Sáhara y Sahel ¿Con una guerra de retraso?

28/01/2013 | Opinión

La amenaza terrorista en el Sahel no se remonta a la ofensiva del MNLA para la “liberación” del Azawad, rápidamente reivindicada por AQMI (Al-Qaeda del Magreb Islámico) y otros grupos terroristas.

Antes incluso que el GSPC (Grupo Salafista para la predicación y el Combate) proclamase obediencia y fidelidad a Al-Qaeda en 2006, algunos de sus grupos ya actuaban entre el sur del Sahara y el Sahel. Desde febrero 2003 treinta y dos turistas europeos fueron secuestrados. Parte de los rehenes fueron liberados mediante una operación del ANP. Los demás fueron liberados a cambio de un rescate en el mes de agosto de ese mismo año.

El ataque que fue dirigido contra la base de In Amenas el día 16 de enero de 2013 tiene un tufo de remake de la operación contra los turistas en 2003. Hace ya más de una década que los grupos islamistas refuerzan su implantación en el Sahel aprovechando una situación que les es favorable bajo diversos aspectos: la pobreza de las poblaciones locales que les debilita ante la hegemonía de los grupos terroristas, la endeblez de los Estados de la región y la deficiencia de sus medios de defensa, la rentabilidad del tráfico de drogas y, probablemente, el apoyo financiero de los Estados petroleros, como Arabia Saudí, en donde Iyad Ghali fue agregado diplomático durante los años 90, y más concretamente, Qatar, tradicional proveedor “humanitario” en la región.

La guerra de Libia, al desbloquear el arsenal militar del ejército libio y al liberar los mercenarios reclutados por Gadafi en la región, proporcionó un refuerzo inesperado, en términos de hombres y armas, a los grupos que ya se habían instalado.

Los últimos acontecimientos han puesto de relieve la gran fragilidad del Estado maliense y de los demás Estados de la región, y de su ejército. También han revelado la insondable debilidad militar y la profunda incongruencia estratégica de los movimientos targuís. La versatilidad y la incoherencia de los jefes de Ansar Dine ilustran perfectamente la desproporción entre la naturaleza de la legitimidad de la causa y la inconsistencia política de sus defensores. Las dificultades de la CEDAO para crear una fuerza de intervención en el Norte de Malí también ilustra el retraso militar del país en el cual los ejércitos, acostumbrados a misiones golpistas o de represión local, han perdido el horizonte de su vocación de defensa territorial.

Tras diez años de presencia de la base terrorista del Sahel, el mundo ha hecho gala de una sorprendente indolencia. Sin embargo, las iniciativas políticas y los intentos de creación de dispositivos de vigilancia y de anticipación estratégica (AFRICOM americano, estado-mayor de los países de la región, etc.) muestran que una verdadera preocupación se había adueñado tanto de los países de la región como de las potencias europeas y de América del Norte.

La guerra en curso fue impuesta por la iniciativa de los grupos terroristas que, recordémoslo, pasaron por encima de la ofensiva tuareg antes de someterlos, y después decidieron ir más allá del territorio Azawad, y avanzar hacia Bamako. Francia, hasta ahora casi la única en asumir la réplica, está haciendo una guerra que en los últimos diez años se ha convertido en inevitable. Lo que aconteció en In Amenas también pudo ocurrir en cualquier otro momento en el transcurso de estos diez años. “La solución política”, cuando se persigue durante demasiado tiempo, acaba por ser provechosa para las fuerzas beligerantes. En este caso, al terrorismo islámico. De tanto dudar en hacer la guerra, se acaba padeciéndola. Después de haberla sufrido tanto tiempo, es una vez más Argelia quién parece obligada a sufrirla de nuevo.

Mustapha Hammouche

“Liberté”, Argelia, 17 de Enero de 2.013

Traducido para Fundación Sur por Juan Carlos Figueira Iglesias.

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