las locutoras y las artistas de las cadenas árabes de televisión… pero ella no podía permitírselo. Y pensando en Shehla me he dado cuenta de que Leila Rattab y Wassyla Tamzaly, a pesar de sus diferencias sobre el hiyab, que se explican en buena parte por sus orígenes y edades (31 años y origen marroquí, y argelina de 74 años la segunda), tienen mucho en común. Pertenecen a la élite de ese creciente grupo de musulmanes que viven y sufren al mismo tiempo la experiencia de dos culturas, la islámica y la occidental, y en el que se ha hecho vital la cuestión de la identidad. Leila es periodista, su hermana es farmacéutica, y su amiga Rawan odontóloga. Wassyla, abogado y periodista, fue durante veinte años directora del programa de derechos de las mujeres de la UNESCO. De hecho el hiyab no es problema en las sociedades árabes ricas del Medio Oriente. Lo es en los países musulmanes del Magreb, en donde a partir de los años ochenta conviven entrelazadas élites influenciadas por la cultura occidental, élites religiosas más o menos fundamentalistas, y una mayoría, el pueblo llano, que hasta hace poco había vivido tranquilamente su fe y no quiere traicionarla ahora que se le dice que cubrirse con el hiyab es una obligación religiosa. Esa misma mezcla y ese cuestionamiento, exacerbado al sentirse minoría, se da entre los musulmanes de Europa. Y la discusión identitaria hace que se dé por zanjada una cuestión que no lo es: ¿Es cubrirse la cabeza una obligación religiosa en el Islam?

No soy musulmán y no me toca a mí responder. Ya lo hacen abundantemente los sitios web musulmanes, especialmente aquellos que quieren dárselas de modernos. A modo de ejemplo, esto es algo de lo que he encontrado en “Islam y Ciencia”: “Dios en el Coran dice: 2:(256) «No hay coacción en la religión”. “El Islam no impone ninguna forma de vestimenta. Sólo recomienda el decoro general de su apariencia para distinguirse de la gente, para ser identificada como una musulmana respetable”. “Si una mujer musulmana quiere aceptar ponerse el velo, es una decisión voluntaria”. “Contrario a la opinión popular, el velo islámico es uno de los aspectos más importantes de la liberación y del apoderamiento femenino”. “Cuando una musulmana se cubre, hace virtualmente imposible que la juzguen de acuerdo con su físico. De hecho ninguna mujer debe ser juzgada debido a su grado de atracción o debido a la falta de ella”.

No soy musulmán. ¿Es por eso por lo que estoy de acuerdo con Wassyla Tamzali cuando se queja de que en el mundo del Islam la feminidad se construye siguiendo criterios patriarcales? Leo en “Islam y Ciencia”: La musulmana “Es una mujer virtuosa, humilde que no desea llamar la atención de los hombres, ni suscitar miradas viciosas ni esperar piropos absurdos y malsonantes, ni pretende levantar pasiones. Sólo pide ser respetada y valorada por su inteligencia y sus valores”.

Pero, para decir toda la verdad, también Islam y Ciencia nos pone a los cristianos en nuestro sitio: “Si el velo es una virtud en el Islam, lo es también en la religión cristiana. Prueba de ello es el uniforme de las monjas”. Y en 1 Cor. 11,5-8 San Pablo dice: “Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello… Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios; pero la mujer es gloria del varón». “San [sic] Tertuliano en «El Velo de las Vírgenes” dice que están obligadas a usarlo incluso en sus hogares”. “La Virgen María cuya filosofía en el vestir fue exactamente la misma que la de las mujeres Musulmanas, es siempre representada con velo que le cubre el cabello”. 

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]


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Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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