Radicalismos francófonos en África

7/02/2017 | Opinión

“No sólo en Francia, también en Bélgica, Túnez, Chad, Costa de Marfil y Burkina se han producido actos terroristas. Se nos ataca porque el francés es la lengua de la libertad, lengua en la que se proclamaron los Derechos Humanos”. Así se expresó François Hollande en la 16 Cumbre de la Francofonía que tuvo lugar en Antananarivo, Madagascar, del 22 al 27 del pasado noviembre. El presidente francés entraba así en la polémica sobre qué tipo de laicidad, la anglosajona o la francesa, es la que más radicalización produce entre los jóvenes musulmanes.

radicalismo_francofono.pngPrecisamente en un artículo publicado por Geopolis el 27 de julio, Frédérique Harrus atacaba la falta de metodología y los prejuicios de dos investigadores norteamericanos, William McCants y Christopher Meserole, que habían llegado a la conclusión de que el radicalismo suní atrae ante todo a jóvenes francófonos. Harrus, refiriéndose en particular al libro de McCants, “The ISIS Apocalypse” y a su artículo publicado en Brookings “The French Connexion”, citaba en su favor un tweet de Gérard Araud, embajador de Francia en Estados Unidos “This text doesn’t make any methodological sense. An insult to intelligence”, “Este texto no tiene ningún sentido metodológico, es un insulto a la inteligencia”. Frédéric Harrus tenía que admitir sin embargo que tras la masacre en el Paseo de los Ingleses el 14 de julio, un imán de Niza (no citaba el nombre) explicaba la adhesión de los jóvenes a Daesh como una reacción contra la laicidad francesa que discrimina a los musulmanes prohibiendo el uso público de símbolos religiosos.

Imposible zanjar la polémica. Uno encuentra tanto en Francia y Bélgica como en el Reino Unido comunidades musulmanes que viven en gueto. Pero también en esos tres países hay musulmanes en la función pública y en el parlamento. Más allá de la polémica están, –cualquiera que sea su interpretación–, los hechos. El 21 de enero The Economist recordaba que de Túnez, antiguo protectorado francés, han salido cerca de 6.000 jihadistas de Daesh, 527 por cada millón de habitantes. Cifra muy alta comparada con los 258 de Jordania o los 150 de Líbano. Por otra parte, también Túnez, cuyo presidente y primer ministro pertenecen a Nida Tounes, formación política que se define como laica, está entre los países musulmanes que, siempre en proporción al número de habitantes, más pensadores y escritores laicos han generado. El país está pues profundamente dividido, y es comprensible el nerviosismo del gobierno, del que también forma parte el partido islamista Nahda. Daesh pierde terreno en Irak y Siria, Libia sigue siendo un gran coladero, y todo indica que numerosos jóvenes jihadistas tunecinos van a volver a casa en las próximas semanas. Algunos parlamentarios han pedido que se los despoje de su nacionalidad tunecina. El Ministerio del Interior responde que bastará con tenerlos controlados.

La evolución de la situación en el Medio Oriente está teniendo repercusiones también en los países del Sahel mayoritariamente francófonos El diario argelino El Watan hablaba este 16 de enero de unos cincuenta grupos jihadistas que actúan en la zona en misiones de propaganda, adoctrinamiento y preparación de atentados. Su presencia llegaría hasta los países costeros como Costa de Marfil. Lo más preocupante en este caso es que, en ese vaivén de divisiones y reconciliaciones característico de los grupos jihadistas, el de Mokhtar Belmokhtar, Al Murabitun, haya vuelto a reconciliarse con Aqmi (Al Qaeda del Magreb Islámico). El grupo de Belmokhtar fue el responsable de los ataques sangrientos llevados a cabo entre 2015 y 2016 en Bamako (Malí), Uagadugú (Burkina) y Grand Bassam (Costa de Marfil). Según un informe del IFRI (Instituto Francés de Relaciones Internacionales) del pasado enero, Al Murabitun, que cuenta entre sus cuadros a algunos argelinos y tunecinos, está reclutando a ciudadanos de Malí (especialmente de Mopti y Gao), a senegaleses, burkineses y nigerianos.

De todo ello han tomado nota numerosos responsables religiosos de la región. Miembros de la Liga de Ulemas, creada en Argel en 2013, se reunieron los días 24 y 25 de enero en Yamena, capital del Chad para intercambiar experiencias y proponer soluciones en la lucha contra el extremismo. Procedían de Argelia, Burkina, Malí, Mauritania, Níger, Nigeria, Chad, Costa de Marfil, Guinea Conakri y Senegal. Su mayor preocupación eran los jóvenes. Puesto que el Islam se caracteriza por sus “principios del justo-medio”, ¿cómo pueden actuar y colaborar los estados y los dirigentes religiosos para que los jóvenes no caigan en los diversos extremismos? Se puso el acento en la necesidad de elevar el discurso religioso haciéndolo realista, práctico y científico, y se habló de la importancia de los medios de comunicación para evitar que los jóvenes no se adhieran a las ideologías de los grupos terroristas. Se hizo mención especial de la mujer, “primer muro de contención contra la radicalización”, y de la necesidad de crear para ellas centros de formación específicos…

¡Del dicho al hecho hay un trecho! Los seis años que han pasado desde la revolución tunecina de los jazmines han servido para comprobar el foso que separa a aquellos “jóvenes Facebook” mayoritariamente laicos que tuvieron entonces tanto protagonismo, de los dirigentes políticos y religiosos actuales. El fenómeno Daesh ha hecho aflorar la otra diferencia entre esos mismos dirigentes y los jóvenes musulmanes radicalizados. Desde una perspectiva europea, todo esto suena a versión local del fuerte problema generacional común a todos los países de nuestro entorno. ¡El que sepa de una solución rápida que levante la mano!

Ramón Echeverría

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[Fundación Sur]

Autor

  • Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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