Viví en Uganda 20 años, la mayor parte de ellos en zonas rurales bastante remotas y, en honor a la verdad, debo decir que hoy mueren allí menos niños que en la década de los 80. Hoy la gente tiene más acceso a pozos de agua potable, se realizan más campañas de vacunaciones y el que más y el que menos tiene un centro de salud a pocos kilómetros de distancia. Otra cosa es que después el dispensario funcione mejor o peor. Durante las últimas décadas he visto que se han multiplicado los servicios, aunque también hay que tener en cuenta que en 25 años se ha duplicado la población, pasando de 15 millones a mediados de los 80 a la actual cifra de 32 millones de habitantes.
Traigo esto a colación porque al terminar la cumbre de Nueva York que revisa el progreso realizado en la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio es inevitable que los analistas vaticinen si estas ocho metas se cumplirán o no para el año 2015. Yo, humildemente, y juzgando las cosas desde el terreno, pienso que por lo que respecta a África se han realizado progresos importantes durante los últimos años, aunque no hay que olvidar que también han surgido nuevos problemas importantes que en buena medida anulan muchos de los progresos realizados.
Por ejemplo, es verdad que en el norte de Uganda la gente tiene hoy más acceso a servicios de salud y educación que antes no tenían. La educación primaria es gratuita y el que no manda a sus niños a la escuela es porque no quiere. Pero también es cierto que los efectos del cambio climático se dejan notar en esta y otras zonas de África de manera implacable. Recuerdo muy bien que durante los años 80 la gente estaba acostumbrada a hacer frente a una sequía cada diez años. Ahora los periodos de escasez se acortan cada vez más y los campesinos ya no saben qué sembrar ni en qué época. En muchos países de África, éstos han pasado de ser exportadores de alimentos a ser importadores, y esta dependencia de los mercados alimentarios a la larga es un desastre.
Además, no deja de ser una cruel paradoja que cuando se habla más de seguridad alimentaria las nuevas economías asiáticas y de países árabes estén entrando a saco en países africanos y apropiándose de las tierras de cultivo de personas que las necesitan para dar de comer a sus hijos. En Uganda he visto infinidad de casos de campesinos que han malvendido sus tierras a compañías extranjeras por precios irrisorios. En otros casos los caciques de turno se apropian de ellas para vendérselas a inversores foráneos. Es decir: que Japón, por ejemplo, que tiene mucha población pero no puede cultivar arroz en su territorio, cultiva cantidad de cereales en un país africano para después llevarse el producto y alimentar a sus ciudadanos. Le sale barato. Pero a costa de que los ciudadanos del país africano en cuestión se queden con hambre. Los que se quedan sin tierras suelen terminar por emigrar a las ciudades, donde terminan sus días malviviendo en algún slum o haciendo trabajos eventuales como guardias de seguridad o barrenderos, ganando una miseria. Y por si fuera poco, los acuerdos de libre comercio impuestos por la Unión Europea a África (conocidos como EPAs) significan que los productos alimentarios europeos llegan a los mercados africanos a un precio generalmente más barato (para eso han recibido generosos subsidios de sus gobiernos), hundiendo la economía local. Muchas pequeñas empresas africanas están cerrando debido a esta competencia desleal.
Todo esto puedo decir por lo que se refiere a Uganda. Pero si hablo de otros países que conozco y que he visitado durante los últimos dos años, como es el caso de Sudán meridional o de la República Democrática del Congo, el panorama es aún más desalentador. La última vez que estuve en el Congo, por ejemplo, en Goma y otras zonas del Kivu norte, fui testigo de cómo miles de niños desplazados por la guerra no acuden a la escuela. Sus padres, que no pueden volver a sus aldeas de origen y se contratan como jornaleros por un dólar al día, no pueden pagar los cinco dólares que cuestan las tasas escolares mensuales. Muchos de los niños que vi vagando por los alrededores de Goma tenían el pelo rojizo, signo de desnutrición. En otros lugares me contaron que cuando los niños llegan al quinto año de primaria se marchan a trabajar a las minas de coltán o casiterita, minerales que salen a diario para Ruanda, desde donde son comercializados hacia países ricos para servir a la industria electrónica.
La causa de este desaguisado no es otra que la política expansionista que desde 1996 ha perseguido el actual régimen político de Ruanda, que ha sostenido a milicias que han realizado todo tipo de atropellos contra la población y han creado la situación que hunde en la miseria a millones de congoleños. La ironía es que su líder, Paul Kagame, fue nombrado en junio por Ban Ki Moon, presidente del comité de seguimiento de los Objetivos del Milenio. Para mear y no echar gota.