Sandra Laing, la negra blanca

11/12/2014 | Crónicas y reportajes

La vida de Sandra Laing es una alegoría sobre el absurdo de las teorías racistas. Nacida «negra» de padres «blancos» en la Sudáfrica del apartheid, Sandra pasará su vida en busca de su identidad, sin la ayuda de su familia que sólo querían ver en ella a una afrikáner. Después de haberse realizado un documental y un libro, su vida también pasó al cine.

Sandra Laing nació negra en 1955 en la ciudad sudafricana de Piet Retief, los padres, los abuelos y los bisabuelos blancos. En ningún otro lugar más que en la Sudáfrica del apartheid, este milagroso nacimiento, debido en realidad al despertar de los genes de un ancestro africano negro, podría simbolizar mejor el absurdo de las teorías racistas e ilustrar la estupidez los hombres que las desarrollan y aplican. La vida de Sandra Laing ya dio lugar a un documental, en la década de los 70, prohibido en Sudáfrica, en su momento, y a una biografía. El cine, que no podía pasar por alto durante mucho tiempo el poder alegórico de este destino, le dio vida en “Skin”.

«Apartheid» significa en afrikáans «separación». Separación legal, desde 1948 a 1992, en la escuela, en el trabajo, en lugares públicos… la «razas», negra, blanca, mestiza, asiática… de acuerdo a un orden social decidido por los blancos y hecho por los blancos. Debido a que «la diferencia de color es la manifestación física del contraste entre dos formas de vida irreconciliables, entre la barbarie y la civilización, entre el paganismo y el cristianismo…justificaba, en 1948, el jefe del gobierno sudafricano».

Legalmente blanca

En lugar de desafiar esa ideología, el padre de Sandra, miembro, junto a su esposa, del Partido Nacional (partido único en el poder) tratará, por todos los medios, que su hija sea “blanca”. Una “blanca” legal. De hecho, durante los los primeros años de su vida, a Sandra se le trata como una afrikáner. Pero con la pubertad, la piel se le vuelve más oscura aún y surgen los problemas. Su desgracia es aún mayor ya que, a diferencia de otros niños de raza negra, ella tiene derecho a ser educada en las mismas escuelas que los blancos. «Los niños se burlaban de mí porque era negra. Traté de esconder mi cuerpo porque era diferente al de ellos, recuerda Sandra. El director de la escuela siempre la tomaba conmigo y me castigaba. A menudo, me encerraba en un cuarto oscuro”.

A la edad de 10 años, la estudiante fue expulsada «ninguna razón» de su escuela y escoltada a su casa por dos agentes de policía. Algunos alumnos de la escuela niegan estos hechos. El ostracismo que golpeó a la niña no tardó mucho tiempo en llegar a la familia entera, ignorada en la iglesia y en el barrio. Maldita.

Sandra recuerda el día en que el gerente de un restaurante, donde estaba comiendo con su familia apareció en su mesa y le dijo a su padre que tenían que marcharse, que Sandra no podía comer ahí.

Primero la enviaron a una escuela a 900 kilómetros de sus padres, pero, finalmente, su padre gana la batalla. En 1967 y, en parte gracias a él, se produce una modificación jurídica: un niño nacido de padres blancos no puede pertenecer a otro «grupo racial». Sandra Laín es legalmente blanca. Los análisis de sangre así lo atestiguan.

Desde entonces, el Sr. Laín se siente mucho mejor. Pero no su hija que decide, con quince años, escaparse de casa de sus padres con un empleado negro al que convirtió en su marido. «Mi padre estaba furioso porque me casé con un negro. Amenazó con matarme y luego suicidarse él si ponía un pie en su casa”, recuerda Sandra. También prohibió al resto de la familia volver a verla. La joven, oficialmente blanca, tuvo dos hijos con su marido. Pero la ley prohibía los matrimonios mixtos. Para conservar la custodia de sus hijos, su padre tendría que haber aceptado que Sandra pasara de blanca a mestiza a lo cual se negó.

Sandra Laín está ahora casada y es madre de dos hijos. Su padre murió sin volver a verla. Sus hermanos la evitaron. Pero ella logró volver a ver a su madre en una residencia de ancianos, poco antes de su muerte en el 2000. «La primera vez estaba muy enferma y no podía recordar nada. Pero la segunda vez, explica Sandra, estaba mejor y las enfermeras le dijeron que desde que la vio, había mejorado mucho”.

[Fuente: afriquefemme.com-Fundación Sur]

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