“Adiós al carbón; estos son los países que lo están eliminando de su industria”. Así titulaba Jaime López un artículo aparecido en el diario español “El Confidencial” el 8 de mayo. “Bélgica, Austria y Suecia ya son países libres de carbón, mientras que Portugal, Francia, Reino Unido, España, Hungría, Italia e Irlanda esperan eliminarlo en 2025”. Entre las causas, además de las motivaciones medioambientales y el coste más barato del gas natural, también está jugando un papel el menor consumo de electricidad en Estados Unidos y Europa, debido a una mayor eficiencia de la actividad económica y un menor peso de la industria en sus economías. En Asia, un desarrollo sostenido que no permite todavía deshacerse de las antiguas instalaciones, hace que países como China e India encabecen el ranking en generación de renovables y, al mismo tiempo, sigan dependiendo de las centrales de carbón. En 1990, del carbón quemado en el mundo, Asia solo consumía el 20 % frente al 80 % en la actualidad. África, ni siquiera es mencionada en el artículo. Y sin embargo “África apuesta por la energía solar”, escribía ya en noviembre de 2017 Dounia Ben Mohamed en el semanario francés Le Point, refiriéndose a algunas de las centrales solares en funcionamiento en África: Garissa, Kenya (55 MW para el uso de 650.000 hogares); Nzema, Ghana (155 MW); Senergy I y II, Senegal (30 MW y 20 MW respectivamente); Zagtouli, Burkina Faso (33,7 MW); y el complejo solar más importante de África, Noor Ouarzazate, Marruecos, con sus cuatro secciones en las que se utilizan cuatro diferentes métodos de captación de la energía solar y de producción eléctrica (1090 MW en total). Con todo, África no explota suficientemente la energía solar, menos aún que la hidroeléctrica que proporciona tan sólo el 6 % de la energía utilizada en el continente. África sigue apoyándose en el petróleo, el carbón de piedra y el gas para sus grandes conjuntos energéticos, y en el carbón vegetal para usos culinarios domésticos.
Al menos en el sector de los paneles fotovoltaicos, el clima (una media de 300 días de sol), los continuos avances en la técnica del almacenamiento de la energía eléctrica, y la rápida aparición de PIMES en ese mismo sector, invitarían al optimismo. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE) los paneles fotovoltaicos, representarán en 2050 el 26 % de la producción eléctrica mundial. Y en ese terreno los países africanos deberían (¡en el condicional!) poder beneficiarse del efecto “salto de rana”, quemando etapas del mismo modo que lo están haciendo en el terreno de las comunicaciones con la utilización de los teléfonos móviles que no necesitan extensas redes ni estructuras excesivamente sofisticadas. Esa es al menos la opinión de Galina Alova-Beitner (Universidad de Oxford) en un artículo publicado en enero de este año en Nature Energy.
Claramente optimistas ante el futuro se muestran algunos responsables africanos como el nigeriano Akinwumi Adesina, presidente del BAD, el keniata Adnan Amin, hasta 2019 director de la Agencia Internacional de las Energías Renovables (IRENA), o la camerunesa Vera Songwe, Secretaria ejecutiva de la Comisión de Naciones Unidas para África, que subraya la creciente demanda energética, consecuencia de la urbanización e industrialización del continente. No faltan sin embargo los “peros”. Según un artículo firmado por Raphael Obonyo en Afrique Renouveau de enero de este año, las previsiones actuales de IRENA (dirigida ahora por el italiano Francesco La Camera) indican que en 2030 las renovables podrían representar en África subsahariana hasta el 67 % de producción de electricidad… a condición de que los gobiernos adoptaran las políticas necesarias, se diera una reglamentación adecuada, y un acceso fácil a los mercados financieros apropiados. ¿Condiciones imposibles?
La ya mencionada Galina Alova-Beitner ha participado con otros miembros de Oxford en un estudio del que hablaba Matthieu Perreault el pasado 18 de abril en un artículo publicado por el periódico canadiense La Presse, “Panne d’énergie renouvelable en Afrique” (La energía renovable está fallando en África). El estudio de Oxford se preguntaba si África podría beneficiarse del “salto de rana”, es decir si conseguiría en el próximo decenio evitar la utilización de energías fósiles gracias a la energía solar y eólica. Tras analizar las centrales en funcionamiento y los 2.500 proyectos actualmente en estudio, la respuesta ha sido negativa. En 2020, la producción eléctrica del continente provenía de energías fósiles (294 Gigavatios, GW), hidroeléctricas (80 GW) y otras energías renovables (82GW). Según el estudio de Oxford, en los proyectos que van a ser aprobados en este decenio, 117GW provendrán de energías fósiles, 55GW de hidroeléctricas y 69GW de otros renovables.
El reto de lo solar en África subsahariana, constataba Hugo Le Picard, del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI) en un editorial del 29 de mayo 2020 en “Solar Power in Sub-Saharan África after covid-19”, no es tecnológico ni técnico sino financiero y de gestión. A diferencia de las centrales térmicas, la casi totalidad del coste de lo solar se concentra en la inversión. Y esa inversión requiere condiciones estables y favorables al menos durante 25 años, algo que la mayoría de los servicios energéticos subsaharianos, incluso los de países avanzados como África del Sur, son incapaces de ofrecer. Habría pues que mejorar la gestión de las empresas estatales de servicios energéticos, y, al mismo tiempo cambiar de paradigma y permitir la multiplicación de proyectos solares independientes, especialmente los más pequeños y más próximos a los consumidores. Por su parte, Alova-Beitner sugiere que los proveedores de fondos extranjeros deberían cesar la financiación de proyectos que dependan de energías fósiles, obligando así a los gobiernos a concentrarse en los renovables. ¿No sería eso una especie de ecolonialismo? Según un estudio de la Brookings Insititution de enero 2021, China subvenciona tantos proyectos energéticos en el Tercer Mundo como los organismos internacionales apoyados por los occidentales. Tres cuartos de la subvenciones son para centrales que utilizan carburantes fósiles (la proporción es del 93% en los proyectos situados en la Ruta de la Seda). Intentar que los proveedores de fondos, incluida la China, cambien de paradigma, ¿no sería como pedir peras al olmo?
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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