Si dice el adivino que a Ferdinand lo han matado los árabes, tiene que .., por José Carlos Rodríguez Soto

4/07/2012 | Bitácora africana

Ferdinand desapareció un viernes por la noche y apareció muerto el lunes por la tarde. Tenía 70 años, vivía solo en su choza del campo de desplazados de Obo y como ya no tenía fuerzas para hacerse la caminata diaria de cinco kilómetros de ida y otros tantos de IMG_0124vuelta para ganarse el sustento como agricultor, se ganaba la vida como vigilante nocturno en una farmacia del barrio árabe. Cuando el sábado por la mañana no volvió a su casa, todos empezaron a temerse lo peor.

Si una persona recién llegada a Obo pregunta cómo son las relaciones entre las personas etiquetadas como “los árabes” y el resto de la población, todos le dirán que son “excelentes” y que no hay ningún problema. El barrio habitado por ellos es una calle con unas pocas casuchas a ambos lados donde vive un conglomerado de comerciantes chadianos, musulmanes centroafricanos y pastores peul seminómadas, conocidos en la República Centroafricana como los “mbororo”.

Las relaciones serán excelentes, pero bastan unos pocos días en este lugar para darse cuenta de que muy a menudo cuando surge cualquier problema serio los Mbororo, y por añadidura cualquier persona ataviada de bubú blanco y tocada por un fez o un turbante son señaladas como chivos expiatorios. Como ocurre en muchos lugares de África, las relaciones entre agricultores y ganaderos o entre agricultores y comerciantes son difíciles, y basta con que los ganados de un pastor Mbororo pongan la pezuña en un campo cultivado por un Zande para que el conflicto esté servido. Los Mbororo acusan a los Zande de tenerles envidia y robar sus vacas, los Zande dicen que los Mbororo son arrogantes y mentirosos, y al final las relaciones son de todo menos excelentes.

Y si, además, como es el caso, desaparece un Zande en el barrio árabe, las sospechas, tensiones y odios acumulados saldrán a flote y el conflicto estará servido. El domingo por la noche los líderes de los desplazados Zande fueron a consultar con un adivino, el cual después de utilizar sus artilugios les dijo que Ferdinand estaba ya muerto y que alguien en el barrio árabe le había estrangulado. A la mañana siguiente, los vecinos del presunto difundo se organizaron en grupos de dos o tres y, armados con macheteFerdinand desapareció un viernes por la noche y apareció muerto el lus, peinaron todos los rincones de Obo convencidos de que ese mismo día encontrarían su cadáver. Por la tarde, alguien se fijó en un rincón de la vivienda de una mujer chadiana donde volaba un enjambre de moscas. Era un pozo abandonado que despedía un fuerte olor. En su fondo había un cuerpo humano en descomposición.

Apenas se corrió la voz, decenas de personas se congregaron allí, machete en mano. Pregunté al líder de los desplazados que para qué llevaban armas blancas y me dijo que era para sacar el cadáver del pozo, explicación que sobrepasó mi pobre entendimiento. La noche se acercaba y empecé a temerme la peor secuencia posible: una multitud armada con sentimientos de ira a flor de piel, alguien que ha bebido más de la cuenta que se enfrenta a un árabe, una pelea con sangre de por medio y un pandemonio de consecuencias imprevisibles… Afortunadamente nada de esto ocurrió, tal vez porque avisamos a la gendarmería y la presencia de los agentes de uniforme y armados tal vez consiguiera disuadir a quien tuviera planes de venganza. Cuando finalmente sacaron el cuerpo de Ferdinand lo llevaron al cementerio, lo enterraron y todos se volvieron a sus casas.

Al día siguiente, por Obo circulaba la siguiente versión: a Ferdinand lo secuestraron los árabes el viernes por la noche, lo mataron y arrojaron su cuerpo al pozo. Según se extendía la historia nuevos detalles eran añadidos: cuando sacaron su cuerpo estaba maniatado con cuerdas, le habían degollado, y le habían sacado la sangre para venderla a los brujos que hacen fetiches para usarlos en sus malas artes de magia negra.

La versión de los agentes de la gendarmería, presentes durante el levantamiento del cadáver, era bastante distinta: no estaba atado ni había restos de cuerdas, era imposible saber si tenía alguna herida de arma blanca y, al examinar el lugar del suceso, no podía descartarse que se tratara de un accidente ya que el pozo no estaba protegido y era difícil de apercibirse de su presencia en la oscuridad.

Pero a los vecinos de Ferdinand nadie les quitará el convencimiento de que el anciano vigilante fue asesinado para sacarle la sangre y vendérsela a los fabricantes de fetiches. Lo ha dicho el adivino, y por lo tanto no hay más que discutir. De momento todo ha vuelto a la calma pero las aguas que ahora discurrren tranquilas bajo tierra pueden salir a la superficie en el momento menos esperado y desbordarse. Basta que vuelva a ocurrir cualquier otro pequeño o gran incidente. Pienso que situaciones así se viven en muchos rincones de África a diario y terminan estallando en orgías de violencia dirigidas a determinados grupos de personas etiquetadas como invasoras, arrogantes, mentirosas, detestables, sanguinarias, malvadas… y todo lo humanamente imaginable. A menudo las razones aducidas para volverse contra ellos serán irracionales e ilógicas. Tan ilógicas como decir que lo ha dicho el adivino. Un adivino cuya palabra nadie se atreve a poner en duda.

Original en : En Clave de África

Autor

  • (Madrid, 1960). Ex-Sacerdote Misionero Comboniano. Es licenciado en Teología (Kampala, Uganda) y en Periodismo (Universidad Complutense).

    Ha trabajado en Uganda de 1984 a 1987 y desde 1991, todos estos 17 años, los ha pasado en Acholiland (norte de Uganda), siempre en tiempo de guerra. Ha participado activamente en conversaciones de mediación con las guerrillas del norte de Uganda y en comisiones de Justicia y Paz. Actualmente trabaja para caritas

    Entre sus cargos periodísticos columnista de la publicación semanal Ugandan Observer , director de la revista Leadership, trabajó en la ONGD Red Deporte y Cooperación

    Actualmente escribe en el blog "En clave de África" y trabaja para Nciones Unidas en la República Centroafricana

Más artículos de Rodríguez Soto, José Carlos