Salah Meghzi, artesano de Cabilia, de la región de los Iflissen en Argelia

10/11/2011 | Crónicas y reportajes

Cuando se le ve deambular en medio del gentío, se le tomaría fácilmente por un hombre anónimo cualquiera. Además con sus cabellos crespos e hirsutos, dorados por el sol, no se le distingue fácilmente de esos bohemios que sin cesar recorren caminos y calles. Esta a menudo solo y siempre tiene prisa. Pero cuando uno se acerca a él y aprende a conocerlo, descubre en este hombre un modelo de virtudes. Es un padre ejemplar, lleno de vitalidad y de clarividencia. Su sabiduría prudente y su carácter hacen de él un verdadero hombre de la montaña. Su atípico talento artístico es un ejemplo de ello. Originario de la región de los Iflissen, Salah Meghzi es un hijo de “chahid” como tantos otros en esta Cabilia mártir que el tiempo hace olvidar.

Nació en el dolor al final de la guerra y fue el último de sus hermanos y hermanas. No tuvo la suerte de conocer a su padre. El, que no pidió nacer, se encontró privado de un apoyo que los granujillas de su generación han tenido el privilegio de tener. Su padre lo concibió en un furtivo permiso durante la guerra aprovechando una visita nocturna.

Nada más llegar la independencia del país, supo que su padre-del que le decían que estaba ausente-no volvería nunca. La alegría de la liberación se transforma en pesadilla para él. De ahora en adelante será huérfano.

Al lado de sus hermanos y de sus hermanas, vive su frustración en silencio. Cuando era muy joven no podía comprender porque tenía que afrontar la vida solo. Sin la protección de su padre, era vulnerable. La escuela es un lujo para los pobres como él, por eso se resigno a dejar sus bancos después del CEP (certificado de estudios primarios). Este hombrecito tuvo, muy a pesar suyo, que aceptar su suerte que le echaba a la caldera del trabajo físico y duro en casa de gentes sin escrúpulos. Sonriente muy a menudo, no se queja nunca a pesar de los dolores morales insoportables. Después de su matrimonio, habiendo sido contratado por la función pública, esa apariencia de calma envolvía su vida. Con su mujer y sus hijos, se esforzaba en construir un mundo coherente y feliz que debería hacerle olvidar las cicatrices a penas cerradas de una infancia herida. Inesperadamente una enfermedad grave estuvo a punto de terminar con él, que no quería más que recuperar el tiempo perdido. La enfermedad estuvo a punto de frenar el impulso de reconstrucción de su vida contrariada, de hacerle hundirse en un engranaje depresivo que le acechaba. En cada esquina. No hay mal que sin bien no venga. Buscándose una salida en un pequeño rayo de luz, se descubrió una pasión que no le había venido nunca al espíritu. Esforzándose en obligarse a una “auto-cura psicológica” porque estaba harto de las continuas visitas a diversos psicólogos. Se obligo a hacer escapadas a la orilla del mar para huir de sus sinsabores. Unas veces para pescar, otras para nadar o meditar. Le gusta repetir que hablaba con las olas. Un día encontró un trozo de madera al que se esforzó en darle forma con un cuchillo pequeño que lleva siempre encima. Así descubrió una terapia inesperada para la enfermedad que le roía: la escultura de la madera.

Desde entonces no cesa de cincelar toda clase de maderas con sus manos de orfebre. Durante nuestra conversación, el ha querido precisar que los instrumentos que utiliza son todos rudimentarios, manuales. No utiliza instrumentos eléctricos: una hacha pequeña, un cuchillo, un casco de vidrio le bastan para dar forma a una maravilla. Con paciencia y la fuerza de sus brazos realiza sus obras de arte. Ha participado en varias manifestaciones culturales, en las que cada vez impresiona más a los aficionados a esta disciplina. Por todo esto hemos querido visitarle para que el mismo nos hable de sus sufrimientos y de sus peregrinaciones que le han hecho recorrer el país. Ha expuesto en Argel (conferencia de las ciudades africanas, Argel Junio 1999), en Bumerdes entre otras regiones de Argelia…En cuanto a Cabilia ha hecho exposiciones en muchísimos sitios.

Actualmente es un jubilado joven, de cincuenta años el que nos recibe en un taller improvisado, en la parte alta de su pueblo natal Ighil Busuel.

Azul a Salah: preséntese a nuestros lectores…

-Soy un hombre de 50 años, artista a pesar mío. Paso todo mi tiempo libre a tallar la madera para darle formas y significados. Estoy enamorado de esta materia a la que hablo a menudo como a una amiga.

¿Es verdad que este arte le sorprendió de manera imprevisible?

-Exactamente. Nada me destinaba a él. Fue por casualidad en un encuentro que yo calificaría de providencial, con un trozo de madera que hizo brotar la chispa que me ha guiado hacia el camino de la escultura de la madera.

¿Que le ha aportado esta pasión?

-Me ha dado la fuerza y la esperanza, ha hecho desaparecer mis problemas de salud, me ha hecho cogerle de nuevo gusto a la vida. Estuve a punto de hundirme. Yo diría que mis manos han curado mi espíritu.

No llegaba a deshacerme de las secuelas de una operación, que me cerraban todos los horizontes. Gracias a esta pasión he adquirido el dominio de mi mismo.

¿Ha participado usted en manifestaciones culturales?

-Si, en muchas. Esta actividad me ha permitido viajar y descubrir muchas regiones del territorio nacional. Es un visado que me ha abierto todas las fronteras. No citare como ejemplo mas que la conferencia de las ciudades africanas que tuvo lugar en Argelia del 20 al 30 de Junio de 1999.

¿Su última palabra?

-Gracias a su periódico que se ha dado el tiempo de interesarse a artistas como yo. No esperaba más.

Benamghar Rabah

Entrevista publicada en septiembre en Kabyle.com, Argelia.

Traducido por Inmaculada Estremera mnsda.

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