El artículo «Redefining power: Germany, Africa and the EU« (Institute for Security Studies, 2025) examina las transformaciones en las relaciones trilaterales entre Alemania, África y la Unión Europea (UE) dentro de un escenario geopolítico marcado por tres fuerzas interdependientes: la competencia global por la influencia económica y estratégica, la transición energética como factor redefinitorio de dependencias y la reconfiguración de alianzas en un sistema internacional en fragmentación. Este análisis se posiciona críticamente frente a narrativas tradicionales de cooperación, integrando perspectivas académicas rigurosas (desde el neoinstitucionalismo hasta enfoques decoloniales) que cuestionan paradigmas establecidos sobre autonomía estratégica y reciprocidad en las relaciones Norte-Sur. Al hacerlo, no solo desentraña las contradicciones inherentes a iniciativas como el Global Gateway de la Comisión Europea, sino que también revela la emergencia de un nuevo activismo diplomático africano en respuesta a las presiones estructurales del orden multipolar. La relevancia del estudio trasciende el ámbito teórico, ofreciendo claves interpretativas para comprender cómo la crisis climática, la seguridad tecnológica y las migraciones están reescribiendo las reglas del engagement intercontinental en la década de 2020.
El renovado interés de Alemania por África, plasmado en iniciativas como el Compact with Africa y la Estrategia África del gobierno federal, responde a una confluencia de factores geopolíticos, además de económicos, los cuales trascienden al discurso oficial de cooperación para el desarrollo. Según el análisis del ISS Africa (2025), esta aproximación se sustenta en tres pilares interconectados: la necesidad de diversificar fuentes energéticas tras la crisis del gas ruso, el control de flujos migratorios como prioridad de política doméstica y la competencia global por el acceso a minerales críticos esenciales para la transición ecológica y digital europea. Sin embargo, como revelan Hackenesch y Keijzer (2022), este enfoque reproduce patrones de dependencia al vincular la cooperación alemana a condiciones comerciales favorables y a la adopción de marcos regulatorios que benefician principalmente a empresas europeas, particularmente en sectores estratégicos como el hidrógeno verde y la extracción de cobalto o litio.
Ahora bien, esta dinámica asimétrica se enfrenta crecientemente a lo que Njuguna Ndung’u y Landry Signé (2023) denominan «el despertar estratégico africano«, visible en la consolidación de la Zona de Libre Comercio Continental Africana (AfCFTA) y en la diversificación de alianzas con potencias emergentes. Países como Nigeria, Egipto y Sudáfrica están renegociando su posición en el tablero global, exigiendo transferencia tecnológica real y participación en cadenas de valor como contrapartida al acceso a sus recursos naturales. Este nuevo escenario obliga a Alemania a un reequilibrio complejo, mantener su influencia tradicional mientras adapta su diplomacia económica a las demandas africanas de industrialización y valor añadido, en un contexto donde alternativas como el Foro de Cooperación China-África ofrecen financiación sin condicionamientos políticos explícitos. La contradicción entre el modelo alemán de «cooperación condicionada» y las aspiraciones africanas de autonomía estratégica constituye así el núcleo de esta relación en transformación.
El análisis del ISS (2025) sobre las relaciones UE-África revela una paradoja fundamental: mientras Bruselas promueve una narrativa de asociación estratégica coherente, en la práctica las políticas de los Estados miembros -particularmente de potencias como Alemania y Francia- siguen priorizando intereses nacionales en sectores clave. Adeoye y Carbone (2023) profundizan en esta contradicción al demostrar cómo la competencia intraeuropea por acuerdos bilaterales sobre minerales críticos (cobalto, litio, tierras raras) con países como la RDC o Zambia socava sistemáticamente la posición negociadora colectiva de la UE. Este «unilateralismo coordinado», como lo denominan los autores, no solo diluye el peso geopolítico europeo frente a China (que opera con una estrategia continental unificada a través del FOCAC), sino que reproduce dinámicas extractivas que los discursos oficiales pretenden superar.
La incoherencia se agudiza en ámbitos donde la competencia con potencias emergentes exige unidad, como demuestran tres casos emblemáticos: las divergencias en política migratoria entre países mediterráneos y nórdicos, la rivalidad franco-alemana por el liderazgo en proyectos de hidrógeno verde africano y la incapacidad para armonizar estándares de inversión sostenible que eviten la explotación neocolonial. Como resultado, África percibe cada vez más a la UE como un actor fragmentado, donde la retórica institucional sobre valores compartidos choca con realidades de proteccionismo comercial y condicionalidades políticas asimétricas. Esta disonancia no solo beneficia a competidores globales, sino que erosiona progresivamente la capacidad europea de moldear la gobernanza económica continental en un contexto de reconfiguración multipolar.
El análisis de las dinámicas entre Alemania, África y la UE revela una tensión irresuelta entre la retórica reformista y las prácticas persistentes de asimetría estructural. Como evidencia el estudio del ISS (2025), los intentos por redefinir estas relaciones bajo parámetros de reciprocidad chocan sistemáticamente con tres obstáculos estructurales: la dependencia europea de los recursos africanos para su transición ecológica, la rigidez de los mecanismos de gobernanza económica global y la competencia geopolítica con actores que operan bajo lógicas alternativas. Las investigaciones de Hackenesch y Keijzer (2022) sobre el Global Gateway y de Ndung’u y Signé (2023) acerca de la autonomía estratégica africana coinciden en señalar que la actual arquitectura de cooperación (aun con sus ajustes discursivo) sigue anclada en lo que podríamos denominar un «extractivismo institucionalizado», donde las concesiones comerciales y tecnológicas no alteran la distribución fundamental del poder económico.
Esta encrucijada histórica exige superar los marcos conceptuales tradicionales. Por un lado, África está reclamando (y en muchos casos construyendo) un rol como polo geoeconómico autónomo, visible en la aceleración de la AfCFTA y en la emergencia de consorcios regionales para el procesamiento de minerales críticos. Por otro, Alemania y la UE enfrentan el desafío existencial de trascender su modelo de «multilateralismo selectivo», que solo reconoce la agencia africana cuando coincide con intereses europeos. La verdadera prueba para esta relación no será la firma de nuevos acuerdos, sino la aceptación de tres realidades incómodas: que el acceso privilegiado a recursos ya no puede ser moneda de cambio para la cooperación, que las soluciones a crisis migratorias requieren inversiones transformadoras en industrialización africana y que, en un mundo policéntrico, Europa es un socio importante pero no indispensable. La alternativa a este reequilibrio radical no es el statu quo, sino la irrelevancia progresiva en un continente que representa el futuro demográfico, económico y político del siglo XXI.
Javier Moisés Rentería Hurtado
Referencias:
- Adeoye, A., y Carbone, M. (2023). The European Union and Africa: A Fragmented Partnership? European Journal of Development Research, 35(4), 789-805.
- Hackenesch, C., y Keijzer, N. (2022). The European Union’s Global Gateway: A New Framework for International Cooperation? IDOS Discussion Paper.
- Institute for Security Studies. (2025, enero 15). Redefining power: Germany, Africa and the EU. ISS Africa.
- Ndung’u, N., y Signé, L. (2023). Africa’s Role in the Changing Global Order. Brookings Institution.
CIDAF-UCM