Serie Grandes Mujeres Africanas: Theresa Kachindamoto: Contra los matrimonios infantiles

17/05/2020 | Crónicas y reportajes


Theresa Kachindamoto, jefa tradicional en un distrito de Malaui, es una luchadora tenaz en favor de la educación de la infancia y de la juventud y en contra de los matrimonios infantiles.

Contexto

Malaui es un país del sureste africano, con unos quince millones y medio de habitantes cuya capital es Lilongüe y sus lenguas oficiales son el inglés y el chichewa. En 2016, Malaui ocupaba el puesto 38, entre los 54 países africanos, respecto al índice de desarrollo humano; a nivel mundial, ocupaba el puesto 160 entre 182 países. Con relación a la renta per cápita (739 $), en 2012, ocupaba el puesto número 51, entre los 54 países africanos; es decir que se sitúa entre los países más pobres de África.

Una encuesta de las Naciones Unidas, de 2012, sitúa a Malaui en el octavo lugar entre los 20 países del mundo que, supuestamente, tienen el nivel más alto de matrimonios infantiles. La misma encuesta nos dice que más de la mitad de las chicas de Malaui se casan antes de los 18 años. Si por otra parte tenemos en cuenta que un 10% de la población del país está infectada de SIDA, la tragedia está servida: la mortalidad en las niñas entre 15 y 19 años se eleva a unas 70.000 mujeres al año.

La tasa de matrimonios prematuros es más alta en las zonas rurales. El problema es cultural aunque también económico ya que las familias no pueden mantener a sus hijas y encuentran un alivio dándolas en matrimonio: así se liberan del peso económico de cuidarlas y, además, obtienen por ellas una pequeña dote. En las zonas rurales existen también campamentos de iniciación sexual, donde las niñas, con frecuencia, son violadas por sus iniciadores.

Los niños y niñas unidos en matrimonio precoz ven interrumpida su educación y además carecen de una atención sanitaria eficiente y tienen una tasa muy elevada de desempleo.

Jefe supremo tradicional

Theresa Kachindamoto es la más joven de doce hermanos en una familia de jefes tradicionales del distrito de Dedza, cerca del lago Malaui. Su vida estaba bien orientada y al margen de la política, ya que durante 27 años trabajó como secretaria en la universidad de la ciudad donde residía, al sur de Malaui. Casada y madre de cinco hijos, nunca pensó en que dicha responsabilidad política pudiera incumbirle, a pesar de pertenecer a una familia de jefes tradicionales. Inesperadamente, en 2003, los jefes del distrito de Dedza decidieron elegirla como jefe supremo entre los jefes tradicionales del distrito. Así que, mal que le plugo (a pesar de su deseo), Teresa se vio convertida en el Inkosi, o jefe supremo del linaje Chidyaonga de la dinastía Gomani, con el nombre de Kachindamoto VII. Al parecer fue elegida porque “es buena con la gente”. Su elección fue algo inesperado ya que, como ella misma dice, “en nuestra cultura una mujer no puede ser líder; no sé realmente cómo llegué a dirigir el distrito”.

Como jefe supremo tiene a su cargo unas 900.000 personas y unos cincuenta jefes menores a través de los cuales ella ejerce su autoridad. Tan pronto como fue instaurada, con su collar de cuentas, su vestido rojo y su banda de piel de leopardo en la cabeza, comenzó a visitar a la gente en los poblados.

Su campaña

En una de estas visitas encontró a una niña madre con su bebé en brazos mientras que el marido, un adolescente, jugaba al futbol. Este encuentro la marcó tan profundamente que decidió emprender una lucha sin cuartel contra el matrimonio infantil y en favor de la educación de chicos y chicas.

Comenzó movilizando al sector político para que la prohibición del matrimonio precoz fuese regulada en el código civil. En 2015, el parlamento de Malaui aprobó una ley prohibiendo el matrimonio antes de los 18 años, aunque el matrimonio precoz seguiría vigente si los padres estaban de acuerdo. Theresa Kachindamoto no quería excepciones que hiciesen inoperante la ley y siguiesen permitiendo toda clase de abusos. La resistencia a su proyecto se explica porque la prohibición de matrimonios precoces va en contra de la ley tradicional y es muy difícil convencer a los padres para que cambien de opinión con respecto a ella. Por eso, Kachindamoto comenzó su propia campaña en contra de los matrimonios infantiles.

¿Qué métodos utiliza? En primer lugar, obligó a los jefes que dependían de su autoridad a firmar un acuerdo, con efecto retroactivo, para prohibir los matrimonios prematuros en su jurisdicción. De ese modo consiguió que los 50 jefes territoriales que tenía a su cargo anularan cualquier tipo de unión entre personas menores de 18 años. A cuatro de esos jefes que se resistieron a aplicar la nueva norma los despidió sin contemplaciones. Meses más tarde fueron readmitidos después de aceptar aplicar la normativa y de haber verificado que todos los matrimonios infantiles llevados a cabo en sus zonas habían sido anulados. En el 2015, 850 matrimonios infantiles habían sido anulados, de los cuales 350 sólo durante el mes de junio de dicho año. Además, consiguió que estos niños y niñas volvieran a la escuela. En realidad, su objetivo final es que completen su educación: «No quiero matrimonios infantiles; -nos dice- esos niños deben ir al colegio. Ningún niño debe estar en casa, o haciendo tareas del hogar, durante el horario escolar».

Para que estas normas se lleven a cabo, ha organizado una especie de espionaje, haciendo que unas 300 personas, – padres y madres de familia que simpatizan con su visión -, vigilen y den la voz de alarma cuando las normas no se cumplen. Theresa dialoga con los padres reacios y les muestra el bien fundado de su normativa y los riesgos de incumplirla. En realidad las niñas y niños quieren ir a la escuela pero no pueden oponerse a sus mayores si estos los fuerzan. Para Theresa Kachindamoto la educación es la base para impulsar un cambio en la cultura de Malawi y lograr que las niñas sean mujeres libres y capaces de liberar a otras con vistas a una comunidad con futuro.

theresa_kachindamoto_wikimedia.jpgOtra de sus decisiones inmediatas fue la de suprimir los campamentos de iniciación sexual a los que estaban obligados los niños y niñas de entre 9 a 12 años. Esta iniciación duraba dos semanas durante las cuales se suponía que los iniciados aprendían los valores étnicos; entre otros, el respeto a los padres y a las personas mayores. Las chicas aprendían también ciertos bailes para complacer a los hombres. Desgraciadamente a veces se veían forzadas a tener relaciones sexuales con sus monitores. Nos dice Kachindamoto: “Los padres pagan por estos campamentos, pero no saben que los ‘hyena’ (instructores) pueden dormir en una noche con cuatro chicas…; si fuesen conscientes no lo permitirían”.

Por eso, Kachindamoto los ha prohibido: “Dije a los jefes que tenían que acabar con estas prácticas o serían expulsados.” Esos campamentos eran populares y, además, había intereses de por medio, por lo que su erradicación ha sido difícil. La oposición llegó incluso a amenazarla de muerte, de lo que ella no hizo caso. Al contrario, sólo sirvió para ratificar la normativa. “No me importa –dice-, pero estas chicas van a volver a la escuela”. Cuando sus padres no pueden hacer frente a los gastos escolares, ella misma los paga o busca patrocinadores que lo hagan. Dada su tenacidad, la gente termina por comprender; aunque la resistencia sigue extrema cuando la dote que se ha pagado por la chica ha sido importante. Los padres que se oponen a la nueva normativa suelen aducir que Kachindamoto no tiene derecho a anular la tradición. También se aduce que la prohibición de los matrimonios infantiles podría perjudicar a las niñas haciéndolas más vulnerables, y la prohibición del trabajo infantil hace más pobres a muchos niños.

Desde el inicio de su campaña han sido invalidados más de 2.400 matrimonios infantiles en su distrito. Los matrimonios anulados no son matrimonios civiles propiamente dichos, sino tradicionales, regulados por los jefes. En esta tarea, el jefe Kachindamoto colabora con grupos de madres, con maestros, con los comités de desarrollo de las aldeas, con los líderes religiosos y con las organizaciones no gubernamentales.

El esfuerzo educativo de Teresa Kachindamoto encuentra nuevas modalidades, invitando a personas importantes de Malaui a dar charlas en escuelas rurales. Parlamentarias, que respondieron a la invitación, insisten en la importancia de hablar inglés, la lengua oficial, que permite la apertura a una información más amplia y especializada. Theresa organiza también excursiones a la ciudad para que las chicas campesinas vivan nuevas experiencias.

El objetivo final de Kachindamoto es conseguir que el Parlamento retrase la edad del matrimonio hasta los 21 años, para que los jóvenes “puedan completar su formación”. Para ella, la educación es el único medio de superar la endémica pobreza rural. Aunque el camino será lento, ella se muestra optimista y parece contar con el apoyo del Gobierno, que ofrece ayudas a los padres para que no dependan tanto de dichas prácticas.

Otras militantes

En el mismo distrito de Dedza, donde Theresa Kachindamoto ejerce su autoridad de jefe supremo, actúa también otra militante, Emilida Misomali, que forma parte de un grupo de madres en la aldea de Chimoya. Este grupo de mujeres advierte a los padres de los riesgos que conllevan los matrimonios y la maternidad precoces, pero generalmente encuentran oídos sordos, sobre todo en familias pobres que no pueden mantener a sus hijos. De ahí se siguen partos difíciles y nacimientos por cesárea ya que los cuerpos de estas niñas son muy pequeños para dar a luz a sus bebés. Según Emilida, en su jurisdicción, los jefes tradicionales y la policía no pueden intervenir porque la resistencia de la comunidad es muy fuerte.

Otra militante activa en Malaui es Mary Waya, ella misma víctima de abuso sexual en su infancia; en lugar de hundirse, continuó sus estudios e hizo del deporte un instrumento terapéutico. Llegó a ser estrella del baloncesto femenino y entrenadora del equipo nacional de Malaui. Mary Waya dice que los campamentos sexuales siguen vigentes a pesar de la toma de conciencia del riesgo de SIDA. En el mundo rural se cree que hombres enfermos de SIDA pueden curase teniendo relaciones sexuales con una chica virgen. Mary aplica el deporte como medio de salvaguardar a las chicas. En su Academia de Baloncesto Femenino recibe numerosas chicas que han sufrido abuso sexual y, mediante el deporte, intenta rescatarlas del riesgo de la prostitución.

Según la UNICEF, una de cada cinco chicas y uno de cada siete chicos son víctimas de abusos sexuales, generalmente por parte de personas allegadas, como tíos, padrastros, e incluso padres. Algunas tradiciones promueven el abuso sexual en la familia.
Es obvio que el nacimiento de una chica no es con frecuencia bien recibido en estas aéreas rurales y pobres, como lo muestra el nivel de infanticidios y los matrimonios infantiles. Theresa Kachindamoto es pionera en la lucha por los derechos de la mujer y, como hemos visto, va teniendo seguidoras en el país.

UNICEF y UN Women quieren colaborar, en otros lugares, con los líderes tradicionales, a ejemplo del Jefe Kachindamoto, para reducir los matrimonios infantiles.

Bartolomé Burgos

Fuente imagen: Nafarroako GobernuaWikimedia

[Fundación Sur]


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Autor

  • Bartolomé Burgos Martínez nació en Totana (Murcia) en 1936. Sacerdote miembro de la Sociedad de Misiones de África (Padres Blancos), es doctor en Filosofía por la Universidad Gregoriana de Roma, 1997. Enseñó filosofía en el Africanum (Logroño), en Dublín y en las ciudades sudanesas de Juba y Jartum. Fue fundador del CIDAF (Centro de Información y Documentación Africana) a finales de los setenta, institución de la que fue director entre 1997 y 2003.

    Llegó a África con 19 años y desde entonces ha vivido o trabajado para África y ha visitado numerosos países africanos. De 2008 a 2011 residió en Kumasi, Ghana, donde fue profesor de filosofía en la Facultad de Filosofía, Sociología y Estudios Religiosos de la Universidad de Kumasi. Actualmente vive en Madrid y es investigador de la Fundación Sur.

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