Reconocer Somalilandia, por Ramón Echeverría

8/01/2025 | Bitácora africana, Opinión

Este año hasta 22 países africanos debían ir a las urnas para votar, 12 de ellos para elegir a un nuevo presidente. Ha pasado de todo: una ola de cambios de gobierno inesperada, dictadores que siguen en el poder y algunos partidos que no quieren ver el cambio”. Así lo resumía el 31 de diciembre África Mundi, página web especializada en África, y que, con aire desenfadado y a la vez muy profesional, se ha hecho importante punto de referencia para quienes se interesan por el continente. Lo que ocurría, ya lo había analizado para Al Jazeera (11 de diciembre) la periodista nigeriana Shola Lawal. “Se siente que los votantes quieren castigar a los partidos porque no han potenciado las economías, ni creado empleos ni luchado contra la corrupción”. “Los cambios más radicales se han dado en el Sur de África, donde los partidos que lideraron la liberación están perdiendo popularidad, particularmente entre los jóvenes”. De ahí la baja participación que hizo que, en el caso de Ghana, por ejemplo, el expresidente John Dramani Mahama, del Congreso Nacional Democrático (CND), derrotara al Nuevo Partido Patriótico (PNP), en el poder desde 2016. “Los ciudadanos están mejor informados, y en sus votos influye cada vez menos su afiliación tribal o religiosa”, le comentaba a Lawal un miembro del Centro para el Desarrollo Democrático (CDD) de Ghana. Y así es también cómo, además de en Ghana, “Este `annus horribilis´ para los gobiernos, también ha traído victorias de la oposición en Botsuana, Mauricio, Senegal y en la autoproclamada república de Somalilandia” (BBC 5 de diciembre2024).

Somalilandia llama especialmente la atención. Ni siquiera es miembro de la ONU y muchos países lo consideran oficialmente inexistente. Pero ha salido a menudo en la prensa especializada (véase las entradas sobre el país en el Portal del Conocimiento sobre África del CIDAF-UCM) por su importancia, a la vez que excepcionalidad, en un Cuerno de África en el que abundan los conflictos y luchas internas. Precisamente el pasado 10 de diciembre, el periodista nigeriano Yinka Adegoke, editor de Semafor Africa (del grupo Semafor fundado en 2022), titulaba: “La Casa Blanca de Trump parece dispuesta a reconocer al país más nuevo del mundo”. Adegoke lo afirmaba tras recoger las opiniones de líderes republicanos en el Capitolio y de posibles asesores del próximo presidente estadounidense. Según Adegoke, reconocer a Somalilandia permitiría a la inteligencia estadounidense monitorear desde allí el movimiento de armas en una región muy volátil, vigilar la actividad de China, que ya tiene una base militar permanente en la vecina Yibuti, así como supervisar mejor la actividad de los hutíes en Yemen.

Un artículo del CIDAF-UCM de febrero de 2024 (“Cuerno de África: podría ser peor”) mencionaba cómo la historia colonial de la Somalilandia británica aclaraba la unión de ésta con Somalia y su separación tras la caída en 1991 del dictador somalí Mohamed Siad Barre. El pasado 13 de noviembre, con un retraso de dos años, provocado, según el gobierno, por problemas financieros y técnicos, Somalilandia celebró por sexta vez elecciones democráticas. Abderahman Mohamed Abdullahi, líder del partido opositor Waddani (Partido Nacional de Somalilandia) venció con el 63’92 % de los votos al presidente en ejercicio Musa Bihi Abdi, líder del partido Kulmiye (Paz, Unidad y Desarrollo). Durante la campaña electoral, Waddani anunció que daría prioridad a una gobernanza “equitativa”. Los somalíes [mismo gentilicio que el de Somalia], descontentos con las tensiones entre los diversos clanes del país, lo entendieron como una promesa de descentralizar el poder (y el consiguiente desarrollo), excesivamente en manos de las élites de Hargeisa, la capital, y del clan mayoritario Issaq al que pertenece el presidente saliente Bihi.

La victoria de Waddani ha mostrado la resiliencia democrática de Somalilandia y su potencial para una gobernanza inclusiva, dando alas a quienes defienden el reconocimiento oficial de Somalilandia, incluidos algunos republicanos de Congreso estadounidense, críticos con la llamada política de «Una sola Somalia», apoyada por el Departamento de Estado de EE. UU. bajo la administración de Joe Biden. Michael Rubin, exfuncionario del Pentágono, miembro principal del American Enterprise Institute, e interesado especialmente en Irán, Turquía y el Medio Oriente en general, argumenta que, aunque Estados Unidos no esté a punto de reconocer a Somalilandia, el Departamento de Estado debería «volver a la política del pasado y tratarla de una manera paralela a su enfoque hacia Taiwán«.

 

Pero no hay tortilla sin romper huevos y reconocer a Somalilandia no va a ser sencillo. Etiopía, interesada por tener acceso al puerto de Berbera, ya ha apostado por Somalilandia al firmar un controvertido acuerdo marítimo con las autoridades de Hargeisa, causando un grave conflicto con Mogadiscio. Según la opinión de algunos observadores de Estados Unidos y África, incluidos algunos que apoyan la idea, si Trump reconociera a Somalilandia probablemente sería perjudicial para la región del Cuerno de África, que incluye Somalia, Etiopía, Yibuti y Eritrea. Ken Opalo, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Georgetown, argumenta que «reconocer a Somalilandia asestaría un duro golpe a Somalia, desestabilizaría aún más el Cuerno de África y provocaría una fuerte reprimenda de la Unión Africana«. Y no hay que olvidar el estilo de gobierno al que Donald Trump nos acostumbró en su primer mandato. Especialmente cuando se trata de política exterior, la de Trump suele ser altamente transaccional. Business is business. Las dos partes salen ganando, pero la estadounidense un poco más. Puede que Donald Trump termine reconociendo a Somalilandia. Pero ¿qué tendrá que dar Hargeisa a cambio?

Ramón Echeverría

CIDAF-UCM

Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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