Recuerdos navideños, por Ramón Echeverría

23/12/2024 | Bitácora africana, Opinión

La lección la aprendí hace muchísimos años. Estudiante de teología en Londres, daba clases de religión en una escuela católica de chicas. Mencioné un día la Encarnación de Jesús (“Incarnation” en inglés), y enseguida me di cuenta de que las jóvenes no me comprendían. “¿Qué evoca en vosotras la palabra Encarnación?”, les pregunté. “¿Tiene que ver con coronación?”, sugirió una de ellas. De las diez jóvenes presentes, sólo una, una canadiense bastante menudita, supo responder: “Algo que ver con que Jesús era hombre”. Desde entonces he procurado, –– y a veces conseguido ––, no utilizar en mis charlas palabras rimbombantes o extrañas.

Pero por extraña que parezca la palabra, la Encarnación sigue siendo fundamental para nuestra vivencia cristiana. Así que, años más tarde, ya en Tanzania, busqué modos concretos para expresar lo inexpresable, a menudo gracias a la genealogía de Jesús en el evangelio de Mateo.  Iniciaba la sesión con una pregunta: “Para las estadísticas de la parroquia, el párroco me ha pedido que os pregunte quién tiene entre sus antepasados algún ladrón, algún traidor o alguna prostituta”, Se podía cortar con un cuchillo el silencio mezclado de extrañeza de los asistentes. Sobre todo, cuando yo añadía: “Pues entre mis antepasados sí que los hay. Y también entre los antepasados de Nuestro Señor Jesús”. Explicaba entonces la genealogía de Jesús: Abraham, que, para salvar su vida, dijo que su mujer Sara era su hermana, y la dejó en manos de Faraón; Jacob, que engañó a su padre Isaac, para robarle la bendición a su hermano Esaú; Tamar, que se disfrazó de prostituta para dormir con su suegro, Judá, y quedar embarazada de Fares; David, que hizo asesinar a Urías para poder robarle su mujer, la futura madre de Salomón… Es decir que como en la mayoría de nosotros, también por las venas de Jesús corría la sangre de ladrones y prostitutas. Y eso es parte importante de la “Encarnación”.

Lo cual no impide que, por claro que sea el concepto, su contenido siga siendo extraño. Me lo señaló en un viaje en tren un profesor de Tabora. Me dirigía a una diócesis del sur donde iba a impartir varios seminarios. Y el profesor, católico, pero que solía reaccionar con fuerza contra el colonialismo cultural que habíamos practicado los misioneros, me preguntó: “Pero padre, ¿no le parece extraño, casi escandaloso, el que un europeo (“mzungu”) blanco vaya a hablar de Jesús, un judío, a sacerdotes y catequistas africanos negros?

Tenía razón el profesor. Pero así de escandalosa es a veces la Encarnación. Algo que los cristianos de Manzese, la última parroquia en la que viví en Tanzania, terminaron comprendiendo y aceptando. El párroco había sido nombrado a otra diócesis, y me tocó ejercer sus funciones. Se acercaba la Navidad y varios miembros del consejo (“halmashauri”) vinieron a verme. “Queremos que no se ponga el belén del año pasado, sino el de siempre”. En un esfuerzo de inculturación (¿encarnación?), mi predecesor había puesto un belén con figuras de ébano de estilo “makonde” (etnia a caballo entre Tanzania y Mozambique, conocida por sus magníficas esculturas). Una auténtica preciosidad, a la que los consejeros objetaban “porque Jesús no era negro”. Mi respuesta fue inmediata: “En el belén tradicional, Jesús, con su pelo rubio y ojos azules, parece irlandés. Y Jesús no lo era”. Propuse entonces buscar un belén con figuras árabes. ¿Acaso no son también estos semitas, parecidos a los judíos? Pero con el recuerdo de los esclavistas del siglo XIX, los consejeros tampoco querían un belén “árabe”. Al final se decidió colocar de nuevo el belén “tradicional”. Y junto a él, un enorme panel con tarjetas navideñas en las que aparecían belenes sudamericanos, japoneses, italianos, rusos, indios, y uno del primer jesuita camerunés Engelbert Mveng (asesinado en 1995). En una ocasión, un cristiano árabe me explicó lo duro que era para los árabes el que Jesús hubiera nacido “judío”. Los cristianos de Manzese lo habían aceptado. Y también eso es “encarnación”.

Ramón Echeverría

CIDAF-UCM

Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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