Regreso al futuro en Kenia: teléfono móvil en bolsillo, leña en cabeza

9/09/2009 | Opinión

Esta semana, dos historias en Kenia tipifican la antiquísima África oriental y la nueva.

La primera es la revelación de que en la escuela de Secundaria de Marinyn, situada en los estados del té de Finlay, en la zona de Kericho, de las 25 chicas que empezaron sus estudios de secundaria, ¡24 ya han abandonado, después de haber quedado embarazadas!

La razón de esto es una que muchos bisabuelos, abuelos y padres han soportado: las largas distancias a la escuela;

Tal y como lo explica el Comisario del Distrito de Kericho, Samuel Njora: las chicas van y vuelven de la escuela pasando por los bosques o las plantaciones de té, exponiéndose a los obreros de las plantaciones, que explotan su situación lastimosa.

La otra historia es la de un tribunal de Nairobi, que juzgaba un crimen pasional moderno. Una mujer es multada con la friolera de 400 dólares por enviar un mensaje de móvil que insultaba a un hombre, por «la degradación de sus partidas privadas», como resultado de una persecución romántica infructuosa.

Esto es notable, considerando que ningún país del África oriental ha tenido servicio de telefonía móvil, antes de los últimos 15 años. Kenia, aunque tiene el mercado del teléfono móvil más grande y dinámico de la región, ha entrado tarde en el mismo. Hace diez años, nadie en el país podría haberle dicho qué es un SMS.

En África, en general es increíble la manera en que lo antiguo existe obstinadamente a la vez que lo nuevo.

En la misma publicación se puede leer una historia sobre unos niños que murieron infestados por picaduras de pulgas de mar, en otra parte del país y en las páginas deportivas verán una noticia sobre el partido de polo del día anterior (se necesita un mínimo de siete caballos para jugar al polo y algunos jinetes ricos llegan con más, transportados en una caravana de oro).

Aproximadamente 10 países africanos han alcanzado el 100 % de admisión del teléfono móvil y Kenia es famosa por ser la pionera mundial en la utilización de teléfonos móviles para enviar y recibir dinero, digitalmente y para hacer pagos. Hace algunos días, se convirtió en el primer país africano en presentar un teléfono móvil con energía solar.

A pesar de ello, las distancias que sus niños deben recorrer para ir a la escuela son las mismas que eran hace más de 50 años. De hecho, en muchos países, mujeres africanas, con teléfonos móviles en sus bolsillos, dedican más de la mitad del día a ir a por agua o madera.

Sin embargo, esta aparente contradicción es también la solución. Se podría solicitar a las compañías ricas de telefonía móvil (y las más grandes empresas de medios de comunicación y tecnológicas) que paguen pequeños honorarios a un Fondo tecnológico, que sería utilizado para construir laboratorios informáticos modestos en zonas rurales, donde el aprendizaje online (a distancia) acabaría con la necesidad de las chicas de caminar por las plantaciones de té, pobladas por trabajadores libidinosos.

Otra «reforma» sería obligar a las escuelas a no criminalizar el embarazo adolescente, particularmente en las desesperadas condiciones rurales.

Cuando las alumnas se quedan embarazadas, habitualmente son expulsados de la escuela. Hay que detener esto. Debería permitírseles regresar a sus estudios después de haber tenido sus bebes, si pueden permitírselo.

De otro modo, esto se convierte en más del cuadruple del peligro para las chicas. Primero, deben sufrir mucho yendo y volviendo de la escuela. Después deben enfrentarse a adultos que las acosan a lo largo de los caminos por el bosque. Después son expulsados de la escuela, porque están embarazadas y pierden la oportunidad de una educación. Esto, a menudo, destruye su futuro. Y ya no digamos, el de sus niños también.

Charles Onyango-Obbo

Charles Onyango-Obbo es editor ejecutivo de la división África del Grupo Nation Media.

Publicado en The East African, Kenia, el 7 de septiembre de 2009.

Traducido por DIATTA Mame Diarra, estudiante senegalesa de Lenguas Extranjeras Aplicadas de la universidad de Lyon, colaboradora en prácticas con la Fundación Sur.

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