He leído este fin de semana en Crux, publicación católica americana online, las declaraciones del arzobispo de Johannesburgo Buti Tlhagale contra la explotación de los emigrantes en África del Sur, contraria al mensaje bíblico. En los textos legales del Pentateuco hay más de cincuenta referencias al residente extranjero: “No maltratarás al forastero, ni le oprimirás, pues forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto”, decían las antiguas leyes (Ex. 22,20). Claro que todo es corruptible. Así que en el siglo VIII AC, bajo la presión de los profetas de Israel, el próspero reino del norte, se reeditaron las leyes y hubo que defender al extranjero: “Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis vosotros en el país de Egipto” (Deut. 10,19). Tras siglos de opresión, Israel ha renacido de nuevo y es hoy un país próspero y rico, receptor de migrantes africanos. De nuevo pues el “extranjero”. En enero de 2018 el primer ministro Netanyahu aprobó un proyecto de ley que obligaría a 40.000 emigrantes, la mayoría sudaneses y eritreos, a escoger entre la expulsión o la cárcel por un tiempo indefinido. El plan no funcionó porque no hubo países africanos dispuestos a acogerlos. Luego, el 19 de julio, la Knesset aprobó una ley que define a Israel como “Estado-nación del pueblo judío”, enviando así al limbo al 20% árabe de sus ciudadanos. Profeta laico, el caricaturista Avi Katz publicó enseguida en el Jerusalem Post una viñeta en la que citaba la frase de Orwell en La Granja de los Animales, “Todos los animales son iguales pero algunos son más iguales que otros”. Pero el primer ministro Netanyahu sigue en sus trece. Hace unos días, la actriz Rotem Sela se quejó de que la ministra del Likud Miri Regev acusara a la oposición de querer formar gobierno con ayuda de los partidos árabes. “Querida Rotem”, le respondió Netanyahu, “Israel no es el estado de todos sus ciudadanos, sino el estado del pueblo judío y de nadie más”. Confirmaba así lo que otro profeta, Jermiah Unterman, había temido en su libro Justice for All: How the Jewish Bible Revolutionized Ethics, publicado en 2017: “La memoria puede desembocar en la venganza. Puede hacer que el oprimido se convierta en opresor. Es una tendencia natural, y la historia está llena de ejemplos. La Torah intenta por todos los medios defender lo opuesto: nuestra experiencia histórica debiera hacernos más empáticos, no menos, para con los refugiados que buscan asilo en nuestra tierra”.
¿Podría estar Sudáfrica entrando por segunda vez en esa lógica del oprimido opresor a la que alude Unterman? Álvaro Peredo, creador de la página “Piratas y Emperadores”, comenta a propósito de los campos de concentración a los que los británicos enviaban en 1901 a los Boers sudafricanos: “En total 45 campos para bóeres y 64 para africanos negros. Medidas de dietas insuficientes y condiciones higiénicas deplorables, favorecieron la aparición de enfermedades contagiosas, lo cual unido a la falta de atención médica adecuada, causó un gran número de muertes”. Luchando por la libertad contra el opresor británico, los Boers, miembros de la Iglesia Reformista Holandesa, se identificaron con los israelitas oprimidos en Egipto (también lo harían más tarde en América del Sur algunas teologías de la Liberación), y vieron en la independencia, conseguida en 1961, el triunfo de los pobres a los que Dios apoyaba. Sólo que los pobres oprimidos se convirtieron rápidamente en opresores, ahondando e institucionalizando todavía más las políticas de apartheid vigentes durante el período británico. Una vez más aparecieron profetas, contra el apartheid esta vez, negros y blancos: Desmond Tutu, Nelson Mandela, Joe Slovo, Helen Beatrice Joseph (“She really was a Lady”, diría Desmond Tutu en su panegírico), Helen Suzman (hija de inmigrantes judíos lituanos), y tantos otros.
El apartheid cayó en 1992, y Mandela asumió la presidencia de una Sudáfrica conscientemente multicolor en 1994. Con un PBI por habitante de 6.200 dólares (Argelia 4.200 dólares), es hoy el país más próspero de África, y polo de atracción para numerosos inmigrantes. Y una vez más parece como si el oprimido se estuviera convirtiendo en opresor. Académicos y políticos (en mayo están previstas elecciones generales y provinciales) discuten sobre el número actual de emigrantes. Buena parte provienen de Zimbabue y Mozambique. Y desde 2008, en que murieron 62 emigrantes, Sudáfrica ha conocido explosiones de xenofobia. En marzo de 2016 Goodwill Zwelithini, jefe tradicional de 12 millones de zulúes, pidió que « los extranjeros hicieran las maletas y volvieran a su país». En agosto de 2018 cuatro emigrantes perecieron en Soweto. Un estudio de 2017 del “Human Sciences Research Council” de Sudáfrica indicaba que el 30% de los sudafricanos piensan que los extranjeros les están quitando los puestos de trabajo y que constituyen un peligro social. Y como ocurre con emigrantes y sin papeles en todo el mundo, también en Sudáfrica muchos son explotados económicamente y sometidos a tratos inhumanos.
La defensa de los emigrantes por parte de Buti Tlhagale tuvo lugar durante el cincuentenario del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SCEAM) en Kampala durante el mes de febrero. “Los patronos no pagan a los emigrantes ni siquiera el salario mínimo”, denunció, “y a veces policías corruptos abusan de ellos”. Y dirigiéndose a sus compatriotas: “No vemos lo que sucede porque no queremos verlo. Nuestro pecado es el de la indiferencia. Esta nos deshumaniza. Porque somos humanos gracias a esas relaciones interpersonales que atraviesan las fronteras geográficas, culturales y raciales”.
Mandela habría estado de acuerdo
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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