Ser negro no es Cool, por Simon Pierre Talula

20/02/2012 | Bitácora africana

Éste es título de la carta que mandé al periódico Noticias de Álava hace ahora 3 meses. Desgraciadamente uno de los temas ineludibles de lo que me toca hablar en esta bitácora es del racismo. Ayer pasé por la hemeroteca a rescatar el periódico del cajón de los diarios colectivos, aún no lo tenía. Ahí estaba la carta, publicada en lugar destacado en la segunda página de esa edición del 22 de noviembre. Hacía una semana justo que cumplí años y era de alguna manera una sensación agridulce celebrar el paso de mi vida rodeado de apoyos frente al abuso a la par que de felicitaciones.

Os haré un breve resumen del contenido de esa carta. Hacía referencia a un conocido local (con ese nombre inglés) de ocio nocturno de Vitoria a la que van muchos estudiantes. Así que enseguida me hablaron de ella. Aprovechando la visita de una amiga de Santander, decidimos pasarnos por allí casi al terminar la noche. Pero, en la entrada, uno de los dos porteros no me dejó entrar. Cogió mi tarjeta de residencia y la miró y remiró, y tras darle la vuelta para ver de qué país procedo, me dijo que no nos dejaban entrar, y que era por normas del jefe. Tengo que decir que a mi amiga sí le dejo entrar, y que tras varias preguntas nuestras, sólo me dejo claro que no era por la edad. Entonces de repente entendí por qué había tantos africanos fuera, a dos pasos de la entrada. No me había planteado una razón tan descarada como esa, pero con la xenofobia había topado, además una selectiva. Porque sólo me negó la entrada después de averiguar de donde era. No fue ni al ver el color de mi piel, ni me dejó entender que hubiera algo en mí inadecuado.

Yo me fui a casa un poco trastornado, perplejo, no podía creer que pasara eso a la vista de todos y a plena luz de la noche, y a dos pasos del Parlamento vasco. Y por lo que veía, parecía ser una costumbre no cuestionada en esta nueva ciudad en la que me encontraba. Una vergüenza. Estas cosas hay que vivirlas para entenderlas, es una mezcla de humillación, indefensión y de rabia inexplicable. La rabia de mi amiga tenía sonido y voz, la mía era un hondo pesar por dentro. Estaba cansado, nos fuimos a dormir.

A la semana siguiente le mandé esa carta al periódico. Y a los pocos días la publicaron y me hicieron una entrevista en Euskadi directo. Yo procuré contar lo que había pasado de la manera más sobria posible, sólo quería saber por qué. Y desde el local se diferenciaron diciendo que ahí entraban personas todos los colores, y que sólo dejan fuera a los que vienen borrachos o conocidos alborotadores suyos. Para mí era evidente que mentían: porque no había pisado ese lugar en mi vida, por lo tanto no me conocían; y también porque aquella noche iba más que sereno, lo suficiente para recordar todo lo pasado y convencer a mi amiga para que nos fuéramos sin montar más bulla. Así que la única respuesta es que me hubieran confundido con un presunto delincuente o me habían visto de cara de liante, tanto a mí como a todos los africanos que dejaron fuera aquella noche.

Yo no soy activista social, no por falta de ganas, sino porque tengo otras cosas más urgentes que hacer, y porque no va del todo con mi manera de ser. Dudé mucho antes de alzar la voz, sobre todo porque coincidió con un momento de sonados conflictos en las discotecas en otras ciudades vascas, y en todos esos conflictos había un extranjero involucrado, no parecía el mejor clima social. Pero creí que era mi deber, mis amigos me animaron a denunciarlo y así lo hice, aunque no ante la policía. Porque no quería abrir un archivo judicial a dos meses de llegar a la ciudad; y sobre todo porque yo tenía el convencimiento de que siendo el lugar que era y estando donde estaba, tenían que saberlo. No podían desconocer las prácticas discriminatorias de esa discoteca, y menos aún si parecía una norma no escrita del sitio. No me lo podía creer y no me creo que fuera el único en quejarme. Y sin embargo, aun después de denunciar por escrito y en imagen, no tengo noticias de ninguna actuación de las autoridades al respecto. Debieron de creer la versión del local, no sé.

Hubo mucho revuelo en mi entorno, en la facultad, entre mis amigos. Pero se quedó en eso. Esa respuesta de sordera de la ciudad es la que transmite a una parte de la población que no importa que sus derechos sean pisados, que no somos más que nada, y que no tenemos voz-ni por supuesto- voto para nada. Y haciendo oídos sordos, contribuyen en perpetuar actitudes que se ven reforzadas y apoyadas, más en un clima social donde la crisis económica va seguida de otra de valores, de la que se aprovechan políticos y algunos personajes para malmeter entre los habitantes de pie. Y si no, miren el creciente ascenso de políticos y partidos abiertamente xenófobos por toda Europa que nos rodea, y no hay que irse fuera para verlo. Y es triste ver que esas reacciones radicales reciben por omisión la aprobación de las instituciones democráticas: callan, callan, callan.

Y de la noche a mañana, uno se da cuenta de que el país en el que ha jugado de niño, se ha formado de adolescente y ha crecido como persona, se va tiñendo cada vez más en una mancha nauseabunda de odio y hostilidad indisimulada hacia parte de sus habitantes. Yo no he vuelto a acercarme al Cool. Pero me pregunto qué pasará cuando el siguiente discriminado decida no envolver su perplejidad en una bolsa e irse a casa, sino hacer frente in situ a la situación de agravio. Entonces seguro que aparecerán a buenas horas las mangas verdes, y me atrevo a suponer quién será el cuestionado, sólo una suposición claro, como sigo suponiendo que no me dejaron entrar porque me confundieron con alguien problemático. Es más tranquilizador que pensar que fue por haber nacido en un país a miles de kilómetros de Vitoria, y para más inri, un país pobre. Así nos va.

Autor

  • Talula, Simon Pierre

    Hijo de madre camerunesa y padre congoleño, he pasado la mayor parte de mi vida en España, especialmente en Santander, donde transcurrió
    parte de mi infancia, razón por la cual me suelo definir sin más como 'afrocántabro'. Soy Licenciado en Traducción e Interpretación y en
    Comunicación Audiovisual por la UPV/EHU.

    Interesado en las Relaciones Internacionales y en el lugar de África dentro de ellas a partir de la
    Guerra Fría y especialmente después de ella; amante de la lengua y del periodismo con repercusiones sociales, soy también un apasionado lector y curioso por la historia y la cultura africana y de su diáspora en lugares remotos y menos remotos del mundo.

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