¿Semana Santa sin procesiones? Muchos millones de cristianos llevan así muchos años, por José Carlos Rodríguez Soto

13/04/2021 | Bitácora africana

procesion_semana_santa.jpgEl maldito virus nos obligó a pasar un segundo año sin procesiones de Semana Santa. Pienso que a los católicos españoles no nos vendría mal aprovechar esta circunstancia para acercarnos a los muchos millones de fieles que, en distintas partes del mundo, llevan muchos años obligados a celebrar el triduo pascual no solo privados de procesiones sino con muchas otras restricciones que hacen que ir a la iglesia sea una actividad de riesgo.

Repaso sucintamente en estas líneas algunas de esas Semanas Santas que he vivido en varios países de África. Si no recuerdo mal, la primera de ellas fue en la parroquia de Kalongo, un remoto lugar del Norte de Uganda, en abril de 1986. Yo, joven diácono de apenas 25 años, me vi dirigiendo unos oficios de la Pasión del Señor ante varios cientos de personas asustadas que el día antes habían escapado de los ataques de ganaderos Karimoyón que, armados con fusiles de asalto, incendiaron sus aldeas a pocos kilómetros de la misión católica, para robar lo poco que tenían. Algo más de dos meses antes los rebeldes del Ejército de Resistencia Nacional (NRA) de Museveni (en el poder desde entonces) habían derrocado al frágil gobierno de Tito Okelo tras conquistar la capital, Kampala. Los soldados del derrotado gobierno huyeron al Norte, y ante la ausencia de cualquier autoridad vivimos varios meses de caos total. Dos días después, tras mucho discutir en el consejo parroquial, decidimos celebrar la vigilia pascual a las cuatro de la tarde. Durante la liturgia, llegó una columna de milicianos del NRA, muchos de ellos niños, que ocuparon Kalongo sin encontrar resistencia. Aquella calma tensa estallaría varios meses después al surgir una nueva rebelión y obligar el NRA a cerrar la misión, hospital incluido, dejando a miles de personas en la incertidumbre total.

He vivido después muchas Semanas Santas en las parroquias en las que trabajé (Gulu, Kitgum y Minakulu) en la región Acholi del Norte de Uganda durante los casi veinte años que duró la guerra. Si en la misión central ya era difícil organizar un programa de Jueves Santo a Domingo de Resurrección, cuando me tocaba salir a alguna de las comunidades a 40 ó 50 kilómetros en el bosque, los riesgos aumentaban al tener que ir por carreteras peligrosas donde a menudo había emboscadas. Celebrar la misa de la Cena del Señor, el Via Crucis, o una Vigilia Pascual en la que se bautizaban varias docenas de catecúmenos, era un consuelo para campesinos que antes del conflicto habían vivido pobres pero con dignidad y que vivían aterrorizados ante los frecuentes ataques de la guerrilla del LRA, que quemaba aldeas, secuestraba a niños, y mataba a civiles inocentes por cualquier razón. A partir de 1996, la mayor parte de la población se vio obligada a abandonar sus hogares y vivir en campos de desplazados en condiciones inhumanas. Recuerdo que lo más complicado era siempre ponernos de acuerdo sobre la hora de la Vigilia Pascual. La noche era cuando había más posibilidades de ataques de los rebeldes (o de disparos al aire de soldados borrachos) y la única posibilidad era comenzar a las cuatro para acabar, como muy tarde, a las seis, la hora en la que se ponía el sol y en que la gente empezaba a ponerse nerviosa a la espera de cuándo empezarían a oírse las primeras ráfagas.

Después cambié de país. Bangui, capital de la República Centroafricana. Domingo de Ramos, 23 de marzo de 2013. Tras varias semanas de una tensión creciente, los rebeldes de la Seleka entran en la capital muy temprano y los soldados gubernamentales huyen. A pesar de todo, un grupo de cristianos han desafiado al miedo y han acudido a la misa de la bendición de palmas en la catedral. En medio de la misa, llegan dos vehículos de los nuevos amos que acaban de tomar el poder, disparan al aire a la entrada del templo y uno de ellos sube al altar y grita pidiendo a los que hayan venido en coche que le den las llaves en el acto. A los pocos minutos se van con algunos de los vehículos aparcados a la entrada, mientras los aterrorizados fieles continúan con la misa como pueden mientras fuera se siguen oyendo detonaciones…

La parroquia de Nuestra Señora de Fátima ha sido la iglesia que he frecuentado más en Bangui durante los últimos años. Cercana a un conflictivo barrio donde durante años las milicias de «autodefensa » han cometido todo tipo de abusos contra la población, acudir a la iglesia en horas vespertinas, el jueves, el viernes y no digamos el sábado para la vigilia pascual, era prepararse para vivir dos horas de tensión en el que se alternaban momentos de calma con sobresaltos por disparos que se oían a pocos cientos de metros de distancia. En esta parroquia sus traumatizados fieles tienen muy grabada en la memoria el cruel ataque de las milicias el uno de mayo de 2018, en plena celebración de la misa, cuando tras dos horas de disparar a placer dejaron en el recinto de la parroquia algo más de veinte muertos y un centenar de heridos.

Hablo de Uganda y de la República Centroafricana, dos países en los que tengo experiencia de años de vivir, trabajar… y rezar. Pero hoy podíamos recordar muchos otros lugares del mundo en los que acudir a los oficios de Semana Santa, o simplemente practicar en público la fe cristiana puede ser una actividad de alto riesgo, no solo por estar en lugares conflictivos, sino incluso por ser los cristianos dianas en el objetivo de grupos fanáticos: Siria, Iraq, Burkina Faso, Níger, Malí, Nigeria, Mozambique… Allí tampoco hay procesiones, y no es sólo por la COVID 19, ni tampoco es un problema nuevo sino que llevan así muchos años. Ojalá el quedarnos sin ver salir a los pasos de Semana Santa en España nos sirva a los españoles para mirar más allá de nuestras fronteras y darnos cuenta de las mil dificultades que tienen para vivir su fe muchos otros millones de cristianos.

Original en: En clave de África-Imagen: wikipedia

Autor

  • (Madrid, 1960). Ex-Sacerdote Misionero Comboniano. Es licenciado en Teología (Kampala, Uganda) y en Periodismo (Universidad Complutense).

    Ha trabajado en Uganda de 1984 a 1987 y desde 1991, todos estos 17 años, los ha pasado en Acholiland (norte de Uganda), siempre en tiempo de guerra. Ha participado activamente en conversaciones de mediación con las guerrillas del norte de Uganda y en comisiones de Justicia y Paz. Actualmente trabaja para caritas

    Entre sus cargos periodísticos columnista de la publicación semanal Ugandan Observer , director de la revista Leadership, trabajó en la ONGD Red Deporte y Cooperación

    Actualmente escribe en el blog "En clave de África" y trabaja para Nciones Unidas en la República Centroafricana

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