Robar o no robar. Reseña literaria de ‘Aún no han nacido los bravos’ de Ayi Kweih Armah (2) de (3) , por Nuno Cobre

13/03/2015 | Bitácora africana

Respecto al título de la novela, no sería descabellado afirmar que éste, a pesar de la desilusión reinante, tiene un carácter mesiánico y esperanzador: “The Beatyful ones are not yet born”, es decir, lo mejor está aún por llegar. Por cierto, ¿por qué Beautyful y no beautiful? Todo parece indicar de que se trata de un desliz ortográfico en inglés, no muy infrecuente en África. De hecho en Ghana se habla principalmente el Twi, y el inglés no es tan fluido como cabría esperar. Siguiendo con la “esperanza”, podemos decir que al final el hombre, la honradez, “gana”. En efecto, en cierta manera, el hombre ha ganado siendo fiel a sus principios: la vida sigue para él, mientras que muchos corruptos y ambiciosos acaban mal.

Hemos dicho por otro lado que Koomson huye de Ghana en un barco. Pues bien, este barco precisamente es idealizado (corrupción mediante) por Oyo y su madre. Así, Koomson les promete la posesión de la nave y el disfrute de una tripulación a su servicio. Pero la realidad camina por otra senda y las ingenuas mujeres nunca llegan a pisar el barco, lo que les produce una gran decepción, un choque virulento con la realidad. A pesar de la frustración, la cuñada del hombre nunca le perdonará a éste que sea como es, pero su mujer Oyo, parece recapacitar y finalmente se siente contenta y orgullosa por la forma de ser de su marido, al que ama. Esta unión final acaba justificando un matrimonio que a lo largo de la historia va pareciendo cada vez más insostenible debido al contraste de personalidad e intereses de sus protagonistas. Pero en el fondo se quieren y eso es lo que importa y esta verdad es superior al hecho de que “las teorías humanistas” se acaban imponiendo al materialismo de Oyo.

Y eso que la novela acaba con un golpe de estado al decepcionante Gobierno socialista de Nkrumah (muy criticado en la novela). El hombre por supuesto, no apoya a los golpistas a diferencia de la mayoría de sus compatriotas que cambian de chaqueta automáticamente. Al final el hombre comprenderá que nunca encontrará las respuestas a sus dudas, dudas políticas, filosóficas, existencialistas, surrealistas, etc. Ni Teacher ni nadie le sacarán de la incertidumbre. Esa debe ser la vida. Con ese pensamiento se dirige de nuevo a su casa, a seguir viviendo. Durante el camino de regreso, se cruza con un camión, cuyo chófer le saluda, un segundo después alcanza a ver la parte trasera del vehículo que aparece pintada por una leyenda que reza, The Beautyful ones are not yet born.

Desde mi punto de vista, éste es ese tipo de novelas que con el tiempo te acaban gustando más que cuando las lees. En efecto, a pesar de la inteligencia de la pluma de Ayi Kwei Armah, su profundidad, su sensibilidad casi proustiana, su tacto y su capacidad para activar los cinco sentidos, el escritor ghanés acaba pecando de un ritmo predominantemente lento (tan solo la parte del golpe de estado se cuenta de manera dinámica) cansino, con un exceso descriptivo acompañado por una música pesimista que llega en determinados momentos a desesperar. Creo que el libro también resulta lento en muchos tramos del mismo porque el autor se centra casi únicamente en el protagonista y muchas veces en sus un tanto repetitivos paseos, lo que llega a lentificar la narración de manera significativa.

Es un libro que puede considerarse también como muy ‘bello’, introspectivo y sumamente honrado. Sale de las tripas. Además, esta novela refleja y desnuda muy bien la mentalidad africana y la situación en el continente africano, especialmente en Ghana. Una mentalidad que acoge a la corrupción como algo prácticamente inherente a la cultura popular, un camino casi lícito para llegar al estatus donde la mayoría quiere llegar: millonario o poderoso. Sólo una minoría de honrados se niega a transigir con la corrupción y la falta de valores, pero a costa de vivir en la tristeza y el desencanto, sin prejuicio además de verse tentados constantemente por la eterna cuestión: “robar o no robar”.

La corrupción está tan presente, que a veces la gente no roba, no porque lo consideren algo malo, sino porque no tienen el carácter para hacerlo, con lo cual son considerados hasta cobardes. Se llega a decir en la novela refiriéndose al propio hombre, “¿Cómo era posible para un hombre controlarse a sí mismo, cuando la admiración del mundo, el orgullo de su familia y de su secreta felicidad, al menos por un momento, todo lo que le pedían era que perdiese el control sobre sí mismo y se comportarse como alguien que no era y que nunca sería?”. Pero a pesar de todo, el hombre seguía sin picar. Y es que se dice también, “no eran las cosas en sí mismas, sino la forma de conseguirlas, lo que creaba mucha confusión en el alma”.

Original en : Las palmeras mienten

Autor

  • Sin que nadie le preguntase si estaba de acuerdo, a Nuno Cobre lo trajeron al mundo un día soleado del Siglo XX. Y ya que estaba por aquí, al hombre le dio por eso que llaman vivir.

    Sin embargo, durante mucho tiempo creyó Nuno que el mundo era sólo eso, sólo eso que se presentaba de manera circular y hermética ante sus ojos. Se asfixiaba. A veces. Pero algunos viernes o lunes por la mañana, una vocecita fresca y lejana le decía que habían otras cosas por ahí, que debían haber otras cosas por ahí.

    Y un día Nuno Cobre salió y se fue a la Universidad, y un día siguió viajando y al otro también, y al otro, mientras iba conociendo a gente variopinta y devorando libros sin parar… Entonces descubrió con un cierto alivio que no estaba solo. Que habían más. Cuando llegó la hora de elegir, Cobre decidió convertirse entonces en viajero sólido y juntaletras constante, pero quería más, un más que venía del Sur. Y fue así como el latido africano empezó a morderle tan fuerte que una noche abrió la puerta del avión y se bajó en un país tropical. África.

    Los temores. Llegó con cierto temor a África influenciado por la amarilla información occidental ávida de espectáculos cruentos y de enfermedades terminales. Y resultó que en lugar de agitarse, a Cobre se le olvidó la palabra nervios a la que empezó a confundir con un primo lejano. Y así fue como se llenó de paz, tiempo y vida.

    Tras varios años en África, Nuno Cobre sólo aspira a lo imposible: vivir todas las experiencias mientras le da a la tecla, a los botoncitos negros del ordenador que milagrosamente le proyectan un nuevo horizonte cada día.

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