Aquella anécdota del Huracán Katrina que tan devastadoras consecuencias tuvo para la ciudad de New Orleans describe perfectamente el tema de hoy: había dos fotos casi idénticas de dos hombres – uno blanco, uno negro – que iban cargados de alimentos procedentes de algún comercio destruído por las calles de aquella ciudad. Mientras el pie de foto del hombre blanco decía “un hombre desafía los elementos intentando acaparar alimentos para su familia” la del hombre negro decía “uno de los muchas personas que aprovechan la situación de caos para saquear comercios destruídos por el huracán.” La misma acción se teñía de sesgos de “amor de padre” o de “instintos criminales” según la piel del sujeto en cuestión. Triste, pero real como la vida misma.
Me he acordado de esta historia al hilo de un lamentable hecho que acaba de ocurrir hace un par de días en Kampala, la capital ugandesa. Un famoso productor televisivo estadounidense, Jeff Rice, aparecía muerto en el balcón de su habitación del Hotel Serena de Kampala. También su asistente de producción, la sudafricana Katherine Fuller, aparecía también inconsciente en la habitación. Los primeros informes hablaban de que habían ingerido algo que les habría producido esos efectos, en el caso del productor, una grave hemorragia en la boca y en la nariz que terminó asfixiándolo mientras estaba en el balcón.
En un cierto momento, se habló de ladrones que habrían entrado en su habitación y los habrían drogado para despojarles de todo… una historia fácilmente creíble para oídos occidentales ya que tiene lugar en Uganda, en África, en ese continente de salvajes, corruptos y genocidas… La historia comenzó a llenar titulares y la bola siguió creciendo a ambos lados del Atlántico donde el productor era más conocido, del Daily Mail británico al Fox News norteamericano: los malhechores habían envenenado al productor después de que él rehusara darles sus pertenencias. Los comentarios en las páginas web de estos medios de comunicación lo decían todo: “Esta es la razón porque la que nunca viajaré a un país del Tercer Mundo. Son tan pobres que te matarán por un par de libras o dólares…” Estas noticias y los enfoques sesgados de las mismas no hacen sino confirmar lo obvio: si un periódico pone como titular “Matan a Jeff Rice en África”… lógico ¿no? Se cae de su peso: es el sitio del mundo donde es más fácil que te mate alguien. “Nuestro chico” – todos lo conocemos – no puede ser el que haya hecho nada equivocado, tienen que ser los locales. Punto. Punto.
Afortunadamente, también en África hay laboratorios, y CIS que, aunque sean primitivos y les falte el glamour de sus primos televisivos, al final también ponen los puntos sobre las íes. Al final, tanto la autopsia de él como el informe toxicológico de ella confirmaron confirmaron que nunca hubo ladrones ni conspiración para el productor y su acompañante se habían puesto ciegos de cocaína en mal estado. La asistente, que entre tanto ya ha despertado de su coma, ha confesado que tomaban habitualmente cocaína y que se la compraron a un taxista. Como no se ha terminado de restablecer completamente (tiene medio cuerpo paralizado), la historia y los sesgos continúan. Su padre acaba de llegar de Suráfrica para acompañar a su hija pero obviamente las autoridades impiden que salga del país puesto que ha cometido un crimen según la ley ugandesa. El titular que acompaña esta historia reza: “Padre desesperado intentando llevar a su hija a casa”, otro botón de muestra “Paralizada productora ‘detenida’ en Uganda” Está claro dónde está el énfasis de la historia “en blanco y negro.”
Daba igual que la guía turística Lonely Planet hubiera decidido poner a Uganda como su destino estrella para este año… cuando se trata de algo malo, aquí las cosas se magnifican y si es posible se busca al chivo expiatorio. Si fuera un lugar donde predomina el crimen organizado o la delincuencia de manera tan extrema, una guía así no se arriesgaría a poner en entredicho su reputación aconsejando una destinación que al final fuera “poco aconsejable” ¿no? Pero hay medios que van a piñón fijo en sus ideas y creencias y no atienden a razones.
La cosa siempre depende del color del cristal con el que se mira… ¡¡qué verdad más grande!!
Original en En Clave de África