19/09/2012
por Gilles Kepel
Once años después del 11 de setiembre 2001, el embajador americano en la Libia liberada del despotismo ha sido asesinado en un ataque presumiblemente del movimiento salafista radical contra el consulado de los Estados Unidos en Benghazi, ciudad símbolo de la reconciliación entre los países occidentales y la sociedad civil del mundo árabe. Es en los alrededores de Benghazi que el 19 de marzo 2011 que la aviación francesa paró la columna blindada lanzada por Gadafi contra la ciudad rebelde, salvándola sin duda de una masacre, lo cual posibilitó la victoria de la revolución libia, y las primeras elecciones democráticas el 7 de julio.
¿La vuelta del 11 de setiembre en el calendario de las revoluciones significaría el fin de las “primaveras árabes”? ¿Es que no fueron una ilusión, que se disipó con la reaparición de los viejos demonios del yihadismo y de la “guerra contra el terror”? ¿La democratización del mundo árabe será abortada o llegará a término?
Algunos días antes del asesinato del Embajador americano en Libia, y luego del saqueo de la cancillería de los Estados Unidos en Túnez, facilitado por la sorprendente pasividad de la policía, el autor de esta líneas se encontraba en Sidi Buzid – el pueblo donde se inmoló Mohammed Buazizi el 17 de setiembre 2010 y catalizó las fuerzas sociales que iban a precipitar la caída de Ben Ali, luego de Mubarak, Gadafi y otros, e incendiar el mundo árabe.
Al día siguiente de la inmolación de este vendedor ambulante, cuyo gesto de desesperación encarna la frustración de una juventud en el paro y hundida en la miseria a causa de los efectos combinados de la dictadura, de la corrupción y de la mundialización, la movilización fue dirigida por los sindicalistas de la base, de sensibilidad de izquierda o de extrema izquierda, y por los responsables locales de las asociaciones de defensa de los “diplomados en paro”, socialistas o izquierdas, y laicos. Su alianza con los clases medias de la capital creó “el momento de entusiasmo” de los manifestantes de masa del 14 de enero 2011, que derrocó a Ben Ali.
Las elecciones del 23 de octubre dieron la mayoría al partido de la pequeña burguesía piadosa, En Nahda, cuyos cuadros no habían participado al comienzo de la revolución, estando como estaban exiliados o encarcelados, pero fundaban su legitimidad en las persecuciones que padecieron durante la dictadura. En Nahda y dos partidos de centro-izquierda formaron el gobierno de coalición – la troika – que dirige Túnez, a través de vicisitudes de las cuales la más grave es la degradación social y económica, con la caída de las inversiones, tanto nacionales como extranjeras, y la subida del paro, mientras que la autoridad del estado sigue fluctuando.
En Sidi Buzid, un año y medio después de la inmolación de Buazizi, reina una gran libertad de expresión pero la cuestión social no hace más que empeorarse cada día. Sindicalistas y militantes de izquierda han sido marginalizados. A En Nahda se le percibe como la nueva encarnación de un Estado lejano e ineficaz. La fuerza más dinámica que moviliza la juventud sin empleo, se la dan los slogans prometiendo “cambiar la vida” instaurando la charia y poniendo en la calle “los impíos y los apóstatas” del poder, es el movimiento salafista Ansar Al-charia, los jóvenes barbudos, que se han apoderado de la gran mezquita que se encuentra en la gran avenida llamada Mohammed Buazizi y donde controlan los sermones; el viernes pasado, el imam exhortaba a los fieles ordinarios contra las supersticiones de los morabitos – que los salafistas les dinamitan las tumbas para así asegurar su influencia exclusiva sobre el islam.
En la conversación que me ha concedido después, me ha explicado que la democracia era impía, y que había que excomulgar a los adeptos, incluidos los dirigentes de En Nahda. Una gran sábana en la que colgaban fotos ensangrentadas de las víctimas de la represión en Siria motivaba a los fieles a dar una ofrenda. En el mercado del sábado, los mismos salafistas aseguraban el orden, ahuyentando los ladrones- porque la policía estaba ausente – mientras las ofrendas llovían en un balde de plástico que servía de cepillo. No muy lejos, en la tumba del morabito Sdi Buzid, el santo que ha dado su nombre al pueblo, algunas mujeres que le rezaban para solicitar su intercesión le gratificaban con pobres limosnas.
Me han dicho, que en el hospital, los salafistas garantizaban la igualdad de los cuidados a los pacientes, prohibiendo las propinas, pero separando los hombres de las mujeres. Dos días antes de mi visita, habían saqueado el último bar que todavía vendía cerveza, donde he podido ver yo mismo un montón de botellas rotas amontonadas en la basura que olía a lúpulo. Durante la mañana del domingo 9, me entrevisté con Abu Iyadh delante de la mezquita, antiguo yihadista de Afganistan y emir nacional de los Ansar Al-Charia, que vino a arengar sus tropas: la entrevista, que había comenzado muy bien, acabó rápidamente después de que un miembro de su guardia cercana me hubiera apostrofado en un francés muy local de Saint-Denis (barrio parisino), y puso en guardia a su jefe de cómo el veneno que el impío orientalista, que era yo, envolvía de miel mi conversación en árabe clásico.
Hoy, Abu Iyadh está siendo buscado por la policía tunecina, que le acusa de haber incitado al saqueo de la Embajada americana a través de la página Facebook de Ansar Al-Charia – organización que lleva el mismo nombre que el grupo salafista yihadista que sospechan las autoridades libias de haber atacado el consulado americano de Benghazi.
Todavía están lejos los yihadistas de haber ganado la partida en Sidi Buzid, donde la mayoría de las mujeres van sin velo, en una atmósfera de bastante libertad. Y en Túnez, sus abusos exasperan las contradicciones en el seno del partido En Nahda, donde los dirigentes modernistas me han confiado cómo percibían a éstos como la mayor amenaza contra el movimiento, mientras que los más rigoristas, cercanos a los salafistas, les excusaban al día siguiente del 11 de setiembre 2012, en nombre de la ofensa hecha a los musulmanes con la video blasfematoria de un garajista copto de California.
En Libia, como en Egipto, el desencanto de una juventud empobrecida, a más de un año de la revolución que les parece que ha traicionado sus principios y sus promesas, está haciendo de ella la presa de adeptos al islamismo integral que propugnan una ruptura cultural con los valores de una sociedad inicua.
Es el reto de las jóvenes democracias árabes: si las nuevas élites, incluyendo los Hermanos musulmanes cuando han alcanzado el poder por las urnas, no ponen en el corazón de sus prioridades la cuestión social, verán cómo las revoluciones se descarrilan por causa de los militantes salafistas que sabrán calentar las frustraciones de la juventud pobre de los suburbios y del campo. En árabe dialectal se utiliza la misma palabra, harraga (quemar), para designar la inmolación por el fuego de un Buazizi y la marcha hacia Lampedusa o Europa de los clandestinos que huyen la miserias después de quemar los papeles. Si no prestamos atención, conoceremos un contragolpe del 11-Setiembre, como se ha visto en Benghazi, que podrían quemar las primaveras árabes.
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