Repetición, por Nuno Cobre

24/01/2012 | Bitácora africana

UNA VEZ MÁS. EL CHULO LIBANÉS DESFILA CON EL MÓVIL ceñido entre el cuello y la oreja por el pasillo de madera del Tonight Café reclamando la atención de la sala. Te queremos Rose, pero todos los Viernes nos cantas las mismas canciones, nos emocionas de la misma forma: hasta Bob Marley tiene un límite, incluso el I don’t wanna wait in vain for your love, se acaba desgastando. Mira, gente nueva “¿Cuándo llegaste a África? ¿Qué es lo que haces aquí? ¿Hasta cuándo estarás?” ¿A que te suenan estas preguntas my friend? El batería es muy bueno, se sale, pero es que se está saliendo de la misma manera una noche más, esos redobles geniales ya los he escuchado. Ya me han electrizado. La camarera viene con la misma broma a la misma hora, la camarera se enfurruña a la misma hora que el pasado viernes. De nuevo tengo problemas para que me devuelvan el cambio, lo que me pasó también la pasada semana pasada. Y la anterior. Y el año pasado.

Habrá que bailar. Bailar el Could you be loved un día más, convencer al cuerpo de que esto de moverse al son de un ritmo es bueno, alegra las vidas, dicen. Vuelvo a caminar. Me freno en el pasillo que se oculta entre la barra y el escenario, ese cuyo muro me resguarda de la rutina ofreciéndome lo mismo. Ya me he refugiado en este nicho muchas veces. Este espacio oscuro rodeado de sombras ya sabe a que huelo. Lo que te comentaba. Me vuelven a decir que quieren ser mis amigas, que las invite. Dinero siempre. Cerca, cuando voy al baño, me encuentro con el mismo niño del otro día que custodia los servicios. De nuevo hay alguien ahí dentro y hay que esperar. Una vez más esperar para entrar en el baño sintiéndote un poco absurdo, casi vulgar, humano, desnudo. Idéntica propina le doy al salir. El pibe afirma con la testa. Idéntico agradecimiento.

El dueño del Tonight y yo nos contamos el mismo chiste, el del barco. Nos volvemos a ignorar más adelante. Como siempre. La pareja lésbica se exhibe una vez más a base de carne, músculo y roce. Ya conozco el espectáculo, man. Como que me cansa un poco. Y venga, ahora toca el bañito nocturno en la playa ante los ojos de un público que las observa embelesado, introduciéndonos todos en una postal que refiere tal vez a Biarritz. Verano, una sombrilla azul, blanca y roja, un mar azul y celeste. Aplausos. Vale.

Moses está rodeado de negras. Una de generosos pechos lo abraza por detrás, lo placa, lo ensambla, mientras él colabora con su energía tórrida, con su cómplice impavidez. Como la pasada semana. La rubia baila igual que hace siete días. Se mueve tan bien. Es una analogía. De nuevo parece que acabará rindiéndose paulatina y nocturnamente a la tentación molusco, al ataque del pulpo de turno. Quién sabe ¡Quién sabe! Me da la sensación de que ya la he visto, de que ya he visto esto. Siguen llegando holandeses. Hay otra rubia que se pone triste, que se va apagando. Como ayer. Hay una morena un poco gorda que está harta. Como ayer.

Los rostros son tozudos. Pueden cambiar las botas, los calcetines, pueden presentarse con una camiseta naranja, unos pantalones color pistacho, unos labios pintados de verde, un cinturón amarillo, una peluca pelirroja, una nueva perilla, una cadena plateada, pero las caras permanecen. Son las mismas. Idénticas. Hacernos todos la cirugía estética y cambiarnos, destrozarnos la piel, pero al menos cambiar. Cambiar. Cambiar. Renovar, renovar.

Ya sabes que a mi perra le encanta la rutina. A los perros les encanta la rutina. A los perros les fascina recorrer una tarde más la misma senda, olisquear el mismo orín, levantar la pata al lado de la misma palmera, sonreír de nuevo en la explanada. Los seres humanos son unos perros. Repetir, repetir y repetir. Todo sea por la comodidad, el camino seguro, la certidumbre, la estabilidad. Unos perros. Ay los perros.

Resulta que no es tan fácil esto de transmutar. La metamorfosis es un proceso. Estamos tan a gustito. I miss the confort in being sad… Lo desconocido causa miedo y pereza. Que bueno esto de tener un mando a distancia. Es tan cómodo ir al mismo sitio. El sofá es el mejor invento. Llamar a la misma persona. Escuchar el mismo tono de voz. Hacer lo mismo que se ha venido haciendo desde que el mundo es mundo por todos los que venían detrás de ti. Pues mira chata. Resulta que:

NO ME DA LA PUTA GANA

Doce de la noche. Apagar la lámpara de la mesilla de noche. Oscuridad. Decir. Llena eres de gracia, sálvame de la repetición. Y a las ocho horas. Resucitar.

Original en Las Palmeras Mienten

Autor

  • Nuno Cobre

    Sin que nadie le preguntase si estaba de acuerdo, a Nuno Cobre lo trajeron al mundo un día soleado del Siglo XX. Y ya que estaba por aquí, al hombre le dio por eso que llaman vivir.

    Sin embargo, durante mucho tiempo creyó Nuno que el mundo era sólo eso, sólo eso que se presentaba de manera circular y hermética ante sus ojos. Se asfixiaba. A veces. Pero algunos viernes o lunes por la mañana, una vocecita fresca y lejana le decía que habían otras cosas por ahí, que debían haber otras cosas por ahí.

    Y un día Nuno Cobre salió y se fue a la Universidad, y un día siguió viajando y al otro también, y al otro, mientras iba conociendo a gente variopinta y devorando libros sin parar… Entonces descubrió con un cierto alivio que no estaba solo. Que habían más. Cuando llegó la hora de elegir, Cobre decidió convertirse entonces en viajero sólido y juntaletras constante, pero quería más, un más que venía del Sur. Y fue así como el latido africano empezó a morderle tan fuerte que una noche abrió la puerta del avión y se bajó en un país tropical. África.

    Los temores. Llegó con cierto temor a África influenciado por la amarilla información occidental ávida de espectáculos cruentos y de enfermedades terminales. Y resultó que en lugar de agitarse, a Cobre se le olvidó la palabra nervios a la que empezó a confundir con un primo lejano. Y así fue como se llenó de paz, tiempo y vida.

    Tras varios años en África, Nuno Cobre sólo aspira a lo imposible: vivir todas las experiencias mientras le da a la tecla, a los botoncitos negros del ordenador que milagrosamente le proyectan un nuevo horizonte cada día.

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