Cada 21 de Marzo, por mandato de Naciones Unidas y desde 1966, se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, en recuerdo de la masacre de Sharpeville ocurrida el 21 de Marzo de 1960. Ese día, un nutrido de grupo de manifestantes protestaba contra las leyes de pases del sistema racista y, debido de la represión policial, alrededor de sesenta personas fueron asesinadas, varias por la espalda mientras huían.
Sharpeville conmocionó no solo a la nación sino al mundo entero, y de él surgió un importante movimiento de protesta. El Congreso Nacional Africano (CNA), el partido de Nelson Mandela, fue ilegalizado en aquel momento, y gobierno procedió a arrestos masivos, entre otras medidas punitivas en Sudáfrica.
A esta gran protesta la siguió, en 1976, la represión de un movimiento estudiantil en Soweto, la cual ocupó buena parte del segundo semestre de aquel año y sacudió al país de una forma inédita. La década de 1980 fue caliente, el CNA coordinó la protesta contra el Apartheid, desgastándolo e ingresando en el campo de una negociación que en 1994 terminó por desmantelar el régimen supremacista racial, tras las elecciones de Abril de ese año y el triunfo holgado de Mandela. De este proceso se ha escrito y hablado mucho, a veces con la impresión como si, con el fin del Apartheid, Sudáfrica hubiera ingresado a algo así como un edén.
Tradición combativa y desgaste
Sin embargo, el foco aquí es cuestionar lo anterior. Los problemas no desaparecieron a pesar de los logros alcanzados por la llegada de la democracia. La tradición del espíritu combativo anti-Apartheid resurge, tras un paréntesis de optimismo signado por la transición democrática, el apoyo popular masivo al CNA y el accionar de la Comisión de Verdad y Reconciliación. En resumen, se dio un rápido consenso en torno a la salida urgente del Apartheid, pues el mensaje de la “Nación Arcoiris”, en palabras de Desmond Tutu, estaba en el aire y dio sus frutos. Pero ese ambiente positivo con el correr de los años se fue desgastando.
La época del final de la presidencia de Mandela, en 1999, vio los primeros nubarrones de ese desgaste y las luchas internas dentro del partido. Su sucesor, Thabo Mbeki, hijo de un ilustre del CNA, fue duramente criticado dentro y fuera del partido al negarse a administrar medicación para paliar la pandemia del SIDA. Asimismo, el nuevo presidente se apartó de su segundo, Jacob Zuma, enfrentando este último acusaciones de corrupción, crimen organizado y delitos sexuales.
El conflicto entre Mbeki y Zuma por el liderazgo dividió a las filas de la agrupación política y terminó marginando al primero, con la llegada de Zuma a la presidencia en 2009, y su posterior reelección en 2014. Por su parte, a inicios de este siglo, desde la sociedad civil comenzaron a surgir varias organizaciones que no vacilaron en protestar por diversos temas, sumado a la alienación generalizada de buena parte de la ciudadanía considerada excluida de la “cosa pública”, como si el Estado fuera un elemento completamente ajeno a sus vidas.
La disconformidad y la insurgencia reflotaron en los últimos años debido al cansancio de la sociedad ante varios errores del partido hegemónico y escándalos de toda laya. Las críticas al CNA comenzaron desde temprano, pues sus cómodas victorias electorales a muchos ojos parecían ser casi la constitución de un sistema de partido único, viciando de este modo la democracia. Para otras opiniones, el derrotero exitoso del partido llevaba a la complacencia de gran parte de la sociedad y, al final, a la apatía, tornándose la dirigencia una élite aislada. La protesta en Sudáfrica se convierte en una llamada de atención al gobierno respecto a un enfático pedido de igualdad social desde la ciudadanía.
Tiempos recientes
Muchos expertos denominan a Sudáfrica capital mundial de la protesta, y no se equivocan. En Agosto de 2012, la represión policial en la mina de la firma Lonmin, en Marikana -a 100 kilómetros de Johannesburgo-, durante las protestas por la subida salarial, llevó el descontento a un clímax. En Marikana, 34 mineros fueron asesinados a sangre fría en lo que el gobierno, en primera instancia, declaró fue un “evento trágico”, en palabras del entonces presidente Zuma.
La protesta social venía en ascenso en el país y los hechos de Marinaka terminaron por hacerla estallar. A lo anterior pueden sumarse los brotes xenófobos de 2008 y 2015 y el movimiento de protesta estudiantil por el alto costo de las tasas universitarias, bajo la consigna #FeesMustFall.
Como si no fueran suficientes motivos de protesta, volvió la recesión a la economía más industrializada del continente. El último año recesivo fue 2009. El desempleo, uno de los principales problemas y con un impacto mayor en la juventud, trepó del 26,7% de 2016 al 27,5% en 2017. A comienzos de 2018, asediado por su partido y con cifras económicas desalentadoras, Zuma debió renunciar ante amenazas de un juicio político, pues los escándalos y las 783 causas en las que se lo acusó enfurecieron a gran parte de la sociedad, evidenciando las dificultades de liderazgo en el seno del CNA, que debe urgentemente renovarse para superar los escollos recientes, principalmente la mancha de la corrupción. Cyril Ramaphosa se convirtió en el cuarto presidente de la Sudáfrica post-Apartheid.
A 25 años de la llegada del partido al poder, el cansancio de la sociedad hacia el modelo de política que muestra el CNA es muy fuerte. Aunque en las elecciones presidenciales del próximo 8 de Mayo, Ramaphosa es quien tiene más opciones de resultar elegido.
Una lectura del manifiesto del partido, presentado en Enero de este año, permite ver que el CNA se vanagloria de los logros alcanzados en su cuarto de siglo de gobierno, si bien el presidente admite que quedan temas en los que intervenir y mejorar: educación, política de tierras, igualdad de género y economía. Una de las promesas electorales es la creación de 275.000 puestos de trabajo al año, indicando que el desempleo afecta a 9 millones.
Prometiendo mejoras, Ramaphosa se ha comprometido a que no ocurran más casos de corrupción y que se investiguen a fondo los existentes. En el ranking del índice de percepción de corrupción 2018 de Transparencia Internacional, Sudáfrica no estuvo muy favorecida. Empeoró entre 2018 y el año anterior, descendiendo del puesto 72 al 73, sobre 180 países, donde en esa última posición el país más corrupto del mundo fue Somalia.
Original en : Africaye