Autora: Yolanda Polo Tejedor
Los miserables (2019), el primer largometraje del director Ladj Ly, es un drama policial ambientado en un suburbio de París que estalla en violencia tras la victoria de Francia en la Copa del Mundo de 2018. Una película con aires documentales de máxima urgencia para reflexionar sobre qué tipo de Europa estamos construyendo.
2018, Francia ha ganado el mundial de fútbol y las calles hierven. Entre la multitud enfervorizada, chavales negros sonríen, brincan, se abrazan, se envuelven en la bandera de Francia y cantan la Marsellesa. El orgullo patrio, el sentimiento de pertenencia al país de la liberté, egalité y fraternité. Así comienza la ópera prima del director Ladj Ly; unos primeros minutos en los que ya se respira el frágil equilibrio entre la euforia y la rabia; entre el amor y la furia.
La película Los miserables (2019) discurre en Montfermeil, uno de los escenarios en los que Víctor Hugo situó su novela más universal. “¿Sabes por qué el instituto de este barrio se llama Víctor Hugo? -pregunta uno de los personajes de la cinta a otro- aquí basó su novela el escritor y poco ha cambiado desde entonces”. Más de 150 años entre la novela y la película, y las miserias siguen siendo las mismas o incluso peores.
Con aire de documental, este thriller policíaco pone el foco en uno de los barrios periféricos de París en los que la violencia estructural deja escasas salidas para unos jóvenes que quieren querer a su país, pero su país nunca los quiso. En su ópera prima, Ladj Ly ha hecho una descarnada fotografía de la enorme falacia del todos-nacemos-iguales; es “un grito de guerra a la clase política”, como él mismo afirma.
Me dicen que en Francia están revueltos, que eso de mostrar que en la ciudad de la luz no todo son vino y rosas no ha gustado mucho; me dicen que, en el mejor de los casos, ha supuesto un golpe de realidad que les ha encogido el estómago. Eso de iluminar las propias miserias escuece. A treinta minutos de los Campos Elíseos miles de personas sobreviven en colmenas de infraviviendas (espectaculares las imágenes aéreas de la banlieue); su vida transcurre entre basura, amenazas, juegos de poderes y falta de aliento. El Estado, ni está ni se le espera, a no ser para hacerse notar a través de polis que juegan sus cartas con los líderes locales que manejan el cotarro en un complicadísimo tira y afloja de difícil estabilidad.
Tres policías: un matón, un novato y un fronterizo -un chico del barrio, hijo de africanos y musulmán. Tres formas diferentes de ejercer la autoridad; tres hombres que tienen familias, que aman y, alguno hasta llora impotente al llegar a casa (el personaje del policía afrofrancés da para varios análisis). Patrullan el barrio: planos enmarcados en las ventanillas del coche muestran el cotidiano de quienes quieren vivir a pesar de todo, a pesar de tanto. Una piscina hinchable a la que saltan los chicos, pistolas de agua entre risas y gritos; chapoteo y alegría, en medio de un paisaje abandonado a su suerte. Conversaciones breves con confidentes recién salidos de la cárcel. Dueños de negocios con patios traseros en los que se habla en susurros… En una de sus rondas descubren una pelea entre gitanos y negros. Los gitanos acusan a los afrodescendientes de haberles robado un león de circo; si no aparece, correrá la sangre.
Los hilos que tejen la débil paz social estallan. No adelanto nada si digo que la película avanza hacia niveles de violencia desgarradores. Dice Ladj Ly que todo se basa en hechos reales. Durante cinco años filmó todo lo que ocurría en su barrio, sobre todo a los policías. En nuestra mente aparece el banlieue Clichy-sous-Bois en el que, en 2005, la policía mató a dos adolescentes negros musulmanes; el suceso provocó graves enfrentamientos en varias ciudades de Francia. Diez años después todo seguía igual.
Pocas mujeres, pero esenciales
Los niños son carne de cañón para la violencia y los extremismos; la pieza más vulnerable de un puzle que hace aguas por todos los lados. Niños franceses cuyas familias buscaban un futuro mejor para ellos, una oportunidad para dejar atrás la miseria, para cumplir el sueño de pan, trabajo, techo y libertad.
Los protagonistas son niños, en masculino; en Los miserables apenas aparecen niñas; tampoco mujeres, pero vale la pena mirar a las que intervienen brevemente. Adolescentes empoderadas que se rebelan contra quien las graba con un dron mientras se desnudan. Chicas que encaran a un policía repugnante que, con insinuaciones sexuales y agresivas, quiere dejar claro quién manda; “No tiene derecho a hacer esto” -le dicen. Mujeres que conocen la ley y le espetan al poli matón “No puede entrar en mi casa, conozco la ley”. Madres que protegen a sus hijos, “¿Cómo no va a huir mi hijo de la policía?”.
Mujeres africanas que sostienen la vida, que cuidan y alimentan en medio de la batalla. Mujeres que mantienen los lazos africanos y esas estrategias ancestrales que trajeron en su camino a Europa. En una de las escenas, los policías recorren una casa, buscan alguna pista, avanzan, abren puertas; en una habitación varias mujeres sirven comida y reparten montoncitos de dinero. Una tontina; el sistema de crédito entre mujeres de África Occidental que les permite afrontar gastos excepcionales como viajes, una boda o algún pequeño negocio. Los cuidados femeninos que hacen que la vida siempre se abra paso.
Ladj Ly se pregunta qué hace que chavales que cantan la Marsellesa con orgullo de pertenencia salten al extremo radicalmente opuesto. Qué hace que el sistema de la egalité -como cualquier otro sistema occidental, no nos engañemos- imponga la brutalidad, el miedo, el abandono y la persecución. Ly se pregunta quién escucha a quienes viven en las sombras de la ciudad de la luz; enfoca su cámara e ilumina la respuesta: a veces, solo la rabia desata la escucha. Decía Víctor Hugo que “No hay malas hierbas ni hombres malos, solo malos (y miserables) cultivadores”.
*Pista sin spoiler: fíjense en una de las primeras escenas en la que los chavales hablan asombrados sobre la violencia que ocurre en África y luego únanla a la última et…voilá.
Original en : Wiriko