Sexo, dinero y caza furtiva

23/05/2012 | Opinión

Desde Giscard D´Estaing a Juan Carlos, África embriaga a los poderosos de Europa, pero resulta ser una china en sus zapatos.

Es bien sabido, el torpor africano hace perder todo sentido común. El desfase horario, una bocanada de calor, una insolación, una espalda bellamente arqueada… uno se desabrocha la camisa y se halla con una cadera rota o con la reputación hecha añicos.

Por haber querido incordiar al paquidermo, un dinosaurio del almanaque Gotha español se encuentra en el punto de mira. Ya en 2006, el rey Juan Carlos posaba delante del cadáver de un elefante botsuano.

Él, que se decía monarca moderno con un tren de vida menos dilapidador que su homólogo inglés, encarnó de repente la anacrónica majestad en plena fantasía postcolonial. En aquella época, no hubo movimiento alguno, pero la reincidencia le ha costado un escándalo…

En 2012, con 74 años, durante una expedición de caza al elefante Juan Carlos tropieza con un escalón, se rompe la cadera, es repatriado de urgencia y termina con muletas. Y recibe una tunda de palos.

En una carta abierta publicada el pasado 16 de abril, la fundación Brigitte Bardot denuncia la gira del cazador español, ya conocido por su devoción a las corridas de toros, recordando que “el elefante africano es víctima de la caza furtiva en todas partes, pero la urgencia de preservar la biodiversidad no es la primera preocupación de la familia real española”.

El soberano no sólo tendrá que soportar las secuelas físicas de su nueva prótesis y las violentas protestas de su compañera de muletas.

Tratado de “rico ocioso” por BB (Brigitte Bardot), el soberano se ve atacado por toda la prensa española. Incriminado: el precio de su estancia en África. En una península Ibérica que no para de apretarse el cinturón por los sobresaltos de la crisis económica, el diario “El Mundo” habla de una factura de la fractura real que asciende a unos 30.000 euros.

El viaje africano es calificado de irresponsable y la casa real, ya sacudida por la inculpación del yerno de Juan Carlos, se tambalea sobre sus bases.

El 18 de abril, contrito, el rey Juan Carlos pide disculpas delante de las cámaras españolas, pensando sin duda que mejor hubiese sido torcerse el tobillo en Madrid que irse a romper la cadera a África.

África es presentada como un lupanar para depravados vistosos

El rey tendría que haber sabido que el cóctel “política/caza africana” a veces produce resaca. Justo antes de ser elegido presidente de la República francesa, Valéry Giscard D´Estaing fue a cazar tres veces a una concesión del norte de la República centroafricana.

Una de esas veces, en abril 1973, Jean-Bedel Bokassa, jefe de Estado centroafricano, había hecho entrega de frutos de ébano y una oblea de diamantes africanos al ministro de finanzas de Georges Pompidou. El 10 de octubre de 1979, cuando el derrocamiento de Bokassa, el semanario “Le canard enchaîné” hizo estallar el “asunto de los diamantes” que contaminó la segunda campaña presidencial de Giscard. En 1981, el cazador de la República centroafricana sería derrotado por el socialista François Miterrand…

Cuando los políticos europeos no son unos forofos de las armas de fuego, a veces vienen a África a acorralar un tipo de presa menos animal. Entonces el safari consiste en cazar la “gacela” en los riads marroquís [casa tradicional] o en las zonas residenciales tunecinas.

En El Cairo, en Yerba o en Marraquech, las costumbres morales son, en principio, protegidas por las vigilantes autoridades locales. Discreción garantizada… hasta que un escándalo neoyorquino ponga la mosca tras la oreja de periodistas “hambrientos”.

Hasta que un antiguo miembro del gobierno francés, Luc Ferry, afirma sin tapujos que un antiguo ministro “fue cazado en Marraquech en una orgía con niños pequeños”.

Hasta que otro rumor afirma que otro antiguo ministro habría destrozado la habitación de un gran hotel marroquí tras una discusión con su compañera.

Las orgías africanas tienen doble filo. Más vale no ser atrapado con las manos en la masa.

Cuando no son las giras de cazadores o de seductores las que se convierten en chinas en el zapato, son las campañas africanas de “encubrimiento”. En noviembre de 2011, en el libro “El escándalo de los bienes mal adquiridos” de Xavier Harel y Thomas Hofnung, un asesor personal de Omar Bongo afirmó que el difunto presidente gabonés “había contribuido a la financiación de la campaña presidencial de 2007 de Nicolás Sarkozy”.

Sus declaraciones, aunque distintas en varios puntos, van en la dirección de la tesis de los maletines y los yembes [tam-tam] de Robert Bourgi que afirma haber sido él mismo portador de valijas para la clase política francesa.

En los medios de comunicación, una vez más, África aparece como un lupanar para depravados “vistosos”, el lugar menos recomendable del planeta donde se mezclarían sexo inmoral, financiaciones ocultas y perfumes de muerte, la de animales raros o de víctimas de guerras civiles.

¿Hay que quejarse de la mediatización que minimiza estos asuntos? ¿O, al contrario, cabe esperar que desanime a los que vienen a ensuciar el continente negro?

Del pequeño desliz turístico a los escándalos político-financieros con tufo a venta de armas, pasando por la satisfacción de las fantasías sexuales de los peces gordos, los sistemas mejor rodados no escapan a los resbalones incontrolados. En la era de la comunicación total, las escapadas inconfesables evitan cada vez menos las huidas que resisten cada vez menos al rumor, al buzz y al periodismo de investigación que coquetea cada vez más de buena gana con los licenciosos y la “gente guapa”.

Políticos que planeáis una larga carrera política, preferid la caza a la cucaracha en la insalubre cocina de vuestro cuñado a los lujosos safaris en un rancho del África austral; privilegiad los mimos conyugales, incluso rutinarios, más que los abrazos culpables en un palacio magrebí; olvidad los petrodólares del continente negro y volved a aprender la campaña electoral de proximidad al carburante sudoríparo.

Damien Glez

Damien Glez es un dibujante burkinés. Dirige el “Journal du Jeudi”, el más conocido de los semanarios satíricos de África Occidental.

Artículo traducido para Fundación Sur por Juan Carlos Figueira Iglesias.

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