Sabiduría Africana: Vida y Trabajo, Adaptado y traducido por Paquita Reche, mnsda

19/12/2011 | Cuentos y relatos africanos

Cuando Dios creó el primer hombre y la primera mujer, les dijo: “¡VIVID!” y con el dedo les señaló un poblado donde podrían vivir.

El hombre y la mujer se pusieron en ruta hacia el poblado, pero durante el camino empezaron a dudar y se preguntaban: “¿Qué significa vivir?”. Querían volver a la casa de Dios para preguntarle, pero llovía a cántaros y cinco ríos los separaban de su casa. Entonces vieron una semilla que había brotado en el borde del camino y le preguntaron:

-¿Qué significa vivir?

-Transformar el barro, respondió la semilla.

-¿Vivir es transformar el barro?

-Si, el barro que sois vosotros, el barro que tocáis, un poco como yo me transformo,

el barro en savia,

la savia en planta, la planta en flor y

la flor en fruto.

Y morir es ser transformado por el barro.

Cuando llegaron al pueblo que Dios les había indicado, el hombre y la mujer se pusieron a transformar su medio ambiente, fabricando vasijas y cultivando plantas, olvidando que ellos también son barro. Fue el origen del trabajo y de los primeros oficios. (1)

La sabiduría africana no construye teorías, sencillamente descubre o da un sentido a lo cotidiano. Da sentido a lo que existe, explica lo que hace que la vida del hombre sea lo que es, saca lecciones de saber vivir y de saber estar. Lo hace utilizando un lenguaje cuya matriz es la imaginación. Para ello inventa mitos, proverbios o cuentos. Este cuento de Damiba, sobre el origen del trabajo y de los primeros oficios encontramos respuesta a una pregunta esencial: ¿Qué es vivir?

La respuesta no puede ser más clara ni más sencilla: Vivir para el hombre, es trasformar el barro, el barro que él mismo es y el barro que le rodea y que él toca. El hombre vive cuando se transforma y transforma su medio, cuando crea objetos.

Vivir para los humanos es trabajar y trabajando crea. Por el trabajo, los hombres cultivan plantas para alimentarse y fabrican objetos que les ayudan a trabajar y a vivir mejor, así en la tradición africana, el trabajo no es para el hombre una maldición, es una bendición que le permite vivir.

Los cantos que acompañan el trabajo hecho en grupo, las danzas que lo miman y las bendiciones que acompañan a los trabajadores para que su trabajo dé fruto, transmiten el mismo mensaje: “El trabajo es bendición para los que no escatiman esfuerzo” -dice un proverbio, muchas veces repetido- o bien este otro: “La mejor bendición para el trabajo es una calabaza llena de sudor”.

El trabajo bendición para el hombre, supone esfuerzo, sacrificio y valor, como lo reconocen saludos a la gente que está trabando

-¡Te saludo en el esfuerzo!

Esfuerzo y valor reconocido los cantos que acompañan el trabajo para animar a los cultivadores.

Sacrificio y esfuerzo, que algunos mitos de los orígenes explican por el alejamiento de Dios. Alejamiento, que no existía al principio del mundo, cuando la gente sólo tenía que alargar la mano para coger de las nubes “la grasa” que lo alimentaba, como explica un mito mosi de Burkina Faso y del que tuvo la culpa la impertinencia de una mujer, al quejarse de que las nubes tan próximas le molestaban para machacar el grano con el pilón.

La enseñanza recibida en el momento de la iniciación y la vehiculada por múltiples sentencias y proverbios hablan del trabajo que debe hacerse con inteligencia y ánimo. Trabajar para los hombres supone esfuerzo y valor, pero el trabajo es fuente de libertad y de alegría. En más de una ocasión he podido ver esas largas filas de cultivadores, con músculos de ébano tensos y brillantes de sudor, trabajando alegres al ritmo del mismo combate contra el calor y la fatiga. El sonido del tam-tam y las alabanzas que el “griot” hace de los valientes cultivadores, son un estímulo para competir redoblando esfuerzos.

El trabajo tiene un aspecto liberador y ayuda a los humanos a construirse como personas, transformando y humanizando el medio en el que viven. Eso sólo es posible cuando el valor del trabajo no está por encima del hombre y el hombre no vive solo para trabajar.

En la tradición africana el hombre trabaja para vivir, con él crea vida, él no está al servicio del trabajo sino que el trabajo está a su servicio. A nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar que el hombre está al servicio del trabajo. No, el trabajo está al servicio del hombre, como el hombre y su trabajo están al servicio de la comunidad.

Aunque actualmente se trabaja generalmente por un salario, todavía funcionan en los poblados de Burkina Faso las sociedades de cultivo solidario. Parientes, amigos y vecinos responden a la llamada del día de trabajo comunitario ritmado por el sonido del djembe (2) o el tama (3). Este trabajo comunitario y solidario se hace por clases de iniciación, por distintas asociaciones. Es una verdadera fiesta. Los participantes sólo reciben la comida y la bebida, pero viven la alegría de trabajar juntos.

Trabajo y el ocio van tejiendo la vida en el poblado
La vida no se agota en el trabajo. Junto al trabajo está el ocio.

A semejanza de los gestos del tejedor, la unión de los contrarios es lo que teje nuestra vida, cuando el tejedor levanta un pie el otro baja. Cuando el movimiento cesa y uno de los dos pies se detiene, la tela deja de tejerse”, Esta bella metáfora fulfunde o peul, nos dice que trabajo y ocio son inseparables.

El trabajo produce vida y objetos, genera libertad, independencia y alegría. El ocio reconstruye las fuerzas y fortifica los lazos sociales por el descanso, la palabra, y la música y la danza. Pero como dice un proverbio malinké “El buen trabajador sabe dejar la calabaza de cerveza para coger la azada”.

Bonita lección la de este cuento africano de Damiba: vivir para el hombre es transformarse, construirse como persona y poner el sello de su humanidad en lo que lo rodea.

(1) Cuento de F.Xavier Damiba, Dieu n´est pas sérieux, p.63. Adaptado y traducido por Paquita Reche, mnsda

(2) Tambor sujetado entre las piernas y tocado con las manos

(3) Tambor tallado en una sola pieza de madera en forma cilíndrica y más estrecha en el centro. Se sujeta, con la axila para regular el sonido con la presión del brazo, que se ejerce sobre las cuerdas que unen la piel de los extremos. Se toca con un bastoncito curvado.

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