Radicalización

11/10/2016 | Opinión

El 11 de marzo de 2012, a las cuatro y diez de la tarde, en las afueras de Toulouse, Mohammed Merah, francés de origen argelino, musulmán radicalizado de veinticuatro años de edad, asesinó con un tiro en la cabeza al militar francés de origen marroquí Imad Ibn Ziaten. Imad tenía treinta años. El asesino le había citado para hablar de la venta de una moto que Imad había anunciado en “leboncoin.fr”. Tres días más tarde el mismo Merah asesinaría a otros dos militares franceses de origen argelino, uno católico y el otro musulmán. Finalmente, et 19 de marzo, siempre en Toulouse, en el colegio judío de Ozar Hatorah, Mohammed Merah terminaría matando a un adulto y a tres niños.

imad_association.jpgImad Ibn Ziaten fue enterrado en Saint-Etienne-du-Rouvray, en la mezquita vecina a la iglesia en la que el 26 de julio de este año fue asesinado el padre Jacques Hamel. Y este 28 de septiembre, pasados cuatro años desde el asesinato de Imad, La Vie, semanario católico francés con una tirada de ciento quince mil ejemplares, ha difundido una entrevista de su madre, Latifa. Ella ha creado en memoria de su hijo la “Asociación Imad Ibn Ziaten para la Juventud y la Paz”, y recorre colegios y liceos sensibilizando a los jóvenes y ayudándoles a no caer en extremismos sectarios. “Con Daesh, los jóvenes ven que les llegan gentes que les ofrecen dinero, un cometido, un cierto reconocimiento, y caen en la trampa pensando que, finalmente, se les está proponiendo un futuro, una esperanza”. “Daesh se acerca a los jóvenes frágiles, poco estructurados o con poca cultura”. “Daesh se interesa por los jóvenes abandonados a sí mismos”. “La radicalización se enraíza en el sufrimiento, en el olvido que siente esta generación que está ahora creciendo”. “Adultos que puedan transmitirles esperanza, se encuentran pocos”.

La de Latifa Ibn Ziaten es una respuesta personalizada y concreta al peligro de radicalización de los jóvenes musulmanes. Un estudio de 2015 del diputado francés Sébastien Pietrasanta, basado en las actividades del Centro Nacional francés de Asistencia y de Prevención de la Radicalización (CNAPR), activo desde junio de 2014, indicaba que el 25% de los islamistas radicalizados son menores de edad; el 35% son mujeres; el 40% son convertidos al Islam. En conjunto 2/3 de los radicalizados tienen entre 15 y 25 años. ¿Por qué la radicalización atrae tanto a los jóvenes?

Según la Real Academia Española (RAE), “radical” proviene del latín “radix”, raíz, y significa en primer lugar “Perteneciente o relativo a la raíz”, “Fundamental o esencial”. Consciente o inconscientemente, numerosos jóvenes viven hoy de manera desenraizada, abandonados a sí mismos, como dice Latifa Ibn Ziaten. Algunos, especialmente entre los jóvenes occidentales, están demasiado ocupados por la virtualidad superficial de instagram y de las redes sociales. A muchos, en Occidente y fuera de Occidente, ni la generación de la postguerra y de la descolonización, ni la más reciente de los milenistas, que nacieron en época de prosperidad y sufren ahora la crisis, han sabido transmitirles esperanza. Y entre todos ellos, abundan los adolescentes tardíos que buscan respuestas inmediatas imposibles a los problemas culturales y económicos que nos llegan con la mundialización. Abandonados a sí mismos. Se entiende así que tantos jóvenes quieran “enraizarse”, buscar sentido a sus vidas fuera de su propio ensimismamiento, y también comportarse como los jóvenes que son, es decir “radicalizarse” en el otro sentido que la RAE da al término “radical”: “Total o completo”, “Partidario de reformas extremas”, “Extremoso, tajante, intransigente”.

El problema es transversal, y la tendencia a la radicalización, sana o perversa, se puede observar en todas las culturas y en los cinco continentes. Es cierto que los medios de comunicación europeos prestan más atención a los islamistas radicales. Así, bajo “radicalización”, las primeras veinte entradas de Google se refieren a la radicalización islamista. Pero cuando se pide información sobre “jóvenes radicales” aparecen también referencias a jóvenes cristianos de Colombia, a miembros de partidos políticos de Argentina y Chile, a jóvenes radicales vascos, etc.

A propósito de la radicalización de jóvenes tunecinos, el Huffington Post del 9 de noviembre de 2011 describía las historias de Abou Ayman, que había abandonado su trabajo como arquitecto para irse a Siria con Daesh, y de Khalid, creyente y practicante pero de familia pobre y atraído también por los 300 dólares mensuales que al parecer Al-Nosra paga a sus combatientes. Y el comentarista sugería que tal vez la cuestión identitaria fuera el denominador común de motivaciones tan dispares. Está luego la arenga de una joven cristiana que, bajo el pseudónimo de Ponypegaunicorno, y tras referirse a Efesios 4,6 (¿?) concluía en wattpad.com: “Para nosotros jóvenes, ser radicales es lo mejor que podemos elegir… La palabra radical significa tajante extremo, que no admite término medio… Y el radicalismo nos lleva a la victoria de Dios”. Y también son radicales ese 26% de jóvenes vascos que, según una encuesta del Observatorio Vasco de la Juventud realizada en 2012, se manifestaban partidarios del uso de la violencia para la defensa de ideas políticas o religiosas.

Personalmente me quedo con la conmovedora reacción de Latifa Ibn Ziaten en su página Facebook el 29 de julio de 2016, día en que su hijo Imad habría cumplido 35 años. Latifa había nacido en Tetuán en 1960, pero su hijo Imad era francés, lo mismo que su asesino Mohamed Merah. Escribe Latifa: “Imad, te fuiste hace cuatro años y hoy es tu aniversario. No pasa un día sin que piense en ti… Tú me das fuerzas para que con la asociación que lleva tu nombre, yo pueda ayudar a quienes están en el origen de mi sufrimiento. Tú, enraizado en Marruecos y generoso en el servicio de Francia, me das fuerzas para ir al encuentro de esos jóvenes frustrados de los que a menudo me hablabas y para los que pedías que algo tenía que hacerse. Seguirás viviendo en nosotros, y en memoria tuya proseguiremos el combate por la paz y la convivencia. Hijo mío, que la paz sea contigo. Allah yahrmek ya ibni (Que Dios tenga misericordia de ti, hijo mío)”.

Ramon Echeverría

* Ramón Echeverría es misionero de África, conocidos por Padres Blancos, y colaborador de la Fundación Sur.

[Fundación Sur]

Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

Más artículos de Echeverría Mancho, José Ramón