Si prometeo fuera negro, por Omer Freixa

10/12/2013 | Bitácora africana

Cómo África ha sido vapuleada en la tradición occidental. Dos visiones que conviven, la de un continente desconocido e hijo de la tragedia, frente a una perspectiva optimista que cifra en África las posibilidades del futuro. El prejuicio es más fuerte y tiene mucha mayor amarra para arraigar en el sentido común la óptica negativa.

Retazos de un continente. África no cambia. Sentido común. Crisis, muerte, desolación, las imágenes repetidas de todos los días. Se dice que los africanos son improductivos, solo generan tragedias y problemas. No son autosuficientes, se valen de otros para que les solucionen sus dificultades. Un continente en crisis del cual solo se insiste desde el costado de las penurias.

Ejemplos (innegables). El reciente deceso del nonagenario adalid de la democracia, Nelson Mandela, no encuentra en muchos países africanos eco de su ejemplo, en Angola, Zimbabwe, Guinea Ecuatorial y Uganda gobiernan hace décadas mandatarios que manejan el país como ellos quieren y se enriquecen a expensas del pueblo. Sin ir más lejos, de quien anunció oficialmente la muerte de “Madiba”, Jacob Zuma, el actual mandatario sudafricano, lo menos controvertido que pueda decirse es ser un personaje polémico: se lo acusa de haber saqueado el erario público y hasta tiene una causa por violación.
Más imágenes de lo negativo. Un Malí muy distinto de aquel anterior a 2012. Un gobierno que todavía somete a prueba su legitimidad, surgido tras la transición de un golpe militar en marzo de 2012, con una intervención internacional auspiciada por Francia que prometió ser efímera pero que a casi un año de lanzada no cesa, y ahora se suma la República Centroafricana, una nación de cuatro millones en donde al menos un millón necesita ayuda humanitaria urgente y hay 400.000 desplazados, en lo que promete devenir en cualquier momento genocidio, según advierten los analistas. Entonces, dos intervenciones francesas en menos de un año. En tanto, parece que Somalía recién sale del foso, tras 20 años de guerra civil, pero las penurias de la población civil son inmensurables. Decenas de miles en riesgo alimentario en el Sahel, Dakar, capital senegalesa, a la sombra de una nueva epidemia de cólera y, nuevamente, la ayuda francesa que asoma como si esa fuera la solución para todo, aunque no lo es. Secuelas de la destrucción en Malí a más de un año de la ocupación islamista, el patrimonio histórico severamente comprometido. Mientras tanto, África central continúa estremeciéndose dentro del espiral de violencia cíclica que la caracteriza desde hace ya casi 20 años. Por ejemplo, en República Democrática del Congo las cosas están teñidas por el mismo color pero con la diferencia que solo en el este del país el control de la capital no existe y la vecina Ruanda tiene mucho que ver con lo anterior, a pesar que el principal grupo armado, el M23, pareciera querer la paz pero otras numerosas organizaciones todo lo contrario. Un poco más al norte, la joven República de Sudán del Sur batalla contra su homónima del norte su razón de existir y también los motivos geoestratégicos y económicos tornan las cosas complicadas: en particular el petróleo. El antiguo Sahara español atraviesa un gran problema humanitario. Los refugiados se agolpan en la vecina Argelia y mientras tanto el caso se llevó al Comité de Descolonización de la ONU sin grandes cambios. No muy lejos, en Marruecos las cuchillas demuestran a los inmigrantes subsaharianos que intentan arribar a territorio español saltando el “cerco”, que hacerlo implica un gran sacrificio que conlleva hasta la muerte. Los ejemplos pueden seguir…
¿Alimentan estas descripciones las imágenes de un continente devastado?

Lamentablemente, sí. Esas panorámicas, de algún modo, reviven las descripciones de los autores antiguos, pero sustancialmente alteradas. Homero se refirió a los etíopes como un pueblo perfecto. Los escolásticos mencionaron pueblos lejanos felices y salvajes. Para un autor renacentista como Petrarca los africanos vivían en un comunismo primitivo pero idílico. La Ilustración maximizó esas descripciones, creando el conocido mito del “buen salvaje”. Sin embargo, hoy pareciera que, en las descripciones ingenuas del continente, el espacio para recrear el buen salvaje no tuviera lugar. La crónica prioriza la destrucción y el drama diario de muchos. Se incita a creer que el africano es malo y egoísta por naturaleza. Es una visión “negra” -si se permite el término- de lo negro. En realidad, concebir África en esos términos es -tal vez- vernos en el espejo del otro. O mejor dicho, y como expresa el africanista Ferrán Iniesta en el libro El Planeta negro, “liberar a África del círculo estéril de tópicos y utopías que constituyeron nuestro imaginario colectivo es mucho más que un ejercicio teórico: puede y debe ser una invitación a meditar sobre nuestra sociedad y sus relaciones con las otras”.

Hay que ser críticos de los a priori occidentales, sugiere este historiador. Empezar a pensar África desde los patrones no occidentales es la mejor forma de entenderla. Allí ya no se verá solamente lo que se quiere ver, la lección que dejó el colonialismo: un continente devastado cuyos habitantes no se valen por sí mismos. Podrá pensarse en una civilización egipcia antigua negroide o vislumbrar la posibilidad de ver negros en la Roma imperial, imágenes que no se conciben en nuestro sesgado paradigma educativo eurocéntrico. Y a pesar de que en fecha tan reciente como 1986, y después de que la UNESCO aceptara la africanidad de la cultura egipcia, una obra negaba la matriz afro de la sociedad de los faraones. Sentido común: los egipcios son “padres” de los griegos y romanos, la continuidad de la civilización indoeuropea. Hay más: los egipcios eran oriundos de Europa central “y se broncearon, pero no tanto como los negros”, indica el egiptólogo Gastón Maspero. De 1895 data su teoría. Otros autores agregaron que su lengua caucásica se “contaminó” con elementos africanos. Ahora bien, más de un siglo transcurrió desde esas desopilantes afirmaciones que gozaron del crédito científico por largo tiempo. No obstante, estas ideas -si bien pueden parecer hoy ridículas- alimentan el sentido común y refuerzan la imagen de África como el continente de las catástrofes.

En suma, autores reconocidos en los ´60 y ´70 indicaron que los africanos aprendieron de los bereberes, los árabes (aunque no se escatiman palabras para inferiorizarlos) o de un Egipto igualmente “blanco”. Estas impresiones aún aparecen hoy, el polo no negro que nutrió el África subsahariana. A partir de esto: ¿cómo no van a concebir muchos que los africanos sean improductivos y no se valgan por sí mismos? Dice el mito griego que Prometeo robó el fuego a los dioses para enseñárselo al hombre. Ahora bien, este semidiós no debía tener un exceso de pigmentación sino Egipto no hubiera brillado como lo hizo.

Sentido común, Egipto, una civilización blanca, nutrió a la gloriosa Grecia, cuna de nuestra civilización, una de blancos donde no hay lugar para el negro, o a lo sumo existe un “no lugar”, un espacio ignorado, plagado de catástrofes, cuna de la maldad y del egoísmo inherente de los incivilizados no blancos. Ahora África (o al menos Sudáfrica, como si fuera todo el continente) es noticia por la muerte de Mandela, pero estimo que tras su entierro el domingo 15, volverá a ser pasto del olvido, una vez más, hasta que alguna otra noticia negativa vuelva a impactar. La “Mandelamanía” es un algo transitorio, luego África retornará al “no lugar” periodístico de siempre o, a lo sumo, a ser tapa de los “policiales” en la sección de noticias internacionales.

Autor

  • Historiador y escritor argentino. Profesor y licenciado por la Universidad de Buenos Aires. Africanista, su línea de investigación son las temáticas afro en el Río de la Plata e historia de África central.

    Interesado en los conflictos mundiales contemporáneos. Magíster en Diversidad Cultural con especialización en estudios afroamericanos por la Universidad Nacional Tres de Febrero (UNTREF).

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