¿Quién remolca el cayuco?, por Rafael Muñoz Abad

27/10/2020 | Bitácora africana

screenshot_2020-10-26-17-46-18-593_com.android.chrome.jpg La primera en la frente, no, no hay pesqueros nodrizas remolcando cayucos o al menos si me permiten la prudencia, no de una manera categórica. Quien ha navegado entre el sur de Canarias y el través de Cape Palmas, Liberia, sabe que la costa es un hervidero de pesqueros legales y menos legales. En general, es simple hacerse con un cascarón paria en África, abanderarlo en Sierra Leona o Malabo, apagarle la señal AIS y navegar hacia el norte remolcando una “papaya”; ya me entienden. Comprarlo es cuestión de dinero y registrarlo sin preguntas incomodas, de más dinero. Mejor dólares que euros cursis, créanme.

Al tema. Las aguas de Canarias tradicionalmente han estado abandonadas o poco vigiladas para los cánones de un estado avanzado y celoso de sus espacios oceánicos. A día de hoy, para no aburrirles, el panorama es desolador cual colador. FRONTEX es un fracaso total que más allá de untar voluntades en Dakar o Nouakchott, poco resuelve y Rabat es como un gato autista y hacen bien. La armada está desaparecida pues no hay ni para diesel a la hora de mantener un buque al sur de Canarias y todo descansa en la benemérita del mar y las hercúleas espaldas humanitarias de Salvamento marítimo. Entidad estatal ejemplar y digna de cualquier galardón a la ayuda humanitaria. Miren, seré claro, por supuesto que ese pesquero chatarra en manos de mafias podría aproximarse hasta el sur del archipiélago en total anonimato y dar el último empujón al cayuco de turno al cual ya le es simple aproar a la primera isla que divise. Pero les argumentaré más, a un cayuco que deje cualquier solitaria playa al sur de Nouadhibou, le basta la indudable pericia marinera de su patrón y un simple transistor, el cual orientándolo hacia la mayor potencia de emisión de la 621 KHz, le mostrará el camino en forma de radio-demora hacia Tenerife. Imaginen ya en plena era de la telefonía satelitaria donde el GPS está en cualquier dispositivo portátil.

La aventura del cayuco comienza en alguna aldea de Conakry o más al sur. El pobre diablo que tras meses de zarandeos en manos de los nuevos tratantes de carne en la trasera de camionetas Toyota, que atravesó medio Sahel o las pistas anónimas que capilarizan el éxodo hacia la costa comprendida entre Bissau y Dakhlet, a la espera de embarcar hacia El Dorado europeo, es una simple mercadería despojada de documentos. Pobre iluso. Este hombre es posible que nunca haya visto la mar hasta llegar a la arena de la playa; imaginen su terror. ¿Y quién pone el cayuco? El armador de la empresa suele vivir bien pues vende las barcas, cobra y se marcha a su patio. El patrón contratado gana tanto que acepta ser detenido pues sabe que en pocos meses estará en la calle o repatriado gratis con comida a bordo de un vueling que paga el contribuyente.

La punta del iceberg es el cayuco que logra arribar a Los Cristianos, el resto de los que dejaron África por sus popas, al igual que la masa del iceberg, descansan bajo el atlántico en forma de una locura de ahogamientos silenciosos.

¿Hay mafias? Por supuesto que sí, las tiene la “pulcra” Europa, imaginen estados débiles y fácilmente corrompibles caso de Bissau. Primer narco-estado africano, granero de la emigración clandestina y santuario al margen de la ineficaz y ridícula ley internacional. Existe una mafia del tráfico de personas en simbiosis con la que transporta la coca que llega de la otra orilla atlántica; franquicia del diablo que a la par les vendería un kalashnikov o les leerá un salmo del Corán más salafista.

En lo personal, he estado varias veces en Mauritania y puedo decir que razonablemente conozco el país de a pie y mochila con lo cual desmontaré otro mito disparatado de las redes. La ya iconográfica foto de los cientos de cayucos abarloados en Nouadhibou es un mito del cuñao de turno buscado en Google Earth el domingo. Esa flota de pesca artesanal que faena en la rada de Cap Blanc, lleva décadas, por no decir siglos, ejerciendo la pesca tradicional y evidentemente que algunos de ellos ya están atracados en Los Cristianos, pero lo cierto es que la mayoría se dedican a la bajura o a lo que las flotas de pesca industriales de la UE y China les dejen en sus aguas ya esquilmadas pero esa es otra historia.

Grosso modo, los cayucos seguirán llegando en función del estado de la mar y del torniquete que se genere en ese estado a la deriva que es Libia en el patio mediterráneo de Europa. Ni vienen a robar trabajo ni son responsables de la propagación del Covid pues en lo último, buena parte de ello es culpa de nuestro comportamiento gregario-simiesco de colectividad indolente Y es que los flujos de la inmigración irregular funcionan cual vaso comunicante entre Libia y África occidental. Es complejo en un espacio finito analizar la cuestión, espero haberles dado algunas pinceladas.

Rafael Muñoz Abad.

* Rafael Muñoz es doctor en Marina Civil por la ULL.

cuadernosdeafrica@gmail.com

@Springbok1973

Autor

  • Muñoz Abad, Rafael

    Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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