Ocurrió hace ya una semana. Estaba yo en misa en una de las parroquias de Bangui cuando me llamo el cura de la iglesia de Fátima para decirme que mientras celebraba la segunda misa, la de los niños, tuvo que interrumpir la celebración al escuchar detonaciones de armas que procedían de un barrio cercano y se prolongaron durante varios minutos. Los niños salieron de estampida. A los pocos minutos me entere que en otra parroquia de la misma zona ocurrió algo parecido y el cura se quedó solo en el altar mientras los sufridos feligreses corrieron a ponerse a cubierto.
La causa del tiroteo fue un altercado entre comerciantes y jóvenes de los grupos conocidos como “autodefensa” en el barrio musulmán. Estos, alegando no me acuerdo que razones para realizar una protesta, quisieron obligar a mantener los comercios cerrados y algunos comerciantes, hartos de perder dinero cada dos por tres y de soportar la presión de lo que ven como una verdadera mafia, se negaron a ello. Cuando llegaron los milicianos, los dueños de las tiendas -que también tienen fusiles- sacaron sus armas y se armó la de San Quintín. El jefe de la milicia resulto muerto en el altercado y otras tres personas resultaron heridas. El resto de la jornada nadie circulo por la zona, dominada por una incómoda tensión, y hacia las seis de la tarde se reanudaron los disparos hasta bien entrada la noche. Hubo otro muerto.
Hacia las once de la noche, me despertó una llamada de uno de los líderes locales musulmanes que me puso al día sobre una iniciativa de mediación para cesar con la violencia. El mismo acababa de terminar una reunión en su casa con representantes del grupo armado y de los comerciantes. Al final, con modos muy corteses, me invito a participar en una reunión de paz a la mañana siguiente en la mezquita conocida como Ali Babolo, donde me aseguro que las dos partes en conflicto sellarían la paz.
No dormí yo muy tranquilo aquella noche. Y más agitado me quede aun cuando al dirigirme a la oficina, a eso de las seis y media de la mañana, escuche a lo lejos más disparos procedentes del mismo lugar donde hubo los enfrentamientos el día anterior. A los pocos minutos me llamo el mismo líder para anunciarme que “las dos partes están de acuerdo en firmar la paz” y que me esperaban en la mezquita. Respondí a mi optimista amigo que me daba la impresión de que los portadores de armas no parecían estar muy de acuerdo a juzgar por el tiroteo, ya algo mas esporadico, que se oia de vez en cuando a apenas un kilómetro de distancia, comentario que no pareció inquietarle mucho.
No sabría decir que me movió finalmente a meterme en aquella zona tres horas después, cuando una nueva llamada me anuncio que los beligerantes acababan de entrar en la mezquita. El camino hasta allí estaba casi desierto, y a la entrada de la callejuela me encontré con varios jóvenes armados de Kalashnikovs y lanzagranadas que me saludaron en un tono más bien neutro. Me tranquilicé algo más cuando vi llegar a los cascos azules egipcios, que se desplegaron alrededor de la zona ofreciendo algo más de seguridad. En la gran sala donde se reza, unos cincuenta hombres sentados en el suelo hablaban, la mayor parte de ellos en árabe, mientras mi amigo el optimista irredento, junto con el imán de la mezquita, moderaban las intervenciones. Al llegar, el que hablaba en ese momento interrumpió su discurso para darme la bienvenida y pedirme que les dirigiera unas palabras.
Algo más de dos horas duro aquel parlamento, en el que los comerciantes dejaron muy claro que no tolerarían nuevos incidentes de acoso y amenazas y los representantes de los grupos armados llegaron incluso a pedir perdón por las agresiones y prometieron comportarse con más respeto. Me explique aquella posición de fuerza de los comerciantes, no solo por el hecho de que ellos también están armados, sino porque estos hombres -generalmente de una cierta edad- recordaron varias veces a los milicianos que fueron ellos mismos los que empezaron el movimiento de la “autodefensa” en el barrio a finales del año 2013, cuando la zona se vio rodeada de las milicias anti-balaka que se lanzaron a la caza del musulmán. Hoy día todos se otorgan el mérito de haber salvado su comunidad, y lo malo es cuando algunos utilizan esto como carta blanca para seguir viviendo de la extorsión. Es un problema recurrente en sociedades azotadas por la violencia donde se forman milicias de civiles que al cabo de varios años se transforman en grupos mafiosos que resulta difícil desmovilizar.
Al final de la reunión, me pidieron que hablara de nuevo para clausurar la reunión. Les dije que, si de verdad les importaba su comunidad, que pensaran en sus propios hijos que debido a la situación del barrio no pueden ir a la escuela, en sus esposas que viven bajo el yugo del miedo, en las personas normales y corrientes que no pueden salir de sus casas, y en sus vecinos cristianos que no se atreven a venir al barrio a comprar y vender.
Desde entonces, no ha vuelto a haber incidentes en el barrio, y esperemos que dure tiempo. No hay duda de que el hecho de que, en este caso, milicias y comerciantes fueran de la misma etnia, facilitó que se pudiera llegar a un acuerdo en muy poco tiempo. Pero fue un pequeño paso hacia la paz, y si algo he aprendido durante muchos años en lugares conflictivos en África es que a la paz se llega con pequeños pasos, algunos hacia adelante y no pocas veces hacia atrás, pero siempre sin desanimarse.
Original en : En Clave de África