Réquiem por una revolución (parte III)

19/03/2025 | Crónicas y reportajes, Cultura

Por mucho que algunos análisis contemporáneos del mandato de Lumumba puedan caracterizarlo como un carismático líder sin ninguna capacidad de estrategia política para la independencia, unidad y soberanía de su país, Soundtrack pinta un cuadro realista de que su posición era insuperable, imposible incluso para el más hábil de diplomáticos. La tragedia de su problemático mandato está hábilmente articulada a través del énfasis que pone la película en marcando en tiempo las diversas crisis y obstrucciones que se produjeron a lo largo de los días, semanas, meses y, posteriormente, el trimestre después de que el Congo declarara su independencia. La repetición se convierte en un absurdo leitmotif que explica la imposibilidad de la soberanía del Congo, que incluso si la visión de Lumumba pudiera ser un espejismo, sólo duró unos miserables dos meses y medio. Con un conglomerado de intereses abarcando a compañías mineras internacionales, el gobierno belga y los estados vecinos de los colonos blancos en Sudáfrica, Rodesia (ahora Zimbabue) y Namibia, el guardián del corazón de África estaba aislado, indefenso y en inferioridad numérica.

Lumumba no fue el primero ni el último líder poscolonial asesinado por su inflexible disposición antiimperialista. El momento y la impactante brutalidad de su asesinato fueron un sobrio recordatorio, en el ocaso del “Año de África” de Nkrumah, de que, por mucho terreno ganado, la indiferente maquinaria del imperialismo seguiría operando tan cruda y opresivamente como siempre. Soundtrack rompe a menudo su armonía visual para mostrar deslumbrantes anuncios de actualidad de los últimos teléfonos inteligentes iPhone y vehículos Tesla, fabricados con reservas de cobalto del Congo, así como la guerra actual guerra que se libra en el Este, articulando algo que la película es lo suficientemente consciente como para no profundizar en un título: el colonialismo nunca ha abandonado el Congo.

El estilo posmoderno de Soundtrack convierte a otras imponentes y complicadas figuras de historia como símbolos, al borde de caricaturizadas representaciones de sí mismas sin tener en cuenta el peso de sus contradicciones o matices en políticas. En algunos matices, funciona. En otros casos, muestra el contraste entre el Movimiento de Países No Alineados a una robusta y abiertamente violenta oposición, en lugar de sus contradicciones internas. Como argumentó William Shoki en su reflexión sobre el no alineamiento medio siglo después de la Conferencia de Bandung, una de las principales razones por las que no pudo convertirse  en un significativo bloque geopolítico fue que carecía de base de una formidable clase trabajadora. Las condiciones materiales para ello no pudieron materializarse porque “las condiciones sociológicas para una sociedad de masas y de vida asociativa –industrialización y provisión colectiva a través de un estado fuerte– nunca se dieron”.

Los líderes de los países no alineados vieron la equidad en las políticas globales como los medios para el desarrollo interno, pero fue precisamente el desarrollo interno el que habría brindado un sólido apoyo desde abajo para que los recientemente países independizados formaran un formidable bloque geopolítico.

Soundtrack es brillantemente seductora, despertando un justificable resentimiento geopolítico que solo ha fermentado a medida que los años transcurridos desde la Guerra Fría han continuado e intensificado el imperialismo estadounidense y su hegemonía en el mundo en desarrollo. A pesar de todos sus excepcionales toques, Soundtrack se queda en este resentimiento, que a veces imagina que una apropiada diplomacia y líderes mundiales más comprensivos (como el ruso Nikita Khrushchev) pudieron haber sido todo lo que se necesitó para que el no alineamiento se materializara más allá de la movilización masiva de los trabajadores del Sur Global. Sin embargo, Gimonprez nos lleva allí en el acto final de la película.

 

 

Soundtrack alcanza su punto culminante cuando la interpretación de “Freedom” de Max Roach y Abbey Lincoln alcanza su punto álgido, y un grupo de manifestantes, incluidos Roach, Lincoln y Maya Angelou, asaltan la Asamblea General de la ONU en 1960 poco después de que se diera a conocer  la noticia del asesinato de Lumumba. Mientras ruge la voz de Lincoln, los manifestantes irrumpen en la sala de conferencias. Si bien la mayor parte de la película se desarrolla en los pasillos de poder y explora el espionaje encubierto contra el recién independizado Congo, el mensaje final de Soundtrack funciona como un llamamiento a una movilización global masiva. Más vale tarde que nunca.

En el medio siglo transcurrido desde la protesta en la Asamblea General de la ONU en 1960, la No alineación parece haber tenido más peso semiótico que fuerza material, heredando sinceramente pocas de las ideas nacidas en Bandung, a menudo al servicio de la búsqueda de la igualdad global para crear desigualdad interna en favor de la gobernante elite nacional. Lo más chocante, en contraste con la generación de Maya Angelou y Malcolm X, es la postura de la intelectualidad afroamericana de hoy en día, que tiende a excepcionalizar la lucha de sus compatriotas a expensas de construir solidaridad al otro lado del Atlántico.

El reciente lanzamiento y gira de Ta-Nehisi Coates de su libro “El mensaje” generó controversia a través de su reflexión y su nueva comprensión del funcionamiento de Israel como un estado de Apartheid. Como una de las voces más destacadas sobre las relaciones raciales durante la presidencia de Barack Obama, había en ambos lados de la barrera una sensación de que estaba arriesgando algo.

Las instituciones que lo habían colocado en un pedestal se sintieron traicionadas, e incluso los observadores más escépticos pudieron apreciar su voluntad de poner a prueba (y a veces erosionar) la buena voluntad que había construido durante la última década. La historia que rodeó el lanzamiento del libro de Coates reveló menos sobre el autor que sobre la posición de muchas voces públicas hablando a favor del avance de los intereses afroamericanos, muchos de los cuales se han sentido tan íntimamente ligados al latido del núcleo imperial, que condenar un genocidio patrocinado por el estado equivale al suicidio profesional. Como Soundtrack establece claramente en su tesis, cuando Nina Simone y Louis Armstrong protestan por su despliegue en Nigeria y Katanga después de enterarse de las encubiertas motivaciones detrás de sus respectivas giras, en la esfera pública, parece que ningún americano está exento de engrasar los engranajes del imperio Americano.

En su totalidad, Soundtrack to a Coup d’Etat es tremendo. Las formas convencionales de hacer cine han creado una expectativa para legibilidad en nuestro cine. Los productores de películas comienzan a hacerse una pregunta, encuentran una respuesta y comienzan a hacer su película. Pocos cineastas se atreven a hacer de la pregunta misma un punto de partida. Es en estas películas donde se enciende la improvisación y el dialectismo. La respuesta a la que llega un cineasta en su montaje final puede no ser sucinta, pero no obstante traza un viaje notable. Los esplendores de estos viajes dependen casi exclusivamente de la profundidad y el color de la introspección del cineasta.

Por su parte, el trabajo de Johan Gimonprez sobre Soundtrack to a Coup E’tat es un testimonio sobresaliente de que una película no siempre tiene que ser la conclusión de una tesis, sino la tesis misma.

Tsogo Kupa

Fuente: Africa is a Country

[Traducción, Jesús Esteibarlanda]

[CIDAF-UCM]

Autor

  • Escritor y cineasta que reside en Johannesburgo y colabora con el portal web Africa Is a Country.

Más artículos de Tsogo Kupa
Africanía (radio-podcast), 17-03-25

Africanía (radio-podcast), 17-03-25

Africanía (radio -podcast), 17-03-25.- Os presentamos a Jay Nvok, uno de los artistas jóvenes con más proyección en la escena musical de Guinea...