El 31 de diciembre de 2016, gracias a la mediación de la Conferencia Episcopal de la República Democrática del Congo se firmó el acuerdo entre los representantes del presidente Kabila y los de la oposición. Ponerlo en práctica está resultando difícil, a pesar del apoyo, y en cierta manera presiones de Hervé Ladsous, Secretario general adjunto de la ONU para el mantenimiento de la paz. Hay facciones que no quieren firmar el acuerdo si no consiguen a cambio una parcela de poder, y los miembros del actual gobierno (¡68 ministros!) no quieren perder sus prebendas. Este pasado jueves 12 de enero en la sección Bitácora Africana de esta misma Fundación Sur, Ramon Arozarena evocaba con mucha claridad esa lucha por el poder.
En verdad no debiera sorprendernos. Tras el tratado de Berlín de 1885 el rey belga Leopoldo II gobernó el Congo, irónicamente llamado “Estado Libre del Congo”, como su propiedad privada. Hasta la independencia en 1956 los africanos no tenían derecho a ser empresarios (y tampoco los griegos). Ese mismo año los universitarios no llegaban a la media docena. No es de extrañar si en el imaginario popular gobernar equivalía a enriquecerse, y los políticos formaban una cleptocracia, algo que Mobutu Sese Seko encarnó a la perfección entre 1965 y 1997. Es casi un milagro el que haya hoy en la RD Congo políticos que sinceramente quieren servir a su país. Pero los hay, y eso es lo que me ha llevado a escribir estas líneas.
Confieso que no soy muy conocedor de lo que ocurre en la RD Congo, aunque todavía conservo un “Agano Jipya”, traducción del Nuevo Testamento en swahili congolés, editado en 1983 en Bukavu e impreso en Estella por la Editorial Verbo Divino. Hay suficiente información en castellano sobre el Congo, uno de los países subsaharianos que más interés despierta en España. Desde diciembre 2015 hasta hoy El País ha publicado 12 importantes artículos sobre el Congo. En 2009 TV2 dedicó uno de sus documentales de En Portada a los “minerales de guerra”, minerales raros necesarios en la microelectrónica, las telecomunicaciones y la industria aeroespacial, cuya posesión y venta son uno de los detonantes de los conflictos en África Central. Y si pedís a Google el “precio de los minerales de manganeso en el Congo Kinshasa”, obtendréis treinta artículos que hablan del cobalto, del tungsteno, y en particular del coltán.
El detalle que me ha interesado personalmente estos días entre las noticias que venían de Kinshasa ha sido la presencia decisiva de los obispos en las conversaciones entre las facciones opuestas. Y es que leí hace algunas semanas el libro de Nick Spencer “The Evolution of the West. How Christianity has shaped our values”, y no he podido evitar hacer el paralelo entre el papel de la Iglesia en la génesis de Occidente y la contribución del cristianismo en el despertar de África a la Modernidad. El tema de Occidente ya ha sido estudiado por Philippe Nemo en “¿Qué es Occidente?” (Madrid, Gota a Gota 2006). Pero lo que me ha llamado la atención en el libro de Spencer es el exquisito respeto con el que trata las ideas contrarias a las suyas; su franqueza histórica al anotar en detalle los numerosos fallos de una Iglesia que a menudo no practicó lo que predicaba; la atención a otros factores que en mestizaje, y a veces en oposición a los de la Iglesia, también contribuyeron en la formación de nuestros valores “occidentales”. Su análisis en profundidad pone de manifiesto ese hilo innegable que, mirando hacia atrás, nos lleva desde nuestra defensa contemporánea de los valores humanos hasta Jesús de Nazaret. Pero admite que el camino real, el de Jesús hasta nuestros días, no fue una línea recta y ni siquiera una necesidad histórica.
Y es pensando en todo ello que me ha llamado la atención la intervención de los obispos de la RD Congo en las conversaciones entre gobierno y oposición. Ha sido una intervención positiva, necesaria y en cierta medida ineludible, aunque con sus ambigüedades y su clericalismo, y en nombre de una Iglesia que tarda en comenzar por barrer delante de su propia puerta, pero que, mirando hacia atrás, no hubiera debido sorprendernos.
El 29 de junio de 1956, cuatro años antes de la independencia, los obispos del Congo sostuvieron públicamente la legitimidad del derecho del pueblo congolés a la emancipación. En la misma declaración condenaron todo tipo de racismo. Y poco después fueron ordenados Pierre Kimbondo-Mponda, primer obispo de la época moderna de la RD Congo, y Joseph Malula, futuro cardenal. A partir de entonces se han dado en la iglesia ya africana de la RD Congo esa mezcla de fe, superstición, empeño laico en lo cotidiano, personalidades fuertes, clericalismo, progreso cultural, inculturación espontánea, valentía, acomodación, fervor popular, libertad cristiana… que siempre han caracterizado la semilla cristiana que se prepara para salir a la luz y dar fruto. A Joseph Malula, nombrado cardenal por Pablo VI en 1969, le tocó la difícil tarea de convivir con Mobutu Sese Seko. Monseñor Christophe Munzihirwa, jesuita, arzobispo de Bukavu, que algunos llaman ya el “Mgr Romero del Congo”, fue asesinado en 1996 en las guerras tribales y económicas que todavía continúan en el Este del país. Con ocasión del cincuentenario de “Des prêtres noirs s’intérrogent”, que la editorial Cerf publicó en 1956, Ignace Ndongala, sacerdote de Kinshasa y profesor en el Lumen Vitae de Bruselas, ofreció un análisis (religions.free.fr) sobre la situación del clero africano en el que habla abiertamente de luces y de sombras, de los esfuerzos por contribuir al desarrollo humano del país, de la realidad compleja del celibato de los clérigos salpicada de escándalos, de la tremenda generosidad a pesar de la precariedad económica…
La conclusión que se saca de la lectura del libro de Spencer arriba mencionado es que en Europa, durante dos milenios y aunque transportada en vasijas de barro, la semilla cristiana ha estado presente y nos ha marcado positivamente. A esa misma conclusión se llega al contemplar la presencia de la Iglesia en la RD Congo. Así lo expresaba este viernes uno de los programas de TV5-Monde: “Poderosa, respetada e influyente, la iglesia católica en la RDC se encuentra continuamente en la arena política. Apacigua las tensiones, desactiva las crisis, y procura al mismo tiempo no ofender a la presidencia y no defraudar a sus fieles. ¡Qué peligroso ejercicio!
Ramón Echeverría
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