Paola Audrey Ndenge, editorialista y especialista en moda africana, nacida en Camerún y educada en Francia (se define como afroeuropea y afroparisina), escribe ahora desde Abiyán, la capital de Costa de Marfil. Al descubrir en 2012 que también en Lagos, Nigeria, había una tienda “vintage”, su primera reacción fue: “A primera vista, en un continente literalmente asfixiado por tanta ropa de segunda mano procedente de Occidente, se puede decir que, en cierto sentido, todos los comerciantes venden «ropa vintage». Para luego añadir: “Aunque en realidad, en Retrospective [la cadena vintage de Lagos abierta en agosto de 2011] seleccionan la ropa, poniendo de relieve el carácter único de las piezas”. Algo parecido venía a decir Cédric, veterano vendedor de ropa de segunda mano en un barrio de Yaundé, capital política de Camerún, en un artículo de Idriss Linge publicado en abril de este año por Ecofin (agencia de información económica basada en Yaundé): “Ahora vendemos auténticas piezas originales. Antes vendíamos en función de lo que nos habían costado los fardos de ropa. Ahora los clasificamos según la calidad y la belleza, y les ponemos un precio adecuado, aunque luego se pueda negociar”. ¿Vintage “a la africana”?
Lo del vintage es un ejemplo más de cómo las modas avanzan en espiral, por caminos de ida y vuelta, reviviendo e interpretando el punto de partida del que surgieron. La muestra “Picasso Primitivo” (museo Quai Branly, París 2017) expuso por enésima vez la influencia africana en el arte contemporáneo occidental. Y es innegable que éste a su vez ha influenciado en nuestros días a muchos artistas africanos, el nigeriano Ben Enwonwu (1917-1994), el mozambiqueño Malangatana Ngwenya (1936-2011) o el joven congolés Thonton Kabeya (1983- ) entre otros. Raíces africanas se encuentran en el tango argentino, la saya boliviana y el joropo venezolano. Pero también la música congoleña contemporánea, sin duda la más escuchada hoy en África Subsahariana, nació inspirada por ritmos sudamericanos (la “rumba” congoleña en los años 40; la “pachanga” y “salsa” en los 50). La utilización y la venta de ropa usada, iniciada en Europa al final de la segunda guerra mundial, invadió África a partir de los años sesenta. Ahora se ha puesto de moda en Europa y en América del Norte dentro de la nebulosa de la moda vintage.
En 2016, el togolés educado en Francia Amah Ayivi, salió del Comptoir Général (conocido conjunto de tienda, restaurante y galería de arte en el distrito 10 de París) y creó su propio “Marché Noir” especializado en lo que él llama el “vintage chic”. El 95% de la ropa y accesorios vienen de Togo y de otros países de África que Ayivi visita. En buena parte llegaron a esos países desde Europa como dones de la Cruz Roja, Emmaüs o Ayuda Popular (Secours Populaire). Pero en sus viajes Amah Ayivi recoge también atuendos y complementos de estilo claramente africano que por su relativa antigüedad son ahora vintage. Al otro lado del Atlántico, el Journal de Montréal anunciaba el 28 de marzo de este año: “Inmensa venta de ropa vintage, de $2 a $10, en la primera edición de una fiesta organizada por la tienda Le Marché Noir a partir de las 18 horas del 31 de marzo”.
Y como era de esperar, también el vintage africano ha contribuido a la creciente popularidad de lo africano en Europa, así como a la aparición en el viejo continente de estilistas de la comunidad afro. Hace ya muchos años que Vivienne Westwood, célebre diseñadora de moda británica, colabora en el “Ethical Fashion África”, organización sin ánimo de lucro fundada por la ITC (International Trade Centre), creando diseños de accesorios que son confeccionados en Kibera, Korogocho, Dagoretti y otros barrios pobres de Nairobi, Kenia. En 2015, la Fundación Cartier para el Arte contemporáneo organizó la “Beauté Congo 1926-2015”. En 2017 la Fundación Vuitton consagró una monografía, “Art Afrique, le Nouvel atelier” a una selección de artistas de África. Ese mismo año las Galerías Lafayette lanzaron la operación “África Now”. Se trató ciertamente de una operación de marketing pero que respondía al creciente interés por la moda con coloración africana. “Los extranjeros conocen París como la capital de la moda, ignorando que París es también la capital de la moda africana”. “Una nueva generación muestra que los negros son vanguardistas”, escribía la actriz francesa de origen senegalés Fatou N’diaye, en su blog «Black Beauty Bag».
N’diaye se refería a Youssouf y Mamadou Fofanala, franceses descendientes de familia senegalesa; al etíope Mehdi Slimani y su Sawa Shoes; a la diseñadora francesa de origen marfileño Laurence Chauvin-Buthaud; o a la belga-libanesa Sandrine Alouf. Pero en su blog omitía dos cosas importantes: Primero, que no sólo París es caldo de cultivo de la moda africana. En su “AfricanCultureBlog (Making African London Community Data Reachable)”, Gambart T. Alli ofrece una lista de cien sastres, modistas y diseñadores africanos en Londres. Y en segundo lugar que aunque lo africano esté de moda (y las firmas europeas se aprovechen), la vida no es fácil para los jóvenes diseñadores afroeuropeos. Les es difícil financiarse. Y están obligados a favorecer un diseño mestizo que los europeos puedan aceptar, pero que no traicione sus raíces africanas.
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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