Hace poco asistimos al último parto africano bajo la escisión de Sudán en dos nacionalidades vertebradas en torno a un norte musulmán y un sur cristiano. Más allá de que en esta España de gazpacho y verbena el acontecimiento apenas se comentó junto a la sección de autodefinidos, empiezo a manejar sensaciones que me susurran que ante el panorama económico que se nos viene encima, hasta la columnita sobre África me la van a quitar. ¿Acaso no son prioritarios nuestros problemas, como para que el que subscribe venga ahora a joder la sobremesa con imágenes a la estela del Pulitzer de Carter? A horcajadas de una sequía bíblica o coránica en este caso, el hambre lleva ya meses apretando de lo lindo en la franja del Sahel. En la sutil frontera que sutura los dos sudanes y gracias a los habituales pecados que sazonan toda desgracia africana en forma de desplazamiento humano; facciones armadas; la huida de las organizaciones humanitarias y la inanición, el panorama es realmente dantesco. La crisis económica y moral que vive Occidente tendrá entre muchas consecuencias hacer doblemente olvidados a los que ya lo eran. Debatir sobre África y sus realidades era chic y progre cuando todos nos creíamos ciudadanos de posibles por engordar una culturilla de adosado, cochazo y plasma. Ahora, el extrarradio anda apurado y a medio edificar quedó, así que no me vengas con los problemas de esos sitios raros. El tema ya no vende. Nuestros medios siguen ofreciendo una imagen peyorativa del continente a la par de informar de una manera trivial, y salvo honrosas excepciones, tipo Fundación Sur, obligan al africanista a beber en otras fuentes. Vivimos en un contexto donde los valores humanos cotizan a la baja y exigen un rescate. África crece a su manera y un favor le hemos hecho al mostrarle cómo nuestro amoral y joven dios de la ingeniería financiera en el diablo se nos ha revelado. Suelo barrer para casa y citar la economía sudafricana como un contraste donde se apostó por la investigación y el desarrollo. Hoy es una realidad. Un polo de gravedad que aglutina las inversiones del África austral convirtiéndose por derecho propio en una de las economías más crecientes y dinamizadas; respaldada por centros universitarios entre los primeros del ranking mundial; con un sector farmacéutico que cubrirá las necesidades de buena parte del continente; un tejido industrial sano y una ratio de patentes que ya querríamos en este país. Tal vez este sea el mejor ejemplo de que África sí puede. Es fácil citar al gigante sudafricano, pero también hay ejemplos tan dignos de elogios como lo son la revolución agrícola que se vive en la pequeña Ruanda, que ha hecho que la economía del país centroafricano crezca a ritmos superiores al 5%; saber que tras la Primavera árabe, las inversiones tunecinas en educación se han multiplicado; o cómo Senegal resolvió su incógnita electoral sin un solo tiro. Si África tiene su camino repleto de piedras, también tiene sus respuestas.
Original en : Cuadernos de África del Diario de Avisos