República Democrática del Congo: rehabilitación de menores soldados a los que “les gusta” matar

7/11/2011 | Crónicas y reportajes

La vida de Murhla (nombre ficticio) cambió para siempre cuando tenía nueve años. Fue entonces cuando aprendió a matar, torturar y violar.

Fue el año en el que la milicia entró en su escuela, en una pequeña aldea cerca de Bukavu, en la provincia de Kivi del sur, de la República Democrática del Congo (RDC), y le obligó junto con muchos otros a seguirla hasta sus campamentos en la selva, donde los entrenaron para ser soldados. “Sucedieron muchas cosas malas de las que no puedo hablar. Fue muy deshumanizante”, recuerda Murhla, que ahora tiene 25 años. Durante nueve años luchó en diferentes grupos armados: primero con la Asociación para la Democracia congoleña, luego con el Mudundo, los Mai-Mai y finalmente con el ejército nacional.

Se estima que 30.000 menores de la RDC, más de un tercio de ellos son niñas, han sido convertidos en soldados para ayudar a combatir una guerra, por el poder político y tribal, al mismo tiempo que por el control de los recursos naturales, en la que hasta el momento han muerto 4 millones de personas.

La RDC ha ratificado varios tratados internacionales de protección de los derechos de los menores. En 2001, este país del África central firmó la Resolución 1341 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que exige el fin del reclutamiento de menores soldados y su desmovilización y rehabilitación. Pero, según Amnistía Internacional, el gobierno congoleño ha hecho muy poco para implementar estos acuerdos.

Después de las elecciones democráticas de 2006 y, especialmente, de los acuerdos de paz de Goma de 2008, lo que trajo algo de paz a la RDC, las organizaciones internacionales de ayuda, como UNICEF, la organización católica CARITAS y otras, se implicaron en la desmovilización de los menores soldados.

Sin embargo, el apoyo psicológico que los miles de menores, que han sufrido trauma y lavado de cerebro, necesitan para volver a una vida normal no es parte de la desmovilización.

La RDC se enfrenta a una generación de niños y niñas y jóvenes adultos que no pueden recordar haber vivido una vida sin violencia. Traumatizados por acontecimientos que ni menores ni adultos deberían nunca experimentar, los ex menores soldados se han convertido en terribles agresores, ladrones y adictos a las drogas que luchan por reintegrarse en la sociedad.

Incluso muchos padres se niegan a aceptar a estos menores de vuelta en sus familias porque, como muestra el ejemplo de Murhla, hay una realidad oscura acechando el pasado de más de uno de estos ex menores soldados.

Sometido a un lavado de cerebro tras años de vivir bajo la ideología estricta y jerárquica de las milicias, el niño empezó a disfrutar al infligir dolor, justificando sus acciones como “algo normal en una guerra”.

“Me gusta ser un soldado. No sé cuánta gente he matado. En cualquier caso, yo solo seguía órdenes”, dice desafiante.

Se trata de una contradicción sorprendente a la que hay que enfrentarse –la mayoría de los menores soldados son víctimas traumatizadas y victimarios viciosos al mismo tiempo.

Qué papel juega en la psique del menor este conflicto y cómo debe ser tratado, es lo que los psicólogos alemanes de la Universidad de Konstanz, Tobias Hecker y Katharin Hermenau, están investigando. Trabajan con ex menores soldados de un centro de rehabilitación de Goma, la capital de la región de Kivu del norte, en el este de la RDC.

“Nos dimos cuenta de que aquellos que se divirtieron siendo violentos presenta menos estrés post-traumático, pero son más difíciles de integrar en la sociedad porque están preparados para echar mano de la violencia una vez más”, dice Hermenau.

Tras estudiar más de 200 casos, los investigadores encontraron que solo un número sorprendentemente bajo de ex menores soldados –el 25 por ciento- presenta estrés post-traumático. Esto significa que tres de cada cuatro continúan experimentando sensaciones positivas con respecto a la violencia.

“Vemos un montón de orgullo, deseos de venganza y poder. Muchas hablan de sed de sangre”, explica Hermenau.

Los resultados del estudio demuestran lo complicado que es la reintegración de los menores soldados en la sociedad.

Una organización que se dedica a esta difícil tarea es el Centro de Formación Profesional y Artesanal (CAPA) de Bokavu, la capital de Kivi del sur, que se encuentra a más de 100 kilómetros de Goma. La organización sin fines de lucro enseña a los ex menores soldado una multitud de oficios como albañilería, carpintería, marroquinería o tapicería.

El director de CAPA, Vital Makuza, no se hace ilusiones sobre la rehabilitación de los menores soldados.

“Es extremadamente difícil. Son agresivos, irritables y propensos a la violencia y al vandalismo, constituyendo, constantemente, una amenaza para los demás”.

“No respetan las reglas o la autoridad y están acostumbrados a tomar lo que quieran”, añade. “Necesitan meses antes de adaptarse a la vida normal”.

Es aquí donde Marhula está tratando de comenzar una nueva vida aprendiendo a construir guitarras.

Durante el último par de años se ha volcado en el aprendizaje de esta nueva profesión, con la esperanza de ser capaz de abrir una pequeña tienda algún día e incluso de formar una familia.

“No quiero pensar en el pasado nunca más”, dice.

Pero la mayoría de los 30.000 menores soldados de la RDC carece de una red de apoyo psicológico, social y económico. Una vez desmovilizados tienen que buscarse la vida por su cuenta, normalmente sin apoyos y en la más absoluta pobreza.

Mulume (nombre ficticio) de 22 años, fue reclutado por la fuerza por el Mai-Mai cuando tenía 17. Ahora está desempleado y admite que se siente muy perdido. A pesar de que se le permitió regresar a su pueblo natal, Kahungu, a 65 kilómetros al norte de Bukavu, puede sentir una profunda desconfianza a su alrededor.

Cuando se le pregunta si ve un futuro para él, mueve la cabeza y dice “no”. “No me queda otra cosa que aceptar mi destino”, dice.

Kristin Palitza, Bukavu.

Fuente: IPS, 02.11.11.

Traducción: Chema Caballero.

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